Por: Gabriel Ángel
29 de Mayo 2013.
Desde entonces todas las iras imperiales
y oligárquicas cayeron sobre nuestras humanidades, no hubo infamia que
no se atribuyera a nuestra organización. Perseverar en la lucha se
convirtió en estigma, patíbulos ejemplarizantes se irguieron para
ejecutarnos con sevicia, los círculos del poder celebraron al unísono
una y otra vez cada golpe que recibíamos. Nos volvieron malditos.
Tenemos todo el derecho a llamarnos revolucionarios y a ocupar el lugar que nos merecemos en la construcción del nuevo país
La
ideología de las clases dominantes nunca bramó con tanta soberbia como
tras la caída de la Unión Soviética. Lanza en ristre, políticos,
académicos, intelectuales, militares y hasta comunistas arrepentidos se
echaron encima del pensamiento revolucionario, alegando que carecía de
lugar, pretendiendo ridiculizar a sus defensores y celebrando misas por
su muerte intempestiva.
Absurdas elaboraciones sin el menor sustento histórico o científico pasaron a remplazar lo que llamaron con desprecio el metarelato. El fin de la historia, el choque de las civilizaciones, la ola democratizadora, sucesivamente emergieron novísimas interpretaciones de la realidad, bendecidas de inmediato por el gran capital y universalizadas con loas por los grandes medios.
Peor aún la avalancha desatada contra los revolucionarios en armas. Al tiempo que los marines norteamericanos pertrechados con el arsenal más moderno, amparados por sofisticada artillería, naves de guerra y aviones de alta tecnología destructiva, humillaban al Ejército iraquí en la Tormenta del Desierto, se nos hizo saber que nada justificaba ahora las rebeliones armadas.
Sin importar el lugar, las condiciones históricas,ni la naturaleza de las contradicciones económicas, sociales, políticas o culturales que particularizaban la situación de las distintas luchas de los oprimidos, un decreto expedido en las alturas imperiales, y aplicado de inmediato por sus cipayos en cada país, sentenciaba que sólo tenían algún sentido los medios pacíficos.
Dando por sentado, por supuesto, que en todas partes existían condiciones plenas para ejercicio de tal expresión de la lucha popular. Y partiendo de la premisa de que todas las manifestaciones, armadas y no armadas de inconformidad y rebeldía, habían tenido origen exclusivo en el interés soviético por ampliar su dominio en el mundo. Muerta la madre, había que sacrificar los hijos.
Absurdas elaboraciones sin el menor sustento histórico o científico pasaron a remplazar lo que llamaron con desprecio el metarelato. El fin de la historia, el choque de las civilizaciones, la ola democratizadora, sucesivamente emergieron novísimas interpretaciones de la realidad, bendecidas de inmediato por el gran capital y universalizadas con loas por los grandes medios.
Peor aún la avalancha desatada contra los revolucionarios en armas. Al tiempo que los marines norteamericanos pertrechados con el arsenal más moderno, amparados por sofisticada artillería, naves de guerra y aviones de alta tecnología destructiva, humillaban al Ejército iraquí en la Tormenta del Desierto, se nos hizo saber que nada justificaba ahora las rebeliones armadas.
Sin importar el lugar, las condiciones históricas,ni la naturaleza de las contradicciones económicas, sociales, políticas o culturales que particularizaban la situación de las distintas luchas de los oprimidos, un decreto expedido en las alturas imperiales, y aplicado de inmediato por sus cipayos en cada país, sentenciaba que sólo tenían algún sentido los medios pacíficos.
Dando por sentado, por supuesto, que en todas partes existían condiciones plenas para ejercicio de tal expresión de la lucha popular. Y partiendo de la premisa de que todas las manifestaciones, armadas y no armadas de inconformidad y rebeldía, habían tenido origen exclusivo en el interés soviético por ampliar su dominio en el mundo. Muerta la madre, había que sacrificar los hijos.
Si todas las formas de la lucha
contra la explotación capitalista eran inyectadas por el comunismo ruso,
si las presuntas injusticias y opresiones contra las que se alzaban los
pueblos no eran más que invenciones de la propaganda subversiva
promovida por Moscú, si el capitalismo era el escalón más alto e
insuperable alcanzado por la humanidad, no había más remedio que
rendirse.
Entre otras cosas, porque con el derrumbe del paradigma se pretendía probar la imposibilidad de una alternativa distinta. Todos los medios y discursos repitieron incesantemente que la salvación buscada no existía, como acababa de ser demostrado, pero sobre todo porque el peligro jamás había existido tampoco. El capitalismo nunca había sido un monstruo, sino una bendición bendita.
Canallas, miserables, dinosaurios despreciables y estúpidos, momias congeladas en las nieves del tiempo, piezas desechables de museo, ciegos sin lazarillo y sordos sin remedio, qué no se dijo de quienes perseveramos en la lucha contra las injusticias. La furia reunida de todos los huracanes era pequeña ante temible tsunami que se abalanzó sobre los revolucionarios y rebeldes.
Muchos cedieron, es verdad. Bebieron de la nueva fuente de la sabiduría y quedaron perplejos, anonadados por el descomunal gigantismo del poder omnímodo. Resignaron sus ideas y sus esfuerzos por transformarlo todo y construir su verdad. No merecen una palabra más que se refiera a ellos. Nosotros no, nosotros seguimos apostando a la causa y seguros de triunfar.
Desde entonces todas las iras imperiales y oligárquicas cayeron sobre nuestras humanidades, no hubo infamia que no se atribuyera a nuestra organización. Perseverar en la lucha se convirtió en estigma, patíbulos ejemplarizantes se irguieron para ejecutarnos con sevicia, los círculos del poder celebraron al unísono una y otra vez cada golpe que recibíamos. Nos volvieron malditos.
