Voz: Abril 18 2013
Millones de rostros mostraron la Colombia diversa que reclama la paz con justicia social. En la historia del país el 9 de abril es una fecha histórica
Se colmó varias veces la Plaza de Bolívar en la movilización más grande en el país. Foto Alcaldía de Bogotá.
La hilera interminable de buses o chivas por las calles de la capital
al amanecer del 9 de abril alteró con rareza la costumbre de los
desprevenidos citadinos que, rumbo a su quehacer cotidiano, percibían
algo diferente ese día. Entre murmullos, los extraños comentaban la
inusual temperatura. La gigante mole gris despertaba la curiosidad y
aceleraba las intenciones por las que llegaron: marchar.
El 9 de abril de 2013 marcó un antes y un después para la paz del
país. La movilización, que alcanzó el millón de personas –según cifras
del Fondo de Prevención y Atención de Emergencias (Fopae)–, fue la
notificación a la guerrilla de las FARC-EP y al gobierno nacional de
que, en asuntos de paz, ellos también opinan.
La madrugada
Desde tempranas horas de la mañana arribaron las delegaciones de
todas las regiones del país a los cinco puntos de concentración
dispuestos, y, como en sus vidas cotidianas, ese día a los marchantes no
les faltó su sorbo de café. Las ollas gigantes burbujeantes eran señal
de la puesta a punto para la primera servida del tinto, mientras otro
grupo de compañeros alistaba la primera merienda.
Después de esperar hasta el último de los buses, los marchantes
apresurados corrían de un lado a otro con su bandera en mano para
recibir las últimas recomendaciones de los equipos organizadores de la
movilización. El entusiasmo estaba a flor de piel.
El cubrimiento
Los medios de comunicación agolpados en los puntos de encuentro
registraban con algo de impresión el número de participantes. Los
rostros de indígenas, mujeres, niños, afros y campesinos se confundían
entre el mar de banderas y camisetas del Bolívar Desnudo arrastrando el
tricolor que acompañó las movilizaciones de punta a punta. Los tambores
prendieron el bullicio y las alpargatas echaron a andar.
Mientras las primeras horas de la mañana se iban en organizar las rutas del desplazamiento, el entusiasmo era aun más contagioso, conforme los bloques de gente del común se fortalecían y emprendían camino al centro de la ciudad.
Mientras tanto, bogotanos por miles se sumaban a las manifestaciones e
intercambiaban experiencias con los viajeros. Las consignas políticas
sonaban con mayor fuerza y reflejaban la necesidad de un alto al fuego
bilateral, como se lo explicaba a VOZ Miriam Rodríguez, campesina del
sur del país:
“Ya no aguantamos más estar bajo las miras de los helicópteros y los combates”. Y es que la noche previa a la movilización, el presidente Juan Manuel Santos reiteraba de manera contundente que no habría la más mínima posibilidad de un cese al fuego bilateral. Palabras que no cayeron bien en las delegaciones provenientes de los teatros de guerra más crueles, por eso su vehemente reclamo se oyó más fuerte.
“Ya no aguantamos más estar bajo las miras de los helicópteros y los combates”. Y es que la noche previa a la movilización, el presidente Juan Manuel Santos reiteraba de manera contundente que no habría la más mínima posibilidad de un cese al fuego bilateral. Palabras que no cayeron bien en las delegaciones provenientes de los teatros de guerra más crueles, por eso su vehemente reclamo se oyó más fuerte.
El bullicio
En otro de los puntos de concentración se vivía el mismo ambiente; la
diversidad en los lenguajes y los anhelos de un nuevo país alimentaban
la expectativa. En el Parque Nacional no cabía un participante más y a
lo largo de la carrera séptima el ruido ensordecedor de las miles de
trompetas era uno solo.
El transporte público, habitualmente lento en Bogotá, en la mañana colapsó. Los conductores dividían opiniones. Unos sorprendidos al ver caras nunca antes vistas, una experiencia sin igual para su memoria; los otros, ofuscados por la sin salida de los trancones buscaron rutas de escape infructuosamente. Los dos fueron también testigos de los acontecimientos.
Marcha en la marcha
Ya en alrededores del Parque Nacional, tres de los cuatro voceros de
Marcha Patriótica, Piedad Córdoba, David Flórez y Andrés Gil (Carlos
Lozano estaba fuera del país), se daban cita para expresar su
complacencia y juntos marchar hasta la Plaza de Bolívar. Con un gigante
trapo por delante y una comparsa del Caribe, se adornaron los pasos de
quienes en octubre del pasado año anunciaran la movilización más grande
jamás vista en Colombia para conmemorar los 65 años de El Bogotazo,
parte del origen de la Violencia, y lo lograron.
