El periodista Jorge Téllez revela detalles de una charla inédita en la que, asegura, el entonces mandatario admitía que las presidenciales de 1970 las ganó el anapismo.
El general Gustavo Rojas Pinilla, acompañado por sus simpatizantes, durante la jornada electoral del 19 de abril de 1970 Foto: Archivo El Espectador
Para ilustración de las generaciones más
recientes, es pertinente recordar que en la mencionada fecha se celebraron las
elecciones para presidente de la república, en las que se enfrentaron el
candidato del Frente Nacional, Misael Pastrana Borrero, el ex dictador,
teniente general en retiro, Gustavo Rojas Pinilla, líder del movimiento Alianza
Nacional Popular; el aspirante Belisario Betancur Cuartas, elegido por la
Convención Nacional Popular Conservadora, disidencia del oficialismo y el
candidato oficial de este partido, Evaristo Sourdis.
Pocos días antes de las elecciones, se suscitó en
todo el territorio nacional un clima de extrema agitación, en virtud del fervor
popular que había despertado la candidatura del general, cuyos mensajes
populistas calaron muy hondo en el pueblo, ya que, tanto en la televisión como
en la plaza pública, recurrió a la teoría de la papa y la yuca, para significar
que estos productos se habían encarecido escandalosamente entre la fecha de la
caída de su régimen dictatorial, el 10 de mayo de 1957 y la época de su
candidatura en 1970.
El ambiente que se vivía en las calles de las
principales ciudades, donde Rojas presidió manifestaciones multitudinarias que
condujeron a las huestes anapistas a pensar que se hallaban a las puertas de
una victoria contundente, suscitó una ola de incertidumbre y de temor en las
fuerzas oficialistas, circunstancia que llevó al presidente Carlos Lleras
Restrepo a dictar un decreto, en virtud del cual los medios de comunicación
debían someterse a respetar parámetros de información delineados por el
gobierno, como mecanismo de previsión para evitar interpretaciones
distorsionadas con respecto de las elecciones que se avecinaban, en particular
en todo lo que tenía que ver con la publicación de los resultados de los
escrutinios. Esta medida, como era obvio, suscitó serias críticas en la prensa,
en particular por parte de los diarios liberales, El Espectador y El Tiempo,
cuyos enérgicos editoriales obligaron a Lleras a derogar la disposición, no sin
antes advertirle al país que debería estar alerta por los posibles traumatismos
que podrían sobrevenir.
La sensación sobre una posible victoria del
candidato de la Anapo, la pude comprobar al recorrer en las horas de la mañana
del día de las elecciones las principales calles de la ciudad y observar el
clima reinante en los sitios de votación, donde se palpaba un fervoroso
entusiasmo entre los simpatizantes de Rojas, en contraste con la actitud
discreta y callada de los partidarios de Pastrana. Por lo menos en el caso de
Bogotá, por el número de partidarios que pregonaban el nombre del general, cosa
que antes era permitida, con camisetas, pancartas, banderas, y el rugir de las
bocinas de los vehículos, así como por la algarabía que armaron en las
principales avenidas, era factible pensar que podría presentarse un triunfo
rotundo del general.
Hacia el medio día, cuando llegué al Palacio de
San Carlos, sede de la Presidencia por aquella época, subí de inmediato a la oficina
de Próspero Morales Pradilla, Jefe de Información y Prensa, la cual estaba
ubicada en el tercer piso, con el propósito de comentarle mis impresiones sobre
lo visto en la calle, encontrándome con la sorpresa de hallarlo con el ceño
fruncido, recibiendo llamadas telefónicas de varias ciudades, en las cuales,
según me comentó una vez colgó el auricular, daban cuenta de una amplia ventaja
de Rojas, de acuerdo con los primeros cómputos realizados a boca de urna.
