Por: Daniel Samper Pizano
Son de lamentar el lenguaje, las calumnias y las mentiras que están utilizando los expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana.
Estoy avergonzadísimo con los gamines colombianos. Hay gente
importante empeñada en adueñarse de su papel y convertir al país en una
gaminocracia donde prevalezcan la grosería, la vulgaridad, el matoneo y
la mendacidad flagrante. Temo que los gamines se hayan escandalizado en
los últimos días al oír en boca de los expresidentes Andrés Pastrana y
Álvaro Uribe la descalificación zafia de sus adversarios, y acusaciones
infames contra quienes forman parte de su maletín de odios.
De Uribe sabemos que anda algo desequilibrado por el dichoso Twitter y
que reacciona al menor estímulo con inmediatos trinos calientes. Cuando
se usaban el lápiz y papel, los políticos pensaban antes de escribir y
corregían con cierto sosiego sus declaraciones. Con el Twitter, ya no:
con el Twitter piensan los dedos, no los sesos, y hay prestidigitadores
que tienen la tableta conectada al hígado, no al cerebro. Decir que
Enrique Santos Calderón es un “apologista del terrorismo”, conducta que
constituye un delito, es inaceptable en quien tanto poder y
responsabilidad tiene en Colombia.
¿Podría probarlo ante un juez?
Lo de Pastrana es distinto, porque en su caso la conexión con el
cerebro resulta bastante más difícil. Lo inquietante en él es su
capacidad de vociferar y la neblina de amnesia que le invade la cabeza.
Llamar “camarero de Pablo Escobar” a un ministro del que discrepa es
rebajar el debate de los problemas nacionales al insulto de arrabal.
Respecto a la amnesia, quiero ayudarle comparando algunas de sus
palabras recientes con los hechos históricos.
Dice él que el presidente Juan Manuel Santos “no tiene un mandato
para la paz”, de donde infiere que es indebido que la busque. Si don
Andrés hubiera leído la Constitución Nacional habría sabido que todos
tenemos la obligación de procurar la paz. Lo dice el artículo 22: “La
paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”. Y lo reitera
el 95/6 al enunciar los “deberes y obligaciones” de los ciudadanos:
“Propender al logro y mantenimiento de la paz”. Ahí está el mandato.
Agrega el expresidente que “nunca en la historia de Colombia se había
hecho un proceso de paz en medio de un proceso electoral”. Qué rápido
olvidó la manera como él mismo reventó un proceso electoral
introduciendo a ‘Tirofijo’ y quebrantando el acuerdo tácito de los
partidos de no meter los grupos armados en sus campañas. Recordemos: la
primera vuelta de las elecciones de 1998 la ganó Horacio Serpa, y
Pastrana ocupó el segundo lugar. Entre la primera y la segunda, un
enviado de Pastrana, Víctor G. Ricardo, visitó a ‘Tirofijo’ y le pidió
su apoyo. Hábilmente, el jefe de las Farc se tomó la histórica foto con
Ricardo, pero exigió contraprestaciones.
La engañosa esperanza de paz
ilusionó a muchos colombianos, así que en la segunda vuelta Serpa
aumentó su votación, pero Pastrana lo sobrepasó por medio millón de
votos. La manita de ‘Tirofijo’ volteó las elecciones y los colombianos
pagamos luego el cogobierno de las Farc con la catástrofe del Caguán.
Ahora Pastrana pregunta: “Si las Farc saben que la reelección de
Santos está en sus manos, ¿hasta dónde van a pedir?”. Puede estar
tranquilo: no pedirán más de lo que él les concedió en el Caguán a
cambio de un retrato.
Siguiendo con su ristra de insultos, don Andrés llama “mula” a
Gabriel Silva, que fue destacado funcionario suyo, y dice de la
exministra Mónica de Greiff que “era la encargada de recoger los
recursos del cartel de Cali” en la elección de 1994. ¿Por qué no la
denunció formalmente? Porque se trata de una infamia cobarde: una
falacia que, por supuesto, sería incapaz de sostener ante un juez.
Lo más sorprendente es que, con solemnidad pontifical, afirmó por la
radio, en referencia a sí mismo: “El país sabe que Andrés Pastrana no
miente”. Supongo que en este punto hasta los gamines dejaron de
escandalizarse y soltaron una sonora carcajada. Y aún falta una dosis
mayor de escándalo: Nicaragua...