Por. Maria Jimena Duzan
Revista Semana
En la selva, la guerrillerada le dedica el tiempo no a la guerra sino a prepararse para lo que se les avecina.
Maria Jimena Duzan: Foto Guillermo Torres
"Todo concluye, pero nada perece”, decía
Séneca. esa fue la reflexión más nítida que me dejaron los tres días que
estuve en un campamento guerrillero del bloque oriental jorge briceño
de las farc; el mismo al que pertenece el frente primero del guaviare
que le acaba de notificar al país su decisión de no acompañar el proceso
de paz.
Para mi sorpresa, cuando le
pregunté al comandante Mauricio Jaramillo, jefe del bloque Oriental,
sobre la noticia que estaba siendo difundida por los medios, él no me lo
negó: “Sí, eso es cierto – me aclaró– no creo que sean más de 100 y muy
probablemente lo hicieron porque fueron cooptados por la mafia”.
La
noticia causó sorpresa en la joven guerrillerada con la que habíamos
conversado durante tres días con sus noches, bajo una lluvia inclemente
que nunca nos abandonó. “Santos ya salió a decir que los que no fuéramos
a apoyar el proceso de paz nos iban a dar plomo”, me contó un
guerrillero de 23 años con un gesto de preocupación en su rostro.
Ese
era el mismo guerrillero raso al que habíamos visto estudiando los
acuerdos de paz, atendiendo todas las noches los cursos que se estaban
dando en el campamento en torno a lo acordado en La Habana. El curso
sobre la paz lo hacían en el búnker, una trinchera que habían
acondicionado para convertirla de noche en un aula de clase y a la que
iban cerca de 30 guerrilleros cuyas edades variaban entre los 23 y 35
años. El más ‘viejo’ del campamento era el jefe de seguridad que tenía
40 años, perteneciente a la etnia de los cubeos del Vaupés.
Convertir
los refugios de guerra en aulas de clase no fue la única señal de que
la guerra estaba llegando a su fin. Desde que las Farc decretaron el
cese unilateral del fuego hace casi ya un año, a la guerrillerada le ha
cambiado la vida en estas selvas del Amazonas: ahora el tiempo que le
dedicaban a la guerra lo invierten en prepararse para los nuevos
desafíos que se les avecinan. Desde hace cuatro meses toman cursos para
estudiar los acuerdos de paz. Punto por punto los han ido analizando y
debatido.
De noche atienden las clases en el búnker y de día hacen las
tareas en los escritorios de madera que tienen sus caletas. Al parecer
esta es la manera como las Farc están preparando a la guerrillerada para
la celebración de su décima conferencia, el mayor órgano de decisión de
este movimiento, la cual va a realizarse en las próximas semanas. Ese
será el escenario en el que las Farc definirán los parámetros sobre los
cuales dejan de ser un movimiento armado para convertirse en un partido
político. ¿Cómo será esa nueva organización sin armas? De eso muy poco
se sabe. Lo que sí me quedó claro es que su voluntad para cesar la
guerra es irreversible, así haya grupos minoritarios que no quieran
acogerse a este momento histórico.
La
manera como construyeron el campamento demuestra que fue hecho pensando
en el fin de la guerra y no en la confrontación. Hay caminos de
gravillas enmarcados por finos palos de bambú que permiten caminar de un
lado a otro sin que el barro los atasque; hay represas de agua en los
morichales que permiten cocinar y bañarse. En tiempo de los bombardeos,
los campamentos se construían en perímetros cuadrados, unos alejados de
los otros. En este, los cuadrados están pegados, las guerrilleradas han
tenido alientos para arreglar sus caletas, les han puesto maticas y
corotos, como si supieran que el tiempo de salir corriendo al ruido de
un avión se ha terminado. Me sorprendió incluso ver a dos guerrilleras
embarazadas caminado tranquilas bajo la pesada humedad de la selva. “Las
dejamos aquí los primeros meses porque las cosas están muy tranquilas”,
me respondió una guerrillera. Solo los M16 que cargan como si los
llevaran pegados al cuerpo, le recuerdan a uno que esta guerra todavía
tiene combustible para revivir si la alientan.
Pero
si bien es cierto que en este mundo oculto que habita estas selvas se
siente que hay un ciclo de la historia de Colombia que se termina,
también se percibe que hay otro que comienza. Y que ese mundo que se
inicia resulta para esa guerrillerada tan incierto como esperanzador. El
fin de la guerra significa aquí muchas cosas: para muchos, va a ser la
primera vez que van a tener una cédula colombiana; para unos, va a ser
la posibilidad de ver a la familia que perdieron de vista; para otros
será la oportunidad de validar su bachillerato con el propósito de
estudiar ecología, derecho o ingeniería mecánica. Y aunque todos dicen
que harán lo que su organización les diga, la realidad es que su futuro
lo ven incierto. Unos tienen temor de que los maten, de que el gobierno
no les cumpla. Otros, de que los recibamos con odio. La que ha sido
hasta ahora la familia de ellos, las Farc, se va a convertir en un
partido político, y ellos van a tener que dejar el poder que les dan las
armas para volver a ser ciudadanos de a pie. Dónde y cómo lo harán,
todavía no lo saben.
Ellos no son los
únicos que tienen esas dudas e incertidumbres. Los que no creemos en la
lucha armada, pero sabemos que hay que aprovechar este momento histórico
para que cambien las cosas, también las tenemos. Tampoco sabemos muy
bien cómo será ese futuro. Unos y otros estamos caminando sobre un
terreno desconocido por el que nunca habíamos transitado. Ojalá entre
ellos y nosotros podamos construirlo, así pensemos de manera distinta.