sábado, 20 de abril de 2013

LA NOCHE EN QUE LLERAS RESTREPO. RECONOCIÓ EL TRIUNFO DE ROJAS (I ) Y ( II )

A propósito de la conmemoración del 19 de abril
  
El periodista Jorge Téllez revela detalles de una charla inédita en la que, asegura, el entonces mandatario admitía que las presidenciales de 1970 las ganó el anapismo.

  El general Gustavo Rojas Pinilla, acompañado por sus simpatizantes, durante la jornada electoral del 19 de abril de 1970 Foto: Archivo El Espectador
Durante 43 años y tras pasar por grandes medios de comunicación del país, he guardado con absoluta claridad en mi memoria, como si hubiera ocurrido ayer mismo, detalles de un acontecimiento histórico que en una fecha como la de hoy creo mi deber revelar en todos sus pormenores a la opinión pública. Me refiero a la noche del 19 de abril de 1970, cuando, en opinión de varios analistas e investigadores, se fraguó el más escandaloso fraude electoral del siglo veinte. 

 
No pretendo, y si lo intentara sería un exabrupto, asumir el papel de historiador, ya que nunca lo he sido, pero creo firmemente que nunca es tarde para revelar un hecho ocurrido cuando ejercía las tareas de precoz reportero en el Palacio de San Carlos.

Para ilustración de las generaciones más recientes, es pertinente recordar que en la mencionada fecha se celebraron las elecciones para presidente de la república, en las que se enfrentaron el candidato del Frente Nacional, Misael Pastrana Borrero, el ex dictador, teniente general en retiro, Gustavo Rojas Pinilla, líder del movimiento Alianza Nacional Popular; el aspirante Belisario Betancur Cuartas, elegido por la Convención Nacional Popular Conservadora, disidencia del oficialismo y el candidato oficial de este partido, Evaristo Sourdis.

Pocos días antes de las elecciones, se suscitó en todo el territorio nacional un clima de extrema agitación, en virtud del fervor popular que había despertado la candidatura del general, cuyos mensajes populistas calaron muy hondo en el pueblo, ya que, tanto en la televisión como en la plaza pública, recurrió a la teoría de la papa y la yuca, para significar que estos productos se habían encarecido escandalosamente entre la fecha de la caída de su régimen dictatorial, el 10 de mayo de 1957 y la época de su candidatura en 1970.

El ambiente que se vivía en las calles de las principales ciudades, donde Rojas presidió manifestaciones multitudinarias que condujeron a las huestes anapistas a pensar que se hallaban a las puertas de una victoria contundente, suscitó una ola de incertidumbre y de temor en las fuerzas oficialistas, circunstancia que llevó al presidente Carlos Lleras Restrepo a dictar un decreto, en virtud del cual los medios de comunicación debían someterse a respetar parámetros de información delineados por el gobierno, como mecanismo de previsión para evitar interpretaciones distorsionadas con respecto de las elecciones que se avecinaban, en particular en todo lo que tenía que ver con la publicación de los resultados de los escrutinios. Esta medida, como era obvio, suscitó serias críticas en la prensa, en particular por parte de los diarios liberales, El Espectador y El Tiempo, cuyos enérgicos editoriales obligaron a Lleras a derogar la disposición, no sin antes advertirle al país que debería estar alerta por los posibles traumatismos que podrían sobrevenir.

La sensación sobre una posible victoria del candidato de la Anapo, la pude comprobar al recorrer en las horas de la mañana del día de las elecciones las principales calles de la ciudad y observar el clima reinante en los sitios de votación, donde se palpaba un fervoroso entusiasmo entre los simpatizantes de Rojas, en contraste con la actitud discreta y callada de los partidarios de Pastrana. Por lo menos en el caso de Bogotá, por el número de partidarios que pregonaban el nombre del general, cosa que antes era permitida, con camisetas, pancartas, banderas, y el rugir de las bocinas de los vehículos, así como por la algarabía que armaron en las principales avenidas, era factible pensar que podría presentarse un triunfo rotundo del general.

