Viernes 13 Abril 2013
Foto: revista semana
Las marchas del 9 de abril produjeron una reorganización del juego
político en nuestro país cuyas consecuencias en el proceso de paz y en
las próximas elecciones serán decisivas.
Lo primero que habría que resaltar de lo ocurrido el 9A es que no hubo una sola marcha,
por lo que poner como referente el 4F no pasa de ser una estrategia de
deslegitimación y cooptación política del uribismo. Lo que saltó a la
vista el pasado martes fue un conjunto variopinto de partidos,
agremiaciones, asociaciones y movimientos sociales con los más
heterogéneos intereses políticos, marchando cada uno por sus demandas
propias y parciales. Si bien unas demandas resultaban más concretas,
consistentes y evidentes que otras, era clarísimo que no había un
mensaje unitario ni homogéneo.
Esto explica que menos personas salieran este día a marchar respecto a otras marchas históricas que recuerda Colombia. Mientras en el 4F era clarísimo el mensaje contra las Farc, el 9A unos marcharon para apoyar el proceso de paz, otros para homenajear a las víctimas, otros tantos contra las Farc, otros contra "la" violencia e incluso por los derechos de las población LGBTI y la legalización de las drogas.
Esto explica que menos personas salieran este día a marchar respecto a otras marchas históricas que recuerda Colombia. Mientras en el 4F era clarísimo el mensaje contra las Farc, el 9A unos marcharon para apoyar el proceso de paz, otros para homenajear a las víctimas, otros tantos contra las Farc, otros contra "la" violencia e incluso por los derechos de las población LGBTI y la legalización de las drogas.
Ante
la ausencia de un mensaje unificado, era de esperar que los ciudadanos
se segmentaran y se confundieran. El solo hecho de que las
movilizaciones partieran de distintos puntos, a diferentes horas y
lideradas por individuos con perfiles disímiles, hacía que fuese muy
difícil para una persona del común tomar la decisión de acompañar algún
grupo.
Además, estas marchas fueron más politizadas que la del 4F.
O mejor, sus intereses políticos eran más evidentes y se expresaron de
manera más sistemática y organizada en los medios de comunicación.
Mientras en el 4F pocos pusieron en entredicho el aparente nacimiento
espontáneo de la convocatoria y muchos se convencieron casi ingenuamente
de que la marcha no tenía "color", el solo hecho de que fuese la Marcha
Patriótica el movimiento que iniciara la convocatoria al 9A ya cambiaba
toda la situación.
El llamado posterior de Petro y el aterrizaje
de Santos solo ahondaron esta politización de origen, de modo que para
el ciudadano más desprevenido marchar significaba ponerse públicamente
del lado de algún interés político, mientras que en el pasado 4F nadie
estaba dispuesto a ser tildado vulgarmente de guerrillero por no salir a
marchar.
Por esta misma razón, estas marchas del 9A eran más
fáciles de criticar, atacar y neutralizar. De ahí que para los
ciudadanos la decisión de movilizarse pasaba por una toma de posición no
siempre fácil de realizar, articular y afirmar en un país en el que
todavía la expresión política no hegemónica, crítica, rebelde o
"incorrecta" es vista con sospecha. Sin embargo, el solo hecho de ver a una asociación de Víctimas de la Policía ser escoltada por la propia Policía Nacional por las calles de Bogotá, es síntoma de una profunda transformación política y ciudadana en Colombia cuyos efectos todavía no podemos anticipar.
Y
es precisamente esta politización la que hizo de estas marchas un
acontecimiento político fundamental para la historia reciente de
Colombia, por la sencilla razón de que obligó a todos los partidos,
movimientos y líderes políticos a destapar sus cartas. Ya por fin
empieza el final de ese periodo de tibieza, indecisión e hipocresía que
caracterizó la política nacional desde el ascenso de Santos al poder y
el paso de Uribe a la oposición. Unos por no perder el capital político
uribista y otros por no parecer demasiado cercanos a las Farc, se
hundieron en un lenguaje político poco claro, gris, casi siempre
incoherente y sin consistencia ideológica, que terminó por confundir y
decepcionar a la ciudadanía y al electorado.
Eso que muchos, de
manera muy ingenua, reducen a un problema de comunicación de Santos,
corresponde más bien a una borrosa e inconsistente propuesta política
que apenas desde hace unos días comienza a tomar contorno.
En el último año, los partidos de la U, Cambio Radical, Conservador, Liberal y Verde sufrieron por cuenta de su decisión de conformar la Unidad Nacional mientras
que seguían en deuda con un programa y una burocracia uribista potente y
activa. Trabajar con Santos y tener, a la vez, deudas de todo tipo con
Uribe, no les permitía a los partidos de coalición ser honestos
ideológica ni programáticamente con el electorado.
