TESTIMONIO Por primera vez un alto oficial reconoce públicamente cómo participó en una de las más sangrientas incursiones de los paramilitares. Su declaración, justo una década después de sucedidos los hechos, involucra a altos comandantes de la Fuerza Pública, algunos de ellos aún activos.
En los próximos días el coronel (r) del Ejército
Víctor Hugo Matamoros será llamado a juicio, acusado de facilitarles a los
paramilitares su ingreso a la región del Catatumbo, en Norte de Santander,
donde llegaron en 1999 y cometieron varias de sus peores atrocidades. Sólo en
el primer año de incursión hubo 800 civiles asesinados, muchos de ellos en
masacres; un número incierto de desaparecidos, y al menos 20.000 desplazados.
El caso de este coronel se convertiría en la
primera de una serie de acciones de la justicia sobre los mismos hechos, que
podría involucrar al menos a cuatro generales y un coronel del Ejército, y a un
coronel y un capitán de la Policía. Algunos de ellos aún son activos, o, pese a
estar retirados, mantienen altos cargos en sus instituciones.
El testigo clave de este proceso accedió a hablar
con SEMANA. Se trata de Mauricio Llorente Chávez, quien en 1999 era mayor del
Ejército y comandante del Batallón Héroes de Saraguro, en Tibú, la puerta de
entrada al Catatumbo. Llorente lleva 10 años en la cárcel y fue absuelto en dos
instancias por estas acusaciones, pero la Corte Suprema, en casación, lo
condenó a 40 años. El mayor, que hasta hace poco negaba su participación en
estos crímenes, ahora se convirtió en el ventilador de un escándalo de
impredecibles consecuencias.
La Fiscalía considera confiable su testimonio,
entre otras cosas, porque coincide con versiones que han dado paramilitares
desmovilizados en otros expedientes. Aun así, y aunque esta revista confirmó
varios de los hechos narrados con otras fuentes independientes, y a que habló
con la mayoría de los mencionados por Llorente, en esta publicación se omiten
los nombres de los oficiales que aún la justicia no vincula en procesos
relacionados con los seis años de presencia paramilitar en esa región.
La declaración de Llorente coincide con el anuncio
del jefe paramilitar extraditado Salvatore Mancuso de que las revelaciones de
la relación de su grupo con la Fuerza Pública sería un "capítulo
doloroso" para el país, y un episodio de mayor calado de lo que ha
significado la para-política.
Varios
camiones
Una de las primeras cosas que confirma el relato
de Llorente es la forma como llegaron los paramilitares al Catatumbo. En una
operación sin precedentes, varios camiones llevaron desde Córdoba a unos 200
paramilitares fuertemente armados y, sin mayor obstáculo, cruzaron cinco
departamentos: tenían la misión de llegar hasta La Gabarra, en el Catatumbo, el
29 de mayo de 1999. De acuerdo con versiones de desmovilizados, en la reunión
de planeación participaron dos generales quienes, con Mancuso y Carlos Castaño,
diseñaron la estrategia. Llorente menciona a otro general que habría solicitado
información de cartografía al ahora investigado coronel Víctor Hugo Matamoros,
en esa época comandante del Grupo Mecanizado Maza, batallón acantonado en
Cúcuta.
Según varios testimonios, el único retén que
encontró esta caravana de la muerte fue en Sardinata, en el desvío hacia Tibú.
"Fueron seis camiones 'carevaca' diesel, 12 varillas los que salieron de
Montería. Adelante iba una camioneta azul, y era la que abría el paso. Sólo
cuando llegamos a Sardinata (Norte de Santander) un 'suiche' (subteniente del
Ejército) nos detuvo. Llamó y le dieron la orden de que siguiéramos, que ya
estaba todo cuadrado".
La toma del Catatumbo estuvo marcada por varias
masacres. Tres de ellas son las que se consideran decisivas del ingreso para.
