El Manifiesto del Partido Comunista (1848) de Marx y Engels inicia con la advertencia de que “un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”. La muerte de Margaret Thatcher hace pensar que hoy el fantasma que recorre el mundo es nada menos que el neoliberalismo.
El grado de absorción de la ideología neoliberal en cada faceta de la vida humana la ha naturalizado en tal grado que tanto sus defensores como muchos de sus críticos la conciben como algo inevitable. Sin embargo, es preciso recordar que en los ochenta Thatcher (y Ronald Reagan en Estados Unidos) tuvo que librar una batalla virulenta para convencer a los británicos de que “no había alternativa”.
Un
tiempo atrás hubiera sido inconcebible proponer que el Estado se
centrara en garantizar las condiciones bajo las cuales el mercado y la
propiedad privada operaran sin trabas; que asuntos sociales como la
educación y la salud se sometieran a las lógicas mercantiles; que las
empresas tuvieran vía libre para acumular ganancias, y que los grupos
más desfavorecidos recibieran menos (y no más) protección social. Para
algunos, como el teórico social David Harvey, el giro neoliberal resultó
de la crisis de acumulación de capital de los setenta —producto del
modelo fordista-keynesiano— y la amenaza planteada a las élites
dominantes por los trabajadores que exigían mayor participación y más
ingresos. El núcleo del neoliberalismo tal y como lo encarnó el
thatcherismo, y antes de éste el pinochetismo en Chile, consistió en el
desmonte de los grupos sindicales —descritos por ambos como “el enemigo
interno”—, así como de las instituciones estatales que sostenían el
pacto social prevaleciente; el uso de estrategias de “divide y
gobernarás” para sembrar animadversión entre las clases medias y las
trabajadoras, y la implementación de políticas para trasladar la riqueza
hacia las clases altas.
A cambio de la reducción de los salarios y
de los beneficios sociales provistos por el “Estado de bienestar”, la
ideología neoliberal ofreció la ilusión de libertad, ganancia y consumo
individuales. En gran medida, la crisis financiera de 2008 se encargó de
desnudar lo huecas que resultaron dichas promesas. Para retratar el
legado que nos deja el fantasma de Thatcher —un mundo desigual,
hambriento, frustrado, depredador del medio ambiente, violento, incierto
e indiferente—, la metáfora del zombi resulta muy apropiada (recomiendo
la serie The Walking Dead).
El neoliberalismo, como el zombi,
está muerto en relación a las metas positivas de la especie humana,
entre ellas la comunidad, la solidaridad y la empatía. En su lugar,
reivindica el individualismo materialista como virtud cardinal y se
alimenta del sufrimiento de los menos favorecidos de la sociedad. Dentro
de la lógica del “todo vale” con tal de ganar, “comer o ser comido” y
“matar o morir” son sus lemas preferidos. Podría decirse que el zombi
comedor de seres humanos representa a la vez el consumidor voraz
cultivado por la ideología neoliberal, así como el estado de
descomposición y el limbo social, político y económico en el que nos ha
dejado. Y como el zombi, todo parece indicar que el neoliberalismo no
tiene posibilidad de humanizarse ni reformarse desde adentro, sino que
debe ser eliminado para que no resucite más.