Entre otras cosas, porque con el derrumbe del paradigma se pretendía probar la imposibilidad de una alternativa distinta. Todos los medios y discursos repitieron incesantemente que la salvación buscada no existía, como acababa de ser demostrado, pero sobre todo porque el peligro jamás había existido tampoco. El capitalismo nunca había sido un monstruo, sino una bendición bendita.
Canallas, miserables, dinosaurios despreciables y estúpidos, momias congeladas en las nieves del tiempo, piezas desechables de museo, ciegos sin lazarillo y sordos sin remedio, qué no se dijo de quienes perseveramos en la lucha contra las injusticias. La furia reunida de todos los huracanes era pequeña ante temible tsunami que se abalanzó sobre los revolucionarios y rebeldes.
Muchos cedieron, es verdad. Bebieron de la nueva fuente de la sabiduría y quedaron perplejos, anonadados por el descomunal gigantismo del poder omnímodo. Resignaron sus ideas y sus esfuerzos por transformarlo todo y construir su verdad. No merecen una palabra más que se refiera a ellos. Nosotros no, nosotros seguimos apostando a la causa y seguros de triunfar.
Desde entonces todas las iras imperiales y oligárquicas cayeron sobre nuestras humanidades, no hubo infamia que no se atribuyera a nuestra organización. Perseverar en la lucha se convirtió en estigma, patíbulos ejemplarizantes se irguieron para ejecutarnos con sevicia, los círculos del poder celebraron al unísono una y otra vez cada golpe que recibíamos. Nos volvieron malditos.
Aun así seguimos
adelante. Inspirados entre otras cosas por la dignidad del pueblo de
Cuba, esa nación de titanes que iluminados por las palabras del Fidel y
El Che, se levantaba invencible en las narices del Imperio. Animados por
la claridad diáfana del pensamiento de nuestros fundadores.
Reivindicando la sangre y el honor de aquellos de los nuestros que caían
en la embestida.
Pero sobre todo, conscientes de que no
porque la repitieran millones de veces, la mentira institucionalizada
iba a volverse cierta. Mientras el hambre y la injusticia afectaran a
una inmensa mayoría de nuestros compatriotas, mientras la violencia
sanguinaria del Estado continuara cercenando miles de vidas en nuestro
suelo, nuestras razones al nacer se mantenían vivas.
No porque lograran imponerse por la fuerza de las armas y el miedo, se volvían válidos los argumentos del gran capital para saquear sin tregua las riquezas de nuestro país, para cortar de un tajo los derechos conquistados por los trabajadores en un siglo de luchas, para redistribuir la propiedad de la tierra a su favor mediante la generalización de la masacre y el destierro.
No porque lograran imponerse por la fuerza de las armas y el miedo, se volvían válidos los argumentos del gran capital para saquear sin tregua las riquezas de nuestro país, para cortar de un tajo los derechos conquistados por los trabajadores en un siglo de luchas, para redistribuir la propiedad de la tierra a su favor mediante la generalización de la masacre y el destierro.
No porque nos
llamaran de la peor manera, porque aseguraran que carecíamos de ideas y
sólo nos alentaban motivaciones viles, porque sus cantos de sirena nos
invitaran a la rendición al tiempo que nos arrojaban toneladas de
explosivos y metralla encima, las FARC-EP íbamos a dejar de alentar a
nuestro pueblo a la lucha y a arrojar la decencia a un lado del camino.
Somos
revolucionarios, creemos en la posibilidad de que el pueblo colombiano
reviente las cadenas con que ataron su soberanía nacional, apostamos sin
dudar a que de abrirse los espacios para la expresión libre del
pensamiento y el ejercicio de la actividad política, sin riesgo para la
vida y la libertad, la gente honrada de nuestro país, esa gran mayoría,
alcanzará los cambios necesarios.
Siempre hemos sabido que
no es mediante la fuerza solitaria de las armas como vamos a conseguir
el poder para nuestro pueblo. Pero sí sabemos que en las condiciones
violentas y ventajistas en las que la oposición política es obligada a
actuar en nuestro país, las solas vías pacíficas resultarán
insuficientes. La sola historia de la UP lo demuestra.
En la
particular situación que el pueblo de Colombia se ha visto obligado a
vivir, el empleo revolucionario de las armas ha sido necesario para
sostener la resistencia y mantener abierta la posibilidad de abrir el
paso a una verdadera democracia. Ha sido la oligarquía de nuestro país,
servil al imperialismo, la que ha hecho siempre la guerra.
Nosotros le hacemos frente.
Que
todo eso cambie es nuestra aspiración al dialogar con el gobierno en La
Habana. Para alcanzar esa Mesa hemos tenido que soportar la más
demencial arremetida que haya sufrido algún pueblo en toda la historia
de nuestro continente. Durante 49 años continuos, miles de mujeres y de
hombres hemos entregado lo mejor de nuestras vidas sin recibir un
centavo a cambio.
Eso no nos confiere el derecho a
considerarnos superiores a nadie. También somos conscientes de eso. Pero
sin duda que tanto esfuerzo, tantas vidas regadas en el camino, tantos
mártires sacrificados en la tortura y las mazmorras, nos otorga el
derecho a llamarnos revolucionarios y a ocupar el lugar que nos
merecemos en la construcción del nuevo país. Nadie puede negarlo.
Montañas de Colombia, 25 de mayo de 2013.
Montañas de Colombia, 25 de mayo de 2013.