La primera fue ese mismo 29 de mayo. Al paso de la
flotilla de camiones, los paramilitares asesinaron al menos cinco personas y
las dejaron tiradas en el camino con el fin de sembrar terror. Al cruzar Tibú,
pasaron por un retén de la Policía a cargo del capitán Luis Alexánder Gutiérrez
Castro, según el proceso que se le sigue por estos hechos. Allí se dice que
mientras los paramilitares pasaban, la Policía requisaba los vehículos
particulares, y que Gutiérrez en eso recibió una llamada para alertarlo sobre
la caravana, y dijo: "Ya todo está coordinado por arriba, estábamos
esperándolos desde hacía 20 días". La misión de llegar a La Gabarra se
truncó en el sitio Socuavo, donde la guerrilla les cerró el paso a los
camiones, y hubo combates.
La segunda masacre fue el 17 de julio. Para ese
momento el mayor Llorente dice que se había reunido con los paras porque decían
ir referidos por el coronel Matamoros, y asegura que presenció llamadas que le
hacían a éste y al coronel de la Policía a cargo del departamento. En su
defensa, Matamoros expone que la zona de las masacres no era su jurisdicción, y
que pese a ser de un rango superior, Llorente no estaba en su línea de mando.
Esto es parte de lo que quiere que valore un juez, por lo que su defensa pidió
que el caso sea llevado a juicio. Según Llorente, las cosas se facilitaron pues
recibió órdenes del general a cargo de la división de enviar de gran parte de
sus tropas, con lo que, sin mayor justificación, dejó su batallón debilitado.
Dice Llorente en su testimonio: "Yo planeo la
incursión con David (alias del sobrino de Mancuso y quien estuvo al tanto de
todas las acciones). Le dije que lo único que necesitaba era realizar un
simulacro de un hostigamiento al batallón, para justificar que no podía salir a
atender otras situaciones. Coordiné todo con el capitán que estaba de segundo
al mando de mi batallón, que hoy es un coronel activo y que ya venía trabajando
con las autodefensas. Nos reunimos con él y me dijo que lo importante era
disminuir aun más el personal, por eso montamos una operación al lado opuesto
del lugar de retirada de las autodefensas. Esto lo hicimos para que cuando
comenzaran a investigarnos, tuviéramos cómo decir que no teníamos personal para
apoyar.
Nos reunimos con el capitán y 15 soldados de los más antiguos para reforzar los puestos esa noche, porque si colocábamos un soldado muy nuevo, de pronto respondía al escuchar los disparos de las autodefensas y ahí se podía formar un problema. Les pregunté a los soldados si estaban de acuerdo en que las autodefensas entraran al casco urbano, y me dijeron: 'Mi mayor, estamos con ustedes'. Ellos se quedaron en las garitas y dejarían quietos los fusiles cuando escucharan los disparos, y uno que otro haría un tiro como si estuviéramos respondiendo. Las autodefensas dispararon a un sector donde queda la pista de gimnasia, para que no le hiciera daño a nada, y el acuerdo es que mientras ellos hacían esto, las otras autodefensas harían su incursión a Tibú"
Nos reunimos con el capitán y 15 soldados de los más antiguos para reforzar los puestos esa noche, porque si colocábamos un soldado muy nuevo, de pronto respondía al escuchar los disparos de las autodefensas y ahí se podía formar un problema. Les pregunté a los soldados si estaban de acuerdo en que las autodefensas entraran al casco urbano, y me dijeron: 'Mi mayor, estamos con ustedes'. Ellos se quedaron en las garitas y dejarían quietos los fusiles cuando escucharan los disparos, y uno que otro haría un tiro como si estuviéramos respondiendo. Las autodefensas dispararon a un sector donde queda la pista de gimnasia, para que no le hiciera daño a nada, y el acuerdo es que mientras ellos hacían esto, las otras autodefensas harían su incursión a Tibú"
En el pueblo, los paramilitares fueron en tres
camiones. Unos 65 hombres. Llegaron a la plaza principal de Tibú, sacaron a las
personas de los establecimientos, y una informante que llevaban encapuchada
señalaba quiénes iban a morir. Esto sucedió a una cuadra de la estación de
Policía.
Pusieron a las mujeres en la primera fila y a los
señalados los tiraron al suelo y les dispararon con fusil a la cabeza.
