Tomado de www.elperiodico.com
Publicado el 03 de Julio de 2016
Dos guerrilleras, deplazándose en lancha por uno de los ríos de la región de Caquetá.
Dos guerrilleras, deplazándose en lancha por uno de los ríos de la región de Caquetá.
Tras más de 50 años de
conflicto armado, la guerra en Colombia ha terminado. Apenas se firme en
La Habana la paz dentro de unas semanas, 8.000 guerrilleros abandonarán
las selvas colombianas donde han vivido gran parte de sus vidas
luchando contra el ejército y los paramilitares. La insurgencia dejará
sus fusiles y se reconvertirá en un movimiento político. El suplemento
'Más Periódico' ha pasado junto a algunos de ellos sus últimos días como
combatientes.
TEXTOS Y FOTOS: JAVIER SULÉ
Llegar a un campamento de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) suele ser toda una odisea.
Por las recónditas selvas, ríos, planicies y sabanas de las regiones del
Meta y del Caquetá, en el centro del país, se encuentran esparcidos
algunos de los frentes de uno de los bloques más combativos de la
guerrilla y el más numeroso de la organización; el Bloque Oriental,
conocido hoy como Jorge Briceño. A su encuentro, camino de la profunda
selva, y cinco horas después de pasar un último retén del ejército, la
presencia del Estado se va desvaneciendo y es entonces cuando asoma el
universo 'fariano'.
Son las llamadas «zonas rojas»,
de estrato campesino, por donde la insurgencia se mueve con soltura,
orienta y ejerce su influencia. Las carreteras fueron contratadas y
mandadas construir aquí con maquinaria pesada por la propia guerrilla.
Están sin asfaltar y en época de lluvias es difícil transitarlas, pero
son buenas vías, con algunos tramos casi tan amplios como una autovía, y
cuentan con puestos de peaje que ayudan a mantenerlas. Por ellas
circulan revolucionarios que cambiaron la mula y el caballo por la moto o
el todoterreno, y también un buen número de camiones que transportan
ganado. Y es que las grandes explotaciones ganaderas abundan en estas
regiones. Las FARC reconocen abiertamente que les cobran un impuesto de 15.000 pesos anuales (5 euros) por cada cabeza de res que poseen. «Nos tenemos que financiar de alguna manera», se justifica uno de los mandos del sector.
TRAYECTO INTRICADO
Pero
las «zonas rojas» son solo aquí el punto de partida de un trayecto que,
a menudo, prosigue remontando durante horas caudalosos ríos que se
intrincan entre la espesura selvática. Y allá, río arriba y jungla
adentro, unos 120 guerrilleros y guerrilleras celebran en su campamento el final de la guerra y aguardan el día de la firma del acuerdo final en La Habana. Saben que son sus últimos días en la selva.
Las
FARC son un mundo. La disciplina militar, la instrucción política e
ideológica y todas las rutinas habituales no se han visto demasiado
alteradas. Los guerrilleros siguen formando, se reúnen por escuadras,
limpian sus armas, hacen guardia, leen, estudian y toman su tinto (café)
por la mañana y su baño por la tarde como lo han hecho siempre.
Río arriba, 120 guerrilleros y guerrilleras celebran el fin de la guerra sin alterar las rutinas ni la instrucción militar y política
El
día empieza a las 4.50 de la madrugada y acaba a las seis de la tarde,
apenas deja de entrar luz en la tupida selva. A esa hora, todos se
retiran a sus 'caletas', las habitaciones guerrilleras hechas de madera y
hojas de palma. Ya acostados, muchos se fustigan escuchando por la
radio las noticias y las tertulias de las emisoras Caracol o RCN,
abiertamente contraria al proceso de paz. Nunca salen bien parados.
«No
somos lo que los medios de comunicación dicen. Ellos nos presentan como
salvajes e ignorantes, y los ignorantes son ellos. No somos máquinas de
guerra. Amamos la vida, nos conmovemos con las situaciones injustas y
somos los seres más sensibles que pueden existir», dice la guerrillera
Paula Sáenz con cierta rabia.