Hacia el medio día, cuando llegué al Palacio de San Carlos, sede de la Presidencia por aquella época, subí de inmediato a la oficina de Próspero Morales Pradilla, Jefe de Información y Prensa, la cual estaba ubicada en el tercer piso, con el propósito de comentarle mis impresiones sobre lo visto en la calle, encontrándome con la sorpresa de hallarlo con el ceño fruncido, recibiendo llamadas telefónicas de varias ciudades, en las cuales, según me comentó una vez colgó el auricular, daban cuenta de una amplia ventaja de Rojas, de acuerdo con los primeros cómputos realizados a boca de urna.

Posteriormente, en las horas de tarde, por orden de Morales, me trasladé a las instalaciones de la Registraduría del Estado Civil, para observar de cerca el ambiente que se vivía allí una vez concluídos los comicios. Recuerdo que hacia las cinco y media de la tarde me acerqué al lugar donde se hallaba la “capitana del pueblo”, como se le denominaba popularmente a María Eugenia Rojas de Moreno Díaz, quien estaba acompañada de varios directivos de la Anapo, que querían hablar con el registrador, Ricardo Jordán Jiménez. Sin duda, era indescriptible el júbilo reinante entre ellos. Aunque a esa hora no se conocía ningún boletín oficial, los datos que trasmitían las emisoras, especialmente la cadena Todelar, la de mayor sintonía en esa época, arrancaban vivas y aplausos para el general Rojas, ya que el conteo manual por parte de los jurados de las mesas de votación daba un triunfo contundente al ex dictador en ciudades como Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga. A medida que se aproximaba la noche, aumentaba la euforia, ya que las versiones radiales y los informes que recibía María Eugenia, de personas que había destacado en los sitios donde se sufragó, arrojaban nuevos datos que consolidaban una gran ventaja de Rojas sobre Pastrana Borrero y, por supuesto, propinaban una “paliza” sin precedentes a los otros dos candidatos en disputa, Betancur y Sourdis.

Sin pensarlo dos veces, un tanto nervioso, pero con la ansiedad y el entusiasmo propios de quien estaba iniciando su carrera reporteril, decidí abordar a la “capitana”, para decirle:

--Perdone que le pregunte: ¿Por qué cree usted que el general Rojas ha ganado, si todavía no se conoce ningún boletín oficial?

Reaccionó con sorpresa, me miró a los ojos y elevando el tono de su voz, exclamó:

--¿Quién es usted? Que yo sepa, aquí no están dejando entrar periodistas por el momento. ¡Dónde trabaja?

--Soy funcionario de la Presidencia. Trabajo en la oficina de prensa--respondí.

--Ah, me lo imaginé. Para que te voy a dar declaraciones si no te las van a dejar publicar. ¡Muchacho, no seas ingenuo, cualquier cosa que escribas sobre mí o sobre la Anapo te la van a censurar! Estás muy biche para saber cómo se manejan las cosas en este país –contestó con firmeza, en un tono displicente.

El desprecio con que me habló hizo que mi sangre corriera acelerada por mis venas, por lo que sin vacilar contrapregunté:

--Creo tener el derecho de saber ¿por qué creen que han ganado?

--Acaso no sabes que en cada mesa contamos con un “capitán” (así le decían a los supervisores que desplegó la Anapo en todas las ciudades y pueblos), para vigilar hasta el último detalle el conteo de los votos. Más bien, ve y diles a tus jefes que por ningún motivo nos dejaremos robar las elecciones. Esto mismo se lo voy a decir al registrador--contestó abriendo aun más sus ojos, en un gesto amenazante.

Al salir de la registraduría comprobé que en las calles adyacentes se estaba armando una verdadera manifestación con gentes de los barrios aledaños que comenzaban a celebrar por anticipado la victoria de Rojas. La euforia que se vivía en Bogotá era tan solo un pálido reflejo de lo que sucedía en el resto del país, donde se daba por sentado el retorno del rojismo al Palacio de San Carlos, según relataban las emisoras.

Al llegar de nuevo a la casa presidencial me trasladé a la sala de prensa, con el propósito de aguardar cualquier orden del tercer piso, pero no resistí las ganas de comunicarme por el teléfono interno con Próspero Morales para comentarle lo que acababa de ocurrir, convencido de que se trataba de una “chiva”. Acezante, acerté a decirle.