"Salía sangre para todos lados", cuenta un testigo. Nueve personas
murieron allí. Luego los paramilitares robaron el dinero de los negocios y se
llevaron a cuatro más en uno de los vehículos. Fueron dejando sus cuerpos a su
retirada, milagrosamente uno de ellos, a pesar de la gravedad de las heridas,
sobrevivió y hoy desde el exilio es otro de los testigos clave.
"Hubo una tormenta impresionante -dice
Llorente- y se empezaron a escuchar disparos. Se fue la luz. Todo eso ayudó
para lo que iba a pasar esa noche. Inmediatamente ocurre todo, recibo una
llamada de un señor de una de la alcabalas, le digo que qué pasó, me dice:
'Mayor, por acá pasaron unas personas, entre ellas una mujer'. Y le pregunte
quiénes eran y me dijo que creía que eran paramilitares, pero yo le dije que
las autodefensas no tenían mujeres en sus filas. Le dije que ya le iba a enviar
refuerzos. Nunca los envié porque no los tenía, y fuera de eso no tenía la
intención porque yo ya sabía qué estaba pasando. Le pregunté: ¿Ya pasaron por
ahí, me dijo: 'Sí'. Entonces yo me dije: 'Ya pasó todo'".
La tercera masacre fue un mes después, el 21 de
agosto. Sin resistencia alguna, los paramilitares finalmente lograron llegar al
municipio de La Gabarra y asesinaron a 35 personas. El entonces capitán del
Ejército Luis Fernando Campuzano, quien estaba al frente de la guarnición y
debía proteger al pueblo, ya fue condenado por estos hechos. La Corte Suprema
de Justicia revocó dos disposiciones previas, pues encontró que Campuzano
retiró el retén que estaba en la entrada del pueblo, lo que facilitó el ingreso
de los paras, no atendió los llamados de auxilio ni fue diligente en la
persecución.
Mayor dolor
A partir de este momento, vinieron los cinco años
de mayor dolor para los habitantes de la región del Catatumbo. "Luego de
todo esto, las autodefensas empiezan a patrullar conjuntamente con el Batallón.
Ya empiezan a causarle bajas a la guerrilla, a ocasionar combates, pero
juntos", dice Llorente. Esta incursión paramilitar fue presentada como una
estrategia militar contrainsurgente, pero en la práctica estaba más orientada a
ejercer control sobre el negocio del narcotráfico, al sacar a la guerrilla de
los cultivos y del control de las rutas hacia Venezuela. En 2002 Carlos Castaño
confesó en una entrevista con SEMANA cómo el 70 por ciento de sus ingresos
provenía del Catatumbo.
En 2005, esta revista reveló documentos secretos
del gobierno de Estados Unidos que fueron desclasificados. En ellos el
embajador de Estados Unidos de ese momento, Curtis Kamman, muestra su
preocupación sobre Santander: "Argumentando tener pocos recursos y
demasiadas misiones, la unidad del Ejército local se negó a combatir a los
paramilitares en esa área". Sobre las primeras acciones de la incursión
paramilitar de La Gabarra dice: "La oficina del Vicepresidente reportó
privadamente que soldados del Ejército se pusieron brazaletes de las AUC y
participaron activamente en las mismas masacres... ¿Cómo pueden ocurrir siete
masacres bajo las narices de varios cientos de miembros de las fuerzas de
seguridad?".
Justo por esta época se cumple una década de la
incursión paramilitar al Catatumbo. Una dosis de verdad parece asomar su rostro
con el testimonio de Llorente, pero faltan muchas más, y en más regiones. Mucha
agua ha corrido desde ese momento y, por fortuna, es muy distinta la situación
que hoy vive la Fuerza Pública. Algunos piensan que este tipo de revelaciones
desestabilizan, pero la acción de la justicia y el conocimiento de la verdad
por dolorosa que sea, le permite a la democracia salir más robustecida de lo
que en su momento la dejaron las miopes acciones de los violentos.
http://www.semana.com/nacion/articulo/el-ejercito-abrio-catatumbo-paras/104811-3
http://www.semana.com/nacion/articulo/el-ejercito-abrio-catatumbo-paras/104811-3