Publicado por la Delegación de PAZ de las FARC-EP.
Sábado 10 de Agosto 2013
En
la mañana del 10 de agosto de 1990 falleció el Camarada Jacobo Arenas
en el campamento que los guerrilleros llamaron El Pueblito, y que la
prensa nacional e internacional bautizó como Casa Verde, ubicado en el
área rural del municipio de La Uribe, en el Meta. Allí tuvieron lugar
importantes hechos históricos cuyos desarrollos aún están por definirse.
A la hora de morir Jacobo tenía 26 años de estar tejiendo, al lado de
Manuel Marulanda, la sólida concepción ideológica, política,
revolucionaria y bolivariana que miles de mujeres y de hombres
vinculados orgánicamente a las FARC, habrían de apropiarse para avanzar
con seguridad en el duro y difícil entorno de la confrontación político
militar.
Veintitrés años después, la inmensa mayoría de los integrantes de la
organización revolucionaria armada más antigua y fuerte del país,
persigue sus objetivos sin haber tenido la oportunidad de conocer en
persona a Jacobo. Son muchos y sorprendentes los acontecimientos
sucedidos en el país y en el curso de la guerra desde los comienzos de
la década de los noventa.
Y es natural que personalidades como las de Manuel Marulanda, Raúl
Reyes, Alfonso Cano o el Mono Jojoy constituyan referentes más próximos
para las nuevas generaciones de guerrilleros. Todos saben, sin embargo,
que en el pensamiento y accionar de esos titanes revolucionarios actuó
como guía e inspirador fundamental el genio de Jacobo Arenas.
Y que por tanto sus enseñanzas, intermediadas por la experiencia tan
rica de los mandos que continuaron su obra, se prolongan incluso hoy
hasta ellos, moviéndolos a actuar del modo más consecuente. Jacobo
Arenas fue antes que todo el militante, el pensador y el cuadro
comunista por excelencia en las FARC. Él inyectó de primero el Partido
entre nosotros.
La muerte lo sorprendió en uno de los momentos más interesantes del
último cuarto de siglo en Colombia y el mundo. Para el año 90, la
Perestroika y el Glasnost implementados para la URSS por Mijaíl
Gorbachov, comenzaban a develar su traición al socialismo. Como se
convertían en traiciones a su discurso radical la entrega del M-19 y la
rendición en curso de otras guerrillas.
En medio de un ardiente debate nacional en torno a la convocatoria de
una Asamblea Nacional Constituyente, brillaban dos posiciones en torno a
ella. La democrática y progresista que pretendía reconfigurar el país
sobre la base de la reconciliación y la justicia social, y la mezquina y
clientelista que abogaba por cambiar algo para que todo continuara
igual y prosiguiera la guerra.
Jacobo Arenas, elevado a categoría prominente en el debate de la
época, aparecía con frecuencia en las cámaras de los noticieros de la
Televisión y en las transmisiones radiales, explayando ante el país y el
mundo las ideas de las FARC frente a todos esos fenómenos. La
consecución de la paz por la vía de las conversaciones y los acuerdos
políticos destacaba entre todas sus pasiones.
Sus sesudas reflexiones siempre serán punto de referencia para
nosotros. Como había nacido en 1918, solía describir la experiencia
violenta del país durante el siglo veinte como el cuadro en el que se
había desenvuelto su propia existencia. Fue testigo del alzamiento
conservador contra el gobierno liberal en la provincia de García Rovira
después del año treinta.
Y cómo el gobierno liberal de Olaya Herrera accedió a pactar la paz
con ellos, en un episodio borrado de la historia. Del mismo modo, sabía
describir con magistral claridad la naturaleza de la violencia
bipartidista desencadenada en el país tras el regreso al poder del
Partido Conservador en 1946: un salvaje intento deexterminar las
mayorías liberales y gaitanistas.
Al cual se incorporó rápidamente la doctrina fascista de seguridad
nacional nacida de las grandes potencias capitalistas en su afán de
frenar la inconformidad de los pueblos, con el pretexto de combatir la
expansión comunista de la URSS. Los demonios de la guerra preventiva,
guerra interna o finalmente guerra de baja intensidad se desataron así
en Colombia y todo el Tercer Mundo.
Hasta materializar las monstruosas dictaduras sur y centro
americanas, la avalancha terrorista contra los pueblos africanos y
asiáticos ansiosos de su liberación anticolonialista, y en particular en
nuestro país la espantosa expansión de la guerra sucia y el
paramilitarismo, empeñados en aniquilar hasta el último vestigio de la
actividad política antisistémica y democrática.
El gran maestro que fue Jacobo Arenas nos abrió los ojos ante la
verdadera naturaleza de la violencia en que nos sacudíamos, como una
estrategia de dominación de los grandes poderes del latifundio, el
gamonalismo y el capital industrial y financiero, aliados con el poder
imperial de los Estados Unidos que en nombre de una falsa democracia
expandían el terror por el mundo.
Así la tarea de mejorar la suerte de nuestro pueblo significaba
asumir un compromiso revolucionario. Que no consistía en nada distinto a
encabezar las luchas de nuestra clase y las luchas de nuestro pueblo
para que fueran esa clase y ese pueblo, los que en determinadas
circunstancias, independientemente del tiempo, asumieran un día el
poder.
Por encima de cualquier interés individual. La función del
revolucionario no era otra que defender la causa de su pueblo, toda la
vida. Por eso podía cumplir veinticinco años, cincuenta, y no cansarse
de la lucha. Cuestión que adquiría singular importancia en un proceso de
conversaciones con el gobierno, en donde éste buscaría mediante dádivas
quebrar la convicción de los rebeldes.
Aquellos que no tenían un compromiso revolucionario, tarde o temprano
se cansarían de la lucha y por ende con relativa facilidad caerían
envueltos en las promesas del gobierno. Que incluso podría llegar a
volverlos gobierno, por un tiempo, para después sacarlos a patadas,
cuando ya no les fueran útiles, como había acontecido siempre en la
historia.
Para Jacobo, un acuerdo serio con el gobierno significaba cambiar el
medioambiente político y social del país, para en las nuevas condiciones
entrar a discutir la suerte del movimiento guerrillero. Incluso su
desarme y reincorporación.Rehabilitado socialmente el pueblo, cambiado
el régimen político, excluidos el terror y la violencia, claro que
podría haber desmovilización.
En definitiva, seguimos siendo fieles al pensamiento de Jacobo Arenas.