--Doctor Morales, hablé con María Eugenia, ella asegura que ganaron las elecciones, que no dejarán que se las roben, que tienen gente vigilando el conteo en todas las mesas del país.

Si bien la situación que se vivía era compleja y seguramente no dejaba de preocupar a Morales, este personaje de aguda inteligencia y fino humor, contestó como un profesor, de manera pausada y serena.

--Mijo, lo que me dices no es ninguna “chiva”. Todo eso ya lo sabemos. Tranquilízate, tómate un café y espera que en cualquier momento te necesitamos.

Mientras tanto, entre las siete y las ocho de la noche permanecí en mi oficina, junto con la secretaria y dos compañeros, escuchando la transmisión de varias emisoras, que en una competencia frenética suministraban toda clase de resultados: La mayoría le daban a Rojas una ventaja que oscilaba entre 100.000 y 150.000 votos, pero no faltaban otras, sobre todo las de tendencia anapista, que le atribuían al general una victoria por más de 300.000 votos.

Poco después, a través de la Radio Nacional y de la televisión nos enteramos que de manera intempestiva el gobierno, por orden del ministro Carlos Augusto Noriega, había dado la orden perentoria de suspender en todo el territorio nacional la transmisión de los escrutinios y que solo permitiría la difusión de los datos que suministrara la registraduría. En efecto, el mismo Noriega aprovechó su intervención para dar a conocer el primer boletín oficial, el cual totalizaba una votación por Rojas Pinilla de 312.278 votos y por Pastrana de 298.571, es decir había una ventaja a favor del primero de 13.707 sufragios, mientras que Betancur y Sourdis, los otros dos candidatos aparecían con 84.074 y 38.389 votos, respectivamente. El ministro de gobierno precisó que estos resultados correspondían a 239 de los 920 municipios existentes en aquel entonces, es decir solo se había escrutado el 26 por ciento del total.



LA NOCHE EN QUE LLERAS RESTREPO. RECONOCIÓ EL TRIUNFO DE ROJAS PINILLA ( II )


Sin embargo, en medio del jolgorio de ese partido político, la Registraduría anunció que el ganador era Misael Pastrana. Cambió la historia.



A las nueve y media de la noche sonó el timbre del teléfono interno. Era Próspero Morales, que me pedía que subiera de inmediato al despacho del presidente. Nervioso, ascendí a zancadas por las escaleras hasta el tercer piso. Al ver la puerta semiabierta, no esperé la orden de ingreso, entré de inmediato. Para mi sorpresa, vi que el presidente caminaba inquieto de un costado a otro del despacho, sin darse cuenta de mi presencia. Había un vaso de whisky sobre su escritorio, comprobé que había roto la promesa de abstinencia hecha desde antes de comenzar su gobierno. No era para menos, la situación que atravesaba el país era en extremo delicada. De manera intempestiva se detuvo, giró el cuerpo hacia donde estaba sentado su jefe de prensa, le miró fijamente y con la cabeza ligeramente inclinada hacia el lado derecho, levantó el tono de su voz para decir:

—Próspero, esto se ha perdido. No hay nada que hacer, el general ha ganado. Si, de acuerdo con lo que me han informado, Rojas decide salir uniformado para iniciar una marcha por las principales avenidas con destino al palacio de San Carlos, temo que haya un levantamiento, una sublevación, con todas las atrocidades y derramamiento de sangre que de ella se pueda derivar. No puedo permitir por ningún motivo la toma del poder por la fuerza.

Atónito, al escuchar estas palabras, Próspero se puso de pie, me miró y con un movimiento de sus labios, sin desprender ningún sonido, me dio a entender con su gesto que debía salir del despacho, cosa que hice de inmediato. Una vez en el vestíbulo, me alcanzó, me tomó por un brazo y me comentó entre susurros, visiblemente preocupado.