Posteriormente, en las horas de tarde, por orden
de Morales, me trasladé a las instalaciones de la Registraduría del Estado
Civil, para observar de cerca el ambiente que se vivía allí una vez concluídos
los comicios. Recuerdo que hacia las cinco y media de la tarde me acerqué al
lugar donde se hallaba la “capitana del pueblo”, como se le denominaba
popularmente a María Eugenia Rojas de Moreno Díaz, quien estaba acompañada de
varios directivos de la Anapo, que querían hablar con el registrador, Ricardo
Jordán Jiménez. Sin duda, era indescriptible el júbilo reinante entre ellos.
Aunque a esa hora no se conocía ningún boletín oficial, los datos que
trasmitían las emisoras, especialmente la cadena Todelar, la de mayor sintonía
en esa época, arrancaban vivas y aplausos para el general Rojas, ya que el conteo
manual por parte de los jurados de las mesas de votación daba un triunfo
contundente al ex dictador en ciudades como Bogotá, Medellín, Cali,
Barranquilla y Bucaramanga. A medida que se aproximaba la noche, aumentaba la
euforia, ya que las versiones radiales y los informes que recibía María
Eugenia, de personas que había destacado en los sitios donde se sufragó,
arrojaban nuevos datos que consolidaban una gran ventaja de Rojas sobre
Pastrana Borrero y, por supuesto, propinaban una “paliza” sin precedentes a los
otros dos candidatos en disputa, Betancur y Sourdis.
Sin pensarlo dos veces, un tanto nervioso, pero
con la ansiedad y el entusiasmo propios de quien estaba iniciando su carrera
reporteril, decidí abordar a la “capitana”, para decirle:
--Perdone que le pregunte: ¿Por qué cree usted que
el general Rojas ha ganado, si todavía no se conoce ningún boletín oficial?
Reaccionó con sorpresa, me miró a los ojos y
elevando el tono de su voz, exclamó:
--¿Quién es usted? Que yo sepa, aquí no están
dejando entrar periodistas por el momento. ¡Dónde trabaja?
--Soy funcionario de la Presidencia. Trabajo en la
oficina de prensa--respondí.
--Ah, me lo imaginé. Para que te voy a dar
declaraciones si no te las van a dejar publicar. ¡Muchacho, no seas ingenuo,
cualquier cosa que escribas sobre mí o sobre la Anapo te la van a censurar!
Estás muy biche para saber cómo se manejan las cosas en este país –contestó con
firmeza, en un tono displicente.
El desprecio con que me habló hizo que mi sangre
corriera acelerada por mis venas, por lo que sin vacilar contrapregunté:
--Creo tener el derecho de saber ¿por qué creen
que han ganado?
--Acaso no sabes que en cada mesa contamos con un
“capitán” (así le decían a los supervisores que desplegó la Anapo en todas las
ciudades y pueblos), para vigilar hasta el último detalle el conteo de los
votos. Más bien, ve y diles a tus jefes que por ningún motivo nos dejaremos
robar las elecciones. Esto mismo se lo voy a decir al registrador--contestó
abriendo aun más sus ojos, en un gesto amenazante.
Al salir de la registraduría comprobé que en las
calles adyacentes se estaba armando una verdadera manifestación con gentes de
los barrios aledaños que comenzaban a celebrar por anticipado la victoria de
Rojas. La euforia que se vivía en Bogotá era tan solo un pálido reflejo de lo
que sucedía en el resto del país, donde se daba por sentado el retorno del
rojismo al Palacio de San Carlos, según relataban las emisoras.
Al llegar de nuevo a la casa presidencial me
trasladé a la sala de prensa, con el propósito de aguardar cualquier orden del
tercer piso, pero no resistí las ganas de comunicarme por el teléfono interno
con Próspero Morales para comentarle lo que acababa de ocurrir, convencido de
que se trataba de una “chiva”. Acezante, acerté a decirle.
--Doctor Morales, hablé con María Eugenia, ella
asegura que ganaron las elecciones, que no dejarán que se las roben, que tienen
gente vigilando el conteo en todas las mesas del país.
Si bien la situación que se vivía era compleja y
seguramente no dejaba de preocupar a Morales, este personaje de aguda
inteligencia y fino humor, contestó como un profesor, de manera pausada y
serena.
--Mijo, lo que me dices no es ninguna “chiva”.
