Palabrasalmargen. Martes 16 Julio 2013.
Fuente: www.miamidiario.com
La paz de Colombia no se hace renovando las alianzas de la muerte. No aporta a la paz alistar nuevos soldados. El Estado tiene que desarticular la máquina de muerte. El fuero militar no es una herramienta de Paz, es contrario a ella, es una garantía de impunidad, ratifica el derecho a matar.
La
guerra tiende a convertir a los humanos en instrumentos de odio, de
venganza. Su objetivo se orienta a destruir el cuerpo, la conciencia, la
voluntad. La guerra crea por sobre toda regla el derecho a matar que
prevalece sobre todos los demás. La guerra rompe el tejido social, la
confianza en el otro, las bases de la convivencia, el afecto, la
solidaridad. Además impone mecanismos asociados a la trampa, a la
astucia, a la simbiosis del ser doble (uno en sus deseos y palabras y
otro en sus acciones). La guerra es la mejor apuesta de quienes
concentran la riqueza y a través de ella imponen una cultura política y
unos modos de vivir bajo la estética del terror. En ella, las leyes son
usadas como herramientas para silenciar, subordinar, someter, aplacar,
amenazar, controlar y eliminar adversarios políticos.
Con los beneficios de la guerra se queda la clase social en el poder y
con sus residuos, es decir muertos, lisiados, afectados en general,
banderas de héroes manchadas de hipocresía y necesidades sin garantías
para satisfacerlas, se queda la otra clase, la que el capital y su
máquina de muerte ha venido convirtiendo en *nadie*, en la clase de los *nadie*.
La guerra facilita el traslado del capital dedicado al gasto social
hacia las cuentas bancarias de los que la vitorean y alientan, pero no
van a los campos de batalla ni envían a sus hijos a padecerla, cuantos
más vitores de guerra mayor acumulación de poder y capital, más mercados
y más humillaciones.
La guerra hace que la vida vaya más deprisa. Hace que los padres
entierren a sus hijos y una vez convertidos en víctimas sigan el curso
de la degradación humana. Quienes sobreviven a la guerra quedan
condenados a la nueva esclavitud de explotados. Son convertidos en
mercancías que producen otras mercancías. Los desplazados por la
globalización y su maquinaria de guerra son obligados a huir, a cambiar
20 horas de desgaste –infrahumano- por una ración de comida hacinados en
barcos que salen de un lugar fletados con algodón y fibras y llegan a
su destino con prendas de vestir elaboradas, o en garajes, en
subterráneos, en cárceles convertidas en centros de producción privada.
Es la nueva esclavitud de unas víctimas de las guerras que buscan una
oportunidad para escapar de la miseria y tan solo sobrevivir mejor en
algún lugar en el que puedan caminar en la luz del día, sin esconderse,
ser otra vez alguien.
Víctimas de la misma lógica de guerra, son los millones de
inmigrantes, de desplazados, de cuerpos sin vida que abundan en fosas
comunes, de mutilados que esconden su tragedia para evitar ser
revictimizados, muchos de ellos son las víctimas de las intervenciones
de la OTAN, del sionismo y de los marines que ofrecen Paz,
derechos y libertad al paso de sus tanques y misiles. Son también los
millones de jóvenes despojados que se rebelan, que crean redes de
*indignados, de Nadies,* que suman y multiplican voces contra el
perverso sistema de poder en manos de una élite trasnacional que se
duplica en lo local. El sueño de derechos para los explotados hay que
lucharlo en el día a día, en cada lugar, en todo instante, en colectivo,
con las herramientas útiles en cada contexto.
No hay derechos para
siempre, ni justicias imparciales, no hay derechos para los *nadie*. El presente lo viven a su antojo los explotadores que con la guerra alimentan la desigualdad y alientan la muerte.
El sistema amontona a sus víctimas, las pone en espera para
explotarlas aunque sea por un día, por unas horas, luego los empuja a
sobrevivir, a ser capturados por las redes de la guerra, allí podrá
convertirlos en legales, ilegales, desaparecerlos o matarlos. En
Colombia, la clase social por fuera del control del Estado y del
capital, ha sido convertida en extranjera de su propio país, no cuenta,
no es visible, es negada, es olvidada, no hace parte de la misma patria
por la que sus hijos han sido condenados a la muerte. Las mayorías sólo
aparecen para el Estado en papeles, en documentos, en normas, pero no en
la realidad material. Los *nadie* fueron expropiados
del catálogo de derechos por ellos conquistados y con ese mismo catálogo
son condenados al destierro, a la muerte.