—Júrame que por ningún motivo vas a contarle a nadie, ni a tu mujer, lo que acabas de oír. El mismo presidente me acaba de decir que no sería extraño que tuviéramos que salir huyendo a la madrugada del país. Más bien, te recomiendo que vayas buscando trabajo, vete a tu casa, pero antes hazme el favor de pasar cerca de la casa del general, para saber qué está ocurriendo. Si notas algo inusual, no dudes en llamarme…

Al bajar las escaleras lo hice lentamente, sentí un escalofrío, el pulso estaba alterado y me temblaban las piernas. Parecía imposible recuperarme del asombro que me había producido escuchar de boca del propio presidente Lleras, que Rojas había ganado las elecciones. Jamás imaginé ser testigo casual de un acontecimiento histórico tan trascendental, el cual habría de mantener en secreto por tanto tiempo.

Media hora después, pasadas las diez de la noche, hice detener el vehículo oficial a tres cuadras de distancia de la residencia de la familia Rojas y caminé hasta las inmediaciones de ésta, alcanzando a llegar hasta una distancia aproximada de 50 metros de su entrada principal, ya que efectivos del Ejército mantenían acordonada el área más próxima a la casa. Tras identificarme como funcionario de Palacio, un oficial me informó que en el interior aún permanecían oficiales en retiro, familiares y algunos amigos que habían ingresado desde las horas de la tarde, para saludar y felicitar al general por su victoria. Dijo que por ningún motivo dejarían salir al candidato, a María Eugenia, a su esposa, Samuel Moreno Díaz o a sus hijos, en acatamiento a una orden impartida por la Presidencia de la República.

En el trayecto comprendido entre las inmediaciones de la casa del general y el sitio donde se hallaba esperándome el conductor, me topé con gentes exaltadas, algunas con signos de haber ingerido licor, que gritaban “abajo las botas, a la presidencia con Rojas”. Otros, aun más osados, reclamaban airados el triunfo del general e incitaban a los que acudían a la zona, a marchar hacia el Palacio de San Carlos, para defender la victoria.

Al llegar a casa, cerca de las once de la noche, no creí necesario llamar a Próspero, lo que había visto en los alrededores de la residencia del general ya se sabía. Prendí la radio y comprobé que las emisoras transmitían música: la orden de Noriega se cumplía de manera estricta. A las dos y cincuenta de la madrugada, en medio del insomnio, producido por el espectacular acontecimiento del que me había enterado por azar, escuché el boletín número 4 de la Registraduría, transmitido por Radio Nacional: Misael Pastrana, 1’368.981 votos; Gustavo Rojas Pinilla, 1’366.364 votos. Datos correspondientes a 785 municipios. Una ventaja mínima de 2.617 votos. Se había producido el milagro, la mayoría de los diarios del país circularon con esta cifra.

El propio exministro de Gobierno Carlos Augusto Noriega, al cabo de varios años, en 1998, publicó el libro Fraude en las elecciones de Pastrana Borrero, donde confiesa que un empleado de la Registraduría de manera involuntaria accionó en la madrugada del 20 de abril de manera defectuosa una sumadora y le computó 30.000 votos más al doctor Pastrana. El error se rectificó días después, pero los primeros ocho boletines salieron afectados por tan grave equivocación. Error que, según Noriega, fue salvador para el doctor Pastrana. Sin embargo, Noriega sostuvo en su publicación que en ese hecho no tuvo nada que ver, como tampoco tuvo que ver con el fraude cometido en el departamento de Nariño, donde se violó el arca triclave y se cambiaron votos favorables a Rojas por votos a favor de Pastrana.

La votación definitiva suministrada por la Registraduría fue de 1’625.025 votos por Misael Pastrana y 1’561.468 votos por Rojas Pinilla. Una ventaja de 63.557 sufragios. El 19 de julio de 1970, la Corte Electoral entregó la credencial de presidente al candidato del Frente Nacional. A raíz de esta credencial, que fue impugnada por la Anapo, concluyó la vida política del general Rojas Pinilla y surgió como protesta el Movimiento 19 de Abril (M-19).

 Aspecto de una calle bogotana durante la polémica jornada electoral del 19 de abril de 1970. / Archivo


ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

*Periodista, exeditor económico de El Espectador, exjefe de redacción de Portafolio y exdirector de la agencia nacional de noticias de El País.
Por: Jorge téllez / especial para El Espectador