LOS DOMINGOS, FIESTA
Los domingos descansan. Ese día juegan a voleibol, ensayan danzas y teatro, escuchan música o proyectan películas.
El actor español Mario Casas levanta pasiones entre las guerrilleras.'
Tres metros sobre el cielo' o 'Tengo ganas de ti' son ya todo un clásico
entre la insurgencia, pero igual ríen y disfrutan con una película de
Buster Keaton o con 'Los pájaros' de Alfred Hitchcock.
En el campamento no hay menores,
aunque una gran parte llegó a las filas rebeldes siendo niño o niña
porque no conocieron otra cosa que la presencia guerrillera allá donde
vivían o huían de una situación de violencia familiar, entre otros
muchos motivos. En su mayoría fueron seducidos por la vida
revolucionaria y vieron en la insurgencia un refugio donde cobijarse que
acabó siendo su hogar, su familia y su escuela. Sobre la guerrilla pesa
la acusación de reclutamiento forzado de menores que los combatientes
niegan. En cualquier caso, una vez dentro ya no había vuelta atrás ni posibilidad de salir. El compromiso con la causa revolucionaria quedaba sellado de forma indefinida, prácticamente de por vida.
María Martínez tiene 30 años, una cabellera larga que le cae casi hasta el suelo y siempre está increíblemente risueña. Ingresó en las FARC cuando tenía 12 años
y empezó a cargar un fusil con 14. Reconoce que era una niña y que a
esa edad quizá debería haber estado jugando, pero tampoco lo extrañó.
«Aquí casi todos somos hijos de campesinos y desde muy chiquitos nos
tocó ir a trabajar. Yo lo hice con 7 años para ayudar en casa. Recuerdo
que me gané una bicicleta en la escuela por cantar pero mi hermana se
enfermó y para poder comprar la medicina tuvimos que venderla. Por eso
creo que aquí en la guerrilla nos gusta tanto jugar y hacer bromas
porque es muy raro el guerrillero que haya tenido infancia», dice.
EL SUEÑO DE SER CIRUJANA
También Jineth Sánchez entró en las FARC siendo niña. Tenía 13 años. Hoy, a sus 18, todavía con rostro infantil, es enfermera en uno de los hospitales móviles de la guerrilla y su sueño es ser cirujana.
Está convencida de que si no hubiera ingresado en la guerrilla, sería
campesina como sus padres. «En el campo no hay oportunidades porque el
pobre en este país no puede estudiar. Allá no teníamos ni escuela ni
acceso a la salud», recuerda.
El campamento lleva ya un mes sin levantarse del mismo lugar,
algo impensable en otras épocas. Pero aun con la tranquilidad vivida en
estos últimos meses y la declaración del final definitivo del conflicto
armado en Colombia, las huellas de la guerra no son fáciles de borrar. Todos
han visto morir a su lado a algún compañero y han vivido la dureza de
los bombardeos aéreos. Camila López todavía recuerda la madrugada del 22
de septiembre deL 2010 cuando el guarda gritó «¡a las trincheras!» y en
plena noche apenas pudo coger las botas para lanzarse a la zanja cavada
junto a su caleta. Las bombas cayeron durante horas y luego tuvieron
que enfrentar el desembarco de 400 militares.
El expresidente Uribe lanzó en esta zona una ofensiva de nueve años en la que se desplegaron 16.000 militares
Por la tarde de ese mismo día supieron que Víctor Julio Suárez, alias 'Jorge Briceño' y más conocido como el 'Mono Jojoy',
había quedado atrapado entre los escombros de su búnker y había
fallecido. «El camarada Jorge era un padre para nosotros. El Gobierno
pensó que con ese golpe quedaríamos tan desmoralizados que saldríamos en
desbandada a desertar, pero lo que encontraron fue resistencia. Los
combates se alargaron por tres meses», recuerda esta guerrillera de 28
años que acaba de protagonizar el documental 'La flor de la lengua de
vaca' del cineasta español Germán Reyes. Para el Estado, en cambio, el
'Mono Jojoy' no solo era el máximo jefe del Bloque Oriental de las FARC
sino también uno de los rebeldes más sanguinarios de la organización
guerrillera.