Pero con miras a
defender su proceso de paz, de frente a un electorado escéptico y con
un uribismo cada vez más radicalizado y dispuesto a retomar el poder
incluso a las malas, Santos tuvo que salir del closet político.
Y con él, todos los partidos de la Unidad empezaron a asumir posiciones
políticas más claras de cara a una campaña que se adelantó.
Y no
podía ser otra cosa distinta al proceso de paz lo que cambiara de manera
tan potente el juego político colombiano. Las transformaciones apenas
comienzan, pero ya prometen ser profundas y decisivas. Por dar inicio a
este proceso y a una política social que necesariamente debe estar
articulada a él, Santos traicionó las expectativas programáticas por las
que fue elegido.
Este "hacer social" ligado a un discurso de la
seguridad democrática con el que se pretendía mostrar como real una
continuidad que solo fue un caballito de batalla electoral, es lo que ha
confundido al nuevo electorado y le ha dado motivos y argumentos a la
oposición. El mejor ejemplo de ello es precisamente las marchas del 9A,
pues mientras Santos hace un proceso de paz e invita a una marcha para
refrendarlo ante la opinión pública, su ministro de Defensa acusa a las
FARC de financiar una parte de la movilización. ¿Qué pretende el
Gobierno al invitar a una marcha contra las FARC, si el mismo Gobierno
afirma que parte de la marcha es convocada por la guerrilla?
Estas
incoherencias políticas son, de todas maneras, las que empiezan a
borrarse tras las marchas, pues estas obligaron a todos los actores a
revelar su posición frente al proceso de paz y la política social de Santos.
Por cuenta de esta toma de posición, ya los partidos de la U y
Conservador atraviesan por una crisis interna que no se resolverá de
otro modo sino por la división. Quién se quedará con las grandes tajadas
de votantes es algo que tendrán que pelear con las uñas el santismo y
el uribismo.
Tras estas marchas hay claros ganadores y perdedores. Ganó, evidentemente, la Marcha Patriótica
al legitimar su movimiento políticamente y al mostrar su eficacia
logística y de movilización. Todo lo que pase de ahora en adelante en la
izquierda colombiana estará referido a este movimiento, aunque todavía
está en deuda de perfilar un candidato fuerte que traduzca su poder a
votos y burocracia, ante la imposibilidad actual de Piedad Córdoba de
aspirar a cargos públicos.
Ganó también Petro, que pudo descentrarse por un momento del foco crítico de su gestión y asumió una posición en el tema de la paz que le devuelve su protagonismo nacional.
Ganó Uribe, que logró mostrarle a los colombianos que, efectivamente, Santos nunca lo representó y que solo un candidato de su entraña podría alzar de nuevo las banderas de la seguridad democrática.
Ganó Uribe, que logró mostrarle a los colombianos que, efectivamente, Santos nunca lo representó y que solo un candidato de su entraña podría alzar de nuevo las banderas de la seguridad democrática.
Ganó, sobre todo, una ciudadanía que evidenció que tiene alternativas políticas y que al poder ya no le es posible seguir ignorando a los movimientos sociales en la construcción de políticas públicas.
El gran perdedor fue el Polo Democrático
o, como dijo algún sindicalista, lo que queda del PDA. La torpeza
política que demostró Robledo al prohibir a sus electores marchar por
las víctimas bajo el argumento de que a través de las marchas se
promocionaba la reelección de Santos, solo muestra falta de sentido de
oportunidad y lo puso en el mismo nivel crítico del uribismo que tanto
desprecia.
Que los hijos de Uribe retuitearan a Robledo
para satanizar con sus argumentos las marchas es algo que la izquierda
democrática no se podía permitir, sin que ello tuviera las nefastas
consecuencias que ya tuvo: una división en los movimientos sindical y
estudiantil que se expresó por igual en internet y en las calles.
Es evidente que el MOIR no estaba preparado para el proceso de paz y
que inició un camino suicida en el que hasta el Partido Comunista ha
terminado por recibir los señalamientos más mezquinos por parte de sus
otrora copartidarios. Si a ello sumamos el fortalecimiento de la agenda
por la paz de Progresistas y la Marcha Patriótica, no podemos esperar un
liderazgo político del Polo en la izquierda democrática que le permita
ser una real alternativa de poder en el futuro.
¿Y Santos? Todavía no sabemos si ganó o perdió. Las declaraciones tan desconcertantes de su ministro de Defensa no nos permiten saber de qué nivel y compromiso es la apuesta del Gobierno por la paz.
¿Y Santos? Todavía no sabemos si ganó o perdió. Las declaraciones tan desconcertantes de su ministro de Defensa no nos permiten saber de qué nivel y compromiso es la apuesta del Gobierno por la paz.
*Analista – profesor Universidad Javeriana @melismatik
Por: Richard Tamayo Prieto* (Especial para El Espectador)
Por: Richard Tamayo Prieto* (Especial para El Espectador)