El Espectador 26 Agosto 2013
Crece con los días el asombro.
Conforme se acercan las elecciones, una faceta esquiva de su carácter
va suplantando en Uribe la reputada franqueza: una fría disposición a
la doblez. Debutante en la privatización de Isagén, ahora simula
escandalizarse porque quieran vender las acciones que al Estado le
quedan en esta empresa.
Ardoroso promotor del TLC con Estados Unidos y
protector de su entonces ministro Uribito cuando se lo pilló regalando
los subsidios de AIS a los ricos, hoy el expresidente dizque apoya a los
campesinos, que son víctima de aquellas políticas. Y, poniendo sordina a
su frustrado intento de convertir en rebeldes políticos a miles de
narcos y paramilitares, le indigna que este Gobierno negocie con
terroristas en La Habana. Santos empolla, sí, el huevo neoliberal que
Uribe le legó; pero rompe, valiente, el de la “seguridad” que asfixia el
anhelo más sentido de Colombia en 60 años, la paz. Afrenta intolerable
para quien ganó fama y gloria y votos botando fuego y en ello cifra su
suerte electoral. Como cifra su prestigio Santos en la finalización del
conflicto, aunque por otro lado entrega el remanente de lo público al
capital privado, y con los TLC le inflige al agro estocada de muerte.
“Los
políticos fueron los que vendieron la patria con los TLC, y ahora
resultan haciéndose los `buenecitos´”, declaró el dirigente campesino
César Pachón. Por efecto de la apertura económica, dice, producir una
carga de cebolla cuesta $65.000 y se vende en $10.000. Guante a la cara
de presidente y expresidente. Mas en punto al despojo de tierras, unas
son manzanas y otras, peras. Tras apropiarse a la brava de 4 millones de
hectáreas, nada devolvieron a sus víctimas los paras “desmovilizados”
en el pasado gobierno. La Ley de Restitución de Tierras que Santos logró
contra la férrea oposición del uribismo, ha debido arrancar con otros
predios. Poco o nada dijo Uribe contra aquellos despojadores o sus
aliados políticos, la tajada más robusta y mimada de su bancada
parlamentaria. Poco o nada, su precandidato Francisco Santos, a quien
señalaron algunos como presunto animador del Bloque Capital de los
paras. Poco o nada, Luis Alfredo Ramos, otro de la baraja uribista, que
reconoció haber tratado con jefes paramilitares; incidentes de la
especie que a otros políticos pusieron tras las rejas. Tan elásticos
ellos tratándose del paramilitarismo, tan rígidos con la justicia de
transición hacia la paz.
Al lado de la imprevisible apertura
comercial y del reordenamiento violento del campo, lleva el país dos
décadas desmantelando el Estado. Isagén, uno de sus últimos tesoros, ya
está en venta. El pasado gobierno concentró el proceso privatizador:
Ecopetrol, Telecom, Ecogas, Isagén, electrificadoras, aeropuertos,
hospitales públicos que el entonces ministro Palacios declaraba “no
rentables”. En 2007 se vendió el 10% de Isagén, a razón de $1.300 la
acción; quince días después, ésta valía $2.000. El detrimento
patrimonial subió a $500.000 millones. También con Uribe despegó la
privatización de Ecopetrol: se vendió la acción a $1.330 y hoy ronda los
$4.000. Antecedente dramático del desmonte del Estado empresario, la
venta de Carbocol en el gobierno de Andrés Pastrana, por 400 millones de
dólares; a las dos semanas, la empresa valía US$1.200 millones. Ahora
Santos remata con la venta total de Isagén.
Si a Uribe y Santos
los hermana el modelo de apertura y privatización, en política los
separa el abismo que media entre la guerra y la paz. Si el presidente
reconsiderara la insensatez de feriar el Estado; si se decidiera a
renegociar el TLC, quedaría Uribe reducido a solazarse en su imagen
propia, en la autocomplacencia de sus pueriles dobleces.