Todo eso ya lo sabemos. Tranquilízate, tómate un café y espera que en cualquier
momento te necesitamos.
Mientras tanto, entre las siete y las ocho de la
noche permanecí en mi oficina, junto con la secretaria y dos compañeros,
escuchando la transmisión de varias emisoras, que en una competencia frenética
suministraban toda clase de resultados: La mayoría le daban a Rojas una ventaja
que oscilaba entre 100.000 y 150.000 votos, pero no faltaban otras, sobre todo
las de tendencia anapista, que le atribuían al general una victoria por más de
300.000 votos.
Poco después, a través de la Radio Nacional y de
la televisión nos enteramos que de manera intempestiva el gobierno, por orden
del ministro Carlos Augusto Noriega, había dado la orden perentoria de
suspender en todo el territorio nacional la transmisión de los escrutinios y
que solo permitiría la difusión de los datos que suministrara la registraduría.
En efecto, el mismo Noriega aprovechó su intervención para dar a conocer el
primer boletín oficial, el cual totalizaba una votación por Rojas Pinilla de
312.278 votos y por Pastrana de 298.571, es decir había una ventaja a favor del
primero de 13.707 sufragios, mientras que Betancur y Sourdis, los otros dos
candidatos aparecían con 84.074 y 38.389 votos, respectivamente. El ministro de
gobierno precisó que estos resultados correspondían a 239 de los 920 municipios
existentes en aquel entonces, es decir solo se había escrutado el 26 por ciento
del total.
LA NOCHE EN QUE LLERAS RESTREPO.
RECONOCIÓ EL TRIUNFO DE ROJAS PINILLA ( II )
Sin embargo, en medio del jolgorio de ese partido político, la Registraduría anunció que el ganador era Misael Pastrana. Cambió la historia.
A las nueve y media de la noche sonó el timbre del
teléfono interno. Era Próspero Morales, que me pedía que subiera de inmediato
al despacho del presidente. Nervioso, ascendí a zancadas por las escaleras
hasta el tercer piso. Al ver la puerta semiabierta, no esperé la orden de
ingreso, entré de inmediato. Para mi sorpresa, vi que el presidente caminaba
inquieto de un costado a otro del despacho, sin darse cuenta de mi presencia.
Había un vaso de whisky sobre su escritorio, comprobé que había roto la promesa
de abstinencia hecha desde antes de comenzar su gobierno. No era para menos, la
situación que atravesaba el país era en extremo delicada. De manera
intempestiva se detuvo, giró el cuerpo hacia donde estaba sentado su jefe de
prensa, le miró fijamente y con la cabeza ligeramente inclinada hacia el lado
derecho, levantó el tono de su voz para decir:
—Próspero, esto se ha perdido. No hay nada que
hacer, el general ha ganado. Si, de acuerdo con lo que me han informado, Rojas
decide salir uniformado para iniciar una marcha por las principales avenidas
con destino al palacio de San Carlos, temo que haya un levantamiento, una
sublevación, con todas las atrocidades y derramamiento de sangre que de ella se
pueda derivar. No puedo permitir por ningún motivo la toma del poder por la
fuerza.
Atónito, al escuchar estas palabras, Próspero se
puso de pie, me miró y con un movimiento de sus labios, sin desprender ningún
sonido, me dio a entender con su gesto que debía salir del despacho, cosa que
hice de inmediato. Una vez en el vestíbulo, me alcanzó, me tomó por un brazo y
me comentó entre susurros, visiblemente preocupado.
—Júrame que por ningún motivo vas a contarle a
nadie, ni a tu mujer, lo que acabas de oír. El mismo presidente me acaba de
decir que no sería extraño que tuviéramos que salir huyendo a la madrugada del
país. Más bien, te recomiendo que vayas buscando trabajo, vete a tu casa, pero
antes hazme el favor de pasar cerca de la casa del general, para saber qué está
ocurriendo. Si notas algo inusual, no dudes en llamarme…
Al bajar las escaleras lo hice lentamente, sentí
un escalofrío, el pulso estaba alterado y me temblaban las piernas. Parecía
imposible recuperarme del asombro que me había producido escuchar de boca del
propio presidente Lleras, que Rojas había ganado las elecciones. Jamás imaginé ser
testigo casual de un acontecimiento histórico tan trascendental, el cual habría
de mantener en secreto por tanto tiempo.