Las mayorías convertidas en *nadies*, son llamados, conminados,
obligados a ser el sustento material de la guerra. A ellos se les educa y
encarga para matar o morir con “fe en la causa”, que finalmente no es
otra que la causa del capital en pocas manos. La guerra es ofrecida como
una oportunidad de empleo, es estimulada desde adentro del Estado que
la promociona y vende como la gran oportunidad de tener destino, de ser
alguien, de tener derechos y patente de libertad para hacer del
asesinato del otro su propio derecho. Algunos van a ejércitos rebeldes,
otros a mafias conducidas por los responsables políticos del Estado,
otros serán sencillamente soldados.
Son parte de los mismos *nadie,*
que matan o mueren por la fe en la causa, convierten su vida, su cuerpo
y su mente en instrumentos de muerte. El Estado ofrece la ilusión de
que el soldado podrá ser más grande de lo que es en sí mismo, ofrece
hacerlo parte de un lugar, de una familia, de una historia, lo anima a
ser un instrumentos de muerte, le ofrece una bandera, un escudo, un
himno, una consigna, un uniforme, un arma.
La lógica para permanecer como soldado es la obediencia, la sumisión,
el honor, la lealtad a su verdugo que oficia de superior. El
sometimiento le garantiza la existencia, hay que aferrase a las órdenes
de sus superiores sin discusión, se acata en silencio. Se obedecen las
órdenes sin importar lo estúpidas o criminales que puedan ser, el
superior es el referente para ser alguien, el decide por la vida del
soldado, le traza su destino, el superior es un auténtico nazi, que
predica que un militar se entrega a la patria, muere por ella, aunque la
patria y el capital se conjuguen en las cuentas bancarias de los
poderosos. La patria es el territorio y el arma la garantía para dejar
de ser nadie.
El miedo es la herramienta de obediencia, es la parte de
la política de terror instalado en el soldado. El superior se encarga de
crearlo, de hacerlo sentir orgulloso. A través del miedo se le borran
al soldado los límites de lo correcto o lo incorrecto, lo legal o lo
ilegal, lo justo y lo injusto. El miedo incapacita a la conciencia del
soldado, le elimina la voluntad propia, lo lleva a matar. El superior
modela al enemigo en la dimensión que le sea útil a los intereses de los
poderosos, califica la peligrosidad de aquel al que pretende combatir,
el soldado sólo escucha, obedece, dispara, mata. Los análisis de
resultados, son asunto de los superiores que los presentarán a los
dueños del capital y del poder, ya no hablaran de muerte, de
destrucción, si no de positivos, la sangre de los *nadie*
–de los soldados o civiles- son cifras sin historia, sin memoria, sin
tiempo, sólo cifras que los dueños del capital convierten en nuevos
positivos económicos.
Muchos soldados tienen más miedo a sus superiores que a sus
adversarios en el campo de batalla. A los superiores se les teme y se
les adula. Los soldados prefieren morir y ser héroes que enfrentarse a
sus superiores. Matar destruye al que muere y al que mata, cada muerte
derrota dos mundos, trastorna la mente del asesino, pero eso no le
importa al superior que según su deseo expone la vida del soldado, la
cambia por medallas, por ascensos, por recompensas. La vida del soldado
está bajo plena disposición del superior, las ordenes hay que
cumplirlas, hay que matar o morir por una orden, unos se aferran a un
escapulario, una virgen, un santo, para cumplir la tarea de matar,
afuera un superior calificará su actuación.
Matar al enemigo fue
convertido en un derecho del soldado y en una obligación del Estado. El
superior es el administrador de ese absurdo derecho, él puede convertir
al soldado otra vez en nadie, en basura y a la vida del enemigo
simplemente en nada.
P.D. La paz de Colombia no se hace renovando las alianzas de la
muerte. No aporta a la paz alistar nuevos soldados. El Estado tiene que
desarticular la máquina de muerte. El fuero militar no es una
herramienta de Paz, es contrario a ella, es una garantía de impunidad,
ratifica el derecho a matar. No aporta señalar que “Israel tiene mucho
de lo que Colombia necesita”: Asesoría militar para ajustar los
aprendizajes del derecho a matar. No alienta tampoco decir que la OTAN
necesita mucho de lo que el ejército de Colombia sabe hacer: ¿Matar o
enseñar a hacerlo? Es hora de renunciar al mercado libre de comprar
guerras y vender mercenarios.