BASTIÓN HISTÓRICO
Y
es que todas estas zonas del Meta y del Caquetá han sido un bastión
histórico de la guerrilla y por consiguiente uno de los grandes campos
de batalla de la confrontación contra la insurgencia. El expresidente
Álvaro Uribe impulsó aquí el llamado Plan Patriota, una ofensiva
continuada de casi nueve años donde se desplegaron 16.000 militares en la región para hacer frente al Bloque Oriental.
Ante tanto asedio militar, fue este bloque el que más desarrolló la cirugía de guerra y acabó formando a decenas de guerrilleros como cirujanos, anestesiólogos y enfermeros.
A solo una hora en lancha, las marcas de la guerra también se sienten
en uno de los cuatro hospitales móviles que las FARC tienen en el área.
Salvo alguna excepción, nadie tiene título. Todo lo aprendieron a base
de experiencia y de estudio en las propias escuelas de medicina de la
guerrilla.
Enclavado en la selva como un campamento más, el hospital cuenta con lo mínimo imprescindible: un equipo portátil de rayos x, un quirófano y una sala de construcción de prótesis para amputados.
Aquí se han operado y atendido todo tipo de patologías, en especial
heridas de guerra, fracturas, hernias, perforaciones de hígado,
apendicitis y cualquier enfermedad tropical, ya sea paludismo, dengue o
la temida leishmaniasis, un frecuente y grave problema producido
por la picadura de un insecto chupador de sangre que provoca ulceras
cutáneas. Ricardo es uno de los pacientes del hospital. Tiene 25 años y
está esperando que le construyan una prótesis para su pierna. Hace
cuatro meses pisó una mina y tuvieron que amputársela. Su recuperación
física y psicológica ha sido muy rápida. «Son cosas de la guerra», dice,
optimista.
TRÁNSITO A LA VIDA CIVIL
Ricardo
es una víctima más de las que ha dejado esta confrontación entre
ejército, paramilitares y guerrilla, y cuyas cifras son aterradoras. Se
estima que el conflicto armado colombiano ha provocado cerca de ocho millones de víctimas entre asesinatos, mascares, desplazamiento forzado, violencia sexual, desaparecidos u otras muchas modalidades de violencia.
La
guerrillera Patricia Martínez dice que pueden reconocer haber cometido
errores en esta guerra, pero que en ningún caso se les puede atribuir a
ellos tal magnitud de víctimas. «A nosotros nos han querido presentar
como los causantes de la guerra pero aquí la mayor violencia y el mayor
número de víctimas lo causaron los paramilitares creados por el mismo
Estado. Por medio de ellos se ha masacrado y se ha desplazado a millones
de personas para quedarse con sus tierras», afirma.
Y es cierto y un hecho constatable que los paramilitares han sido los máximos responsables del horror y las muertes
vividas en Colombia. Pero según publicaba la revista 'Semana', citando
fuentes oficiales de la Fiscalía, a las FARC se le atribuye la
destrucción de algunos pueblos enteros, el secuestro de 2.818
militares y políticos y de tener abiertos 11 procesos por narcotráfico.
Sobre el secuestro, algún alto dirigente guerrillero ya ha reconocido
abiertamente que fue un error haberlo practicado. Y en cuanto a su
relación con el narcotráfico insisten que tan solo cobraban un impuesto a
los narcotraficantes.
A excepción de los altos mandos, ningún guerrillero deberá comparecer ante un tribunal
NI DINERO NI APEGO A LA FAMILIAL
Sea
como sea, a excepción de los altos mandos, ningún guerrillero raso
deberá pasar por un tribunal. En unas semanas todos dirán adiós a la
selva donde vivieron tanto tiempo para dirigirse a alguna de las zonas
de ubicación asignadas en su tránsito hacia la vida civil. Dicen que lo
que más echarán de menos será la fraternidad de vivir en colectivo y el
contacto con la naturaleza.