El sol despuntaba con mayor fuerza y el hervidero humano crecía. Ya eran un poco más de las diez de la mañana y los voceros de Marcha se acercaban a la esquina más famosa de Bogotá. Allí cayó muerto el caudillo popular para arrebatar las ilusiones de un mejor país a una generación entera y las futuras; se encontraron todos para elevar un reclamo por la memoria. En la Jiménez con Séptima se prendió una vela por Jorge Eliécer Gaitán.
Gloria Inés Ramírez y Piedad Córdoba fueron las encargadas del
emotivo acto que le desprendió lágrimas a muchos. “Vamos a encender
estas velas para recordar, pero por sobre todo para que no vuelva a
ocurrir: Que la izquierda colombiana tenga derecho a pensar y a
construir país sin que se nos persiga, sin que se nos señale. Nosotros
le propusimos al país esta marcha para abrazar la paz”, dijo Piedad,
ante los curiosos y simpatizantes que la acompañaban.
Los rostros diversos
Los periodistas se sumaron a la movilización. Algunos en ejercicio de
su deber y otros entregados a su convicción de escribir pronto notas
para un país en paz. Como los periodistas, los lustrabotas caminaron al
paso de Piedad Córdoba, mientras le lanzaban arengas mordaces:
“presidenta, presidenta, presidenta”. “Hoy no embellecemos calzado”,
dijo don Jesús López que, herramienta en mano y cartelera con marcador,
pedía la paz.
Mientras los marchantes se enrumbaban a la Plaza de Bolívar, allí los
actos culturales daban inicio a la jornada que solo terminó cuando
todas las voces demócratas hablaron. Grupos artísticos populares,
urbanos y hasta la Filarmónica de Bogotá, le imprimieron un saludo
cultural a quienes a esa hora ocupaban la plaza. Detrás de bambalinas la
comisión internacional del Foro de Sao Paulo era testigo de la
movilización y comentaba acerca del impacto que le causó el compromiso
por la paz de quienes desde apartadas regiones del país llegaron a la
ciudad.
En defensa de lo público
Las palabras de Gustavo Petro, alcalde de Bogotá, fueron
contundentes. Pues se estaba marchando por una paz de la que no se puede
desligar ningún problema, menos la defensa de lo público. Sin
prevenciones, Petro rechazó las acusaciones y planes desestabilizadores
contra su administración. El ex M-19 reclamó que fueran oídos los
marchantes: “Si esta manifestación sucede es porque hay algo grave y no
por triviales razones. Y esto obliga a escucharla y a oírla. Somos la
mejor fuerza de paz en Colombia”.
Las banderas seguían llegando a la plaza. Parecía no tener fin la
movilización, nadie quería quedarse por fuera del momento más
emocionante, cuando el pleno de la Marcha Patriótica representado en
mujeres, estudiantes, indígenas, afros, intelectuales, campesinos, la
izquierda de Colombia, haría su intervención.
Oración por la Paz
Desde las ventanas de los edificios aledaños a la plaza, los
ciudadanos sorprendidos por la cantidad de marchantes ondearon banderas y
en gesto de acompañamiento lanzaron papel picado que recordó las
mariposas en Macondo de Cien Años de Soledad, evocadas en la Segunda
Oración por la Paz, de la pluma de William Ospina, en voz de Piedad
Córdoba: “Es un pueblo muy paciente, un pueblo que espera 65, 70, 100
años por la paz. Cien años de soledad”.
Se vieron emociones por doquier. Ningún rincón de la plaza y de la
Carrera Séptima pudo esconder su emotiva nostalgia en cada palabra de la
Oración, que a partir de ese momento dejó de ser de Ospina para
convertirse en patrimonio de todos. Así lo dijo Aníbal Hernández,
oriundo del departamento de Caquetá: “Es nuestro grito de rebeldía”.
El derrotero: La paz
Ese país soñado y escondido entre el corazón de los humildes fue la
síntesis de la Oración por la Paz. Éxtasis total al exclamar desde la
tribuna: “¡Viva la paz, viva la marcha, viva Colombia!”. Ahí fue la
notificación de la misión cumplida. En aquel momento todas las
delegaciones entendieron que el esfuerzo y las dificultades podían, como
en las telenovelas, tener un final feliz. Y sí que lo tuvo.
Pasó la tarde y mientras los visitantes recorrían las calles que
pensaron nunca conocer, se fue apagando el hervidero humano y
prendiéndose la ilusión de un nuevo momento político a partir del 10 de
abril. Un millón de reclamantes por la paz no es fácil de ocultar. El
referendo por los cambios estructurales del país ya se ganó. Las
conclusiones políticas y las lecturas amañadas pasaron a un segundo
plano. Colombia marchó no por las intentonas reeleccionistas, ni por
auspicio y beneplácito de lo que llaman algunos “terrorismo”. No.
Colombia marchó por la misma razón de hace 65 años: paz con justicia
social.