Media hora después, pasadas las diez de la noche,
hice detener el vehículo oficial a tres cuadras de distancia de la residencia
de la familia Rojas y caminé hasta las inmediaciones de ésta, alcanzando a
llegar hasta una distancia aproximada de 50 metros de su entrada principal, ya
que efectivos del Ejército mantenían acordonada el área más próxima a la casa.
Tras identificarme como funcionario de Palacio, un oficial me informó que en el
interior aún permanecían oficiales en retiro, familiares y algunos amigos que
habían ingresado desde las horas de la tarde, para saludar y felicitar al
general por su victoria. Dijo que por ningún motivo dejarían salir al
candidato, a María Eugenia, a su esposa, Samuel Moreno Díaz o a sus hijos, en
acatamiento a una orden impartida por la Presidencia de la República.
En el trayecto comprendido entre las inmediaciones
de la casa del general y el sitio donde se hallaba esperándome el conductor, me
topé con gentes exaltadas, algunas con signos de haber ingerido licor, que
gritaban “abajo las botas, a la presidencia con Rojas”. Otros, aun más osados,
reclamaban airados el triunfo del general e incitaban a los que acudían a la
zona, a marchar hacia el Palacio de San Carlos, para defender la victoria.
Al llegar a casa, cerca de las once de la noche,
no creí necesario llamar a Próspero, lo que había visto en los alrededores de
la residencia del general ya se sabía. Prendí la radio y comprobé que las
emisoras transmitían música: la orden de Noriega se cumplía de manera estricta.
A las dos y cincuenta de la madrugada, en medio del insomnio, producido por el
espectacular acontecimiento del que me había enterado por azar, escuché el
boletín número 4 de la Registraduría, transmitido por Radio Nacional: Misael
Pastrana, 1’368.981 votos; Gustavo Rojas Pinilla, 1’366.364 votos. Datos
correspondientes a 785 municipios. Una ventaja mínima de 2.617 votos. Se había
producido el milagro, la mayoría de los diarios del país circularon con esta
cifra.
El propio exministro de Gobierno Carlos Augusto
Noriega, al cabo de varios años, en 1998, publicó el libro Fraude en las
elecciones de Pastrana Borrero, donde confiesa que un empleado de la
Registraduría de manera involuntaria accionó en la madrugada del 20 de abril de
manera defectuosa una sumadora y le computó 30.000 votos más al doctor
Pastrana. El error se rectificó días después, pero los primeros ocho boletines
salieron afectados por tan grave equivocación. Error que, según Noriega, fue
salvador para el doctor Pastrana. Sin embargo, Noriega sostuvo en su
publicación que en ese hecho no tuvo nada que ver, como tampoco tuvo que ver
con el fraude cometido en el departamento de Nariño, donde se violó el arca
triclave y se cambiaron votos favorables a Rojas por votos a favor de Pastrana.
La votación definitiva suministrada por la
Registraduría fue de 1’625.025 votos por Misael Pastrana y 1’561.468 votos por
Rojas Pinilla. Una ventaja de 63.557 sufragios. El 19 de julio de 1970, la
Corte Electoral entregó la credencial de presidente al candidato del Frente
Nacional. A raíz de esta credencial, que fue impugnada por la Anapo, concluyó
la vida política del general Rojas Pinilla y surgió como protesta el Movimiento
19 de Abril (M-19).
Aspecto de una calle bogotana durante la polémica jornada electoral del 19 de abril de 1970. / Archivo
ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
*Periodista, exeditor económico de El Espectador, exjefe de redacción de Portafolio y exdirector de la agencia nacional de noticias de El País.
Por: Jorge téllez / especial para El Espectador
*Periodista, exeditor económico de El Espectador, exjefe de redacción de Portafolio y exdirector de la agencia nacional de noticias de El País.
Por: Jorge téllez / especial para El Espectador