Cambiar el chip no será fácil. Nunca tuvieron salario ni dinero propio en los bolsillos.
La guerrilla les costeaba todo lo básico que necesitasen. Y están tan
acostumbrados a vivir en colectivo y a la disciplina y subordinación
militar que no muestran demasiado entusiasmo con la idea de poder formar
un hogar y tener hijos. Tampoco sienten una emoción especial por poder reencontrarse con sus familias.
Quieren seguir unidos y su amor a la revolución está tan por encima de
todo que son pocos los que se atreven a expresar sueños o deseos
individuales. Rubi sí lo hace. Le gustaría aprender a tocar algún
instrumento musical. También Yurani, a la que le encantaría conocer
España. Damaris sueña con poder ver el mar, y William, con ser bailarín
de salsa.
"Aquí no hay machismo"
De
los 8.000 o 9000 combatientes que se estima que tienen ahora las FARC,
el 40% son mujeres. Patricia Martínez es una de ellas y pertenece a una
compañía donde además prácticamente la mitad también lo son. Todavía
recuerda que tenía 10 años cuando tuvo que huir con su familia para que
los paramilitares no los mataran. Lo dejaron todo y se convirtieron en
desplazados. Llegaron a una zona rural de fuerte influencia de las FARC
que cambió el destino de su vida. A los 18 años decidió enrolarse. «Hay
una razón para luchar y debo aportar mi granito de arena. No quiero
amarrarme a ser una ama de casa, casarme, tener hijos y pasar
necesidades», le dijo a su madre.
Y es que en la guerrilla más
antigua de América, las mujeres han sido siempre un elemento muy
importante. Para el combate o para cualquier tipo de tarea, las FARC no
han hecho distinción de sexos. «Algunos medios han querido mostrar que
las mujeres en las FARC somos un simple objeto sexual y no es cierto. La
violación, además, se produzca dentro o fuera, es motivo de consejo de
guerra que puede acabar incluso en fusilamiento. Aquí valemos por lo que
somos y tenemos los mismos derechos y los mismos deberes que los
hombres. Nos sentimos respetadas y, al contrario de lo que sucede en
Colombia, en la guerrilla no hay machismo», dice, orgullosa, la
guerrillera Paula Sáenz, que además rebate el argumento de la supuesta
falta de feminidad de las insurgentes. «Independientemente del uniforme
militar, nos gusta vestir bien y nos encanta peinarnos, maquillarnos y
pintarnos las uñas», concluye.
Embarazo y planificación
Las FARC tienen ya la mirada tan puesta en el postconflicto que en el bloque Oriental hay una guerrillera con siete meses de embarazo, algo impensable en tiempos de guerra. Claudia Ramírez, la futura mamá, es reticente a hablar pues este es un tema que ha sido siempre muy controvertido para las FARC. Alegando estar en un contexto de guerra, las normas no permiten a las mujeres quedar embarazadas y plantean la planificación femenina como un deber de la organización. «Fui irresponsable y descuidé la planificación. Olvidé ponerme la inyección», lamenta.
La gestante lleva ya cinco meses en el hospital guerrillero esperando el gran día. No sabe si será niño o niña. Sí sabe que su retoño nacerá en un tiempo nuevo. «Creo que si se firma la paz voy a poder criarlo y estar con él porque antes si tenías el bebé debías dejarlo con los abuelos», añade Claudia Ramírez llevándose las manos a su vientre. Asegura que nunca le plantearon la posibilidad de abortar y dice que de momento no ha sido sancionada por infringir las normas. Su situación contrasta con algunos testimonios de desmovilizadas de la guerrilla que aseguran que sí se les obligó a abortar. La insurgencia niega que hayan promovido los abortos.