Por: Delegación de Paz de Las FARC-EP-
Viernes 07 de Junio 2013.
Foto: Marcelino Vásquez/AIN
En el Limbo
se encuentran los diálogos de La Habana por cuenta del hombre que quiere pasar
a la historia como el presidente que logró la paz en Colombia.
Los ecos de
la justa protesta del gobierno de la República Bolivariana de Venezuela por la
recepción de Santos al opositor Capriles en el Palacio de Nariño, se replican aún
con un sonoro vibrato.
No son
pocos los que creen que el paso de Joe Biden vicepresidente de los Estados
Unidos por Bogotá, fue el origen del arrebato santista. Y lo asocian con un
plan de Washington encabezado por un caballo de Troya de nombre “Alianza
Pacífico”, que manejado por Washington, se propone desestabilizar y descarrilar
gobiernos populares como los de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Uruguay, entre
otros. ¿Qué impulsaría a Santos anunciar el fantasioso ingreso de Colombia a la
OTAN? ¿Amenazar a Venezuela, al Brasil?
A quienes
aducen ingenuidad en la conducta del presidente no se les cree tanto porque
Santos no es ningún tonto. Como estadista está obligado a medir el efecto de
sus actuaciones.
Juan Manuel
Santos sabía que su provocación contra el gobierno legítimo de Venezuela
estallaría como petardo en la mesa de diálogo de La Habana, porque el tema
Venezuela, país acompañante y facilitador del proceso, era muy sensible para
las FARC, que ve en los venezolanos el principal factor generador de confianza,
y en consecuencia a artífices fundamentales del proceso de paz.
Por todo
esto es que causa tanta perplejidad la invitación de Santos a Capriles,
precisamente cuando el entusiasmo por la paz clavaba su bandera en el pico
Everest de la reconciliación de los colombianos, motivado en el acuerdo parcial
sobre tierras, tema que representa la nuez del conflicto. La actitud de Santos
desinfló el optimismo, la atmósfera favorable a la paz que se había logrado
construir con tanto esfuerzo en La Habana. La cuestión se resume en el hecho de
que si no fuera por Venezuela no tendría lugar el diálogo de paz de la capital
cubana.
Es
contradictorio, abismalmente contradictorio, pretender pasar a la historia como
el presidente que hizo la paz, propiciando al mismo tiempo una cadena de
atentados contra la paz. El asesinato a sangre fría de Alfonso Cano, el comandante
adalid de la reconciliación, es ya una mancha imborrable. Por otra parte nadie
entiende por qué el gobierno rechaza la necesaria tregua bilateral propuesta
por las FARC desde el inicio de las conversaciones, si de lo que se trata es de
parar la guerra. Durante los últimos 6 meses el ministro de defensa ha actuado
como francotirador sectario en contra el proceso, dejando la sensación que no
hay unidad de criterios en el gobierno. Y hasta el propio presidente en persona
no deja pasar oportunidad para descalificar al interlocutor con acusaciones
infundadas y amenazas de ruptura.
Hay además
otros elementos que están fastidiando el diálogo y la construcción del acuerdo
como ese molesto chasquido del látigo del tiempo y de los ritmos en manos del
gobierno. Un afán para qué, ¿para precipitar un mal acuerdo, una paz mal hecha?
La progresión de un acuerdo tan trascendental no debe ser interferida ni por
los tiempos electorales ni los plazos legislativos. Paralelamente a las
sesiones de la mesa alguien desde las alturas orquesta campañas mediáticas que
siembran, con algún grado de perfidia, la idea de una guerrilla victimaria de
un lado, y del otro, la de un Estado seráfico, aleteando inocente sin ninguna
responsabilidad histórica por la violencia y el terrorismo institucional.
Un gobierno
que realmente quiera la paz no está marcando a cada rato las líneas rojas de su
intransigencia, de sus inamovibles, sino que actúa con grandeza para facilitar
el entendimiento. ¿Dónde está la genialidad, dónde la sindéresis? Aquí lo que
se ve es una gran inconsecuencia. Y también una gran cicatería cuando se
defiende con argumentos tercos privilegios indignantes. Esas actitudes poco contribuyen
a la construcción de una atmósfera de paz. ¿Entonces los diálogos para qué?
Hay que
entender que éste no es un proceso de sometimiento, sino de construcción de paz.
No se trata de una incorporación de la insurgencia al sistema político vigente,
así como está, sin que se opere ningún cambio a favor de las mayorías
excluidas. ¿Entonces para qué fue la lucha?
El mejor epílogo de esta guerra debe ser rubricado por cambios
estructurales en lo político, económico y social que propicien la superación de
la pobreza y la desigualdad.
Tenemos que
defender este proceso de paz, esta esperanza. Todos, resueltamente, gobierno,
guerrilla de las FARC y las organizaciones sociales y políticas del país,
debemos sumar voluntades para alcanzar, luego de décadas de confrontación
bélica, la anhelada reconciliación con justicia social. Qué nos importan Uribe
y Fedegan si estamos resueltos a alcanzar la paz.
Secretariado del Estado Mayor
Central de las FARC-EP
Montañas de Colombia, junio 7 de 2013