El Espectador.
O SEA, DIEZ AÑOS HABLANDO POR BOCA DE LOS FUSILES
Y
nada. Ni para un lado ni para el otro. Uribe anunció que en cosa de dos
años las Farc serían historia. Y no sólo el fanático personaje, sino
también Gaviria y Barco dijeron lo mismo. Por lo que hemos visto después
de la tregua unilateral que decretaron las Farc, su rendición o
aniquilamiento está lejos. Baste leer a otro fanático de la guerra, el
señor Fernando Londoño, para entender que la tesis del acorralamiento en
la periferia de la subversión no pasa de ser una consigna electoral o
una demanda presupuestal para consolidar una presunta victoria de la
causa.
Sería una tragedia que se necesite
otra década de sangre para volver a plantear lo mismo: es necesario
“sentarnos a conversar”. Hasta donde se puede saber e intuir, las cosas
en La Habana van bien: en cuestión de tierras habrá pronto un acuerdo y
no se podrá pasar en silencio. Resuelto ese punto, el tema de los
cultivos ilícitos será menos tortuoso porque, al fin y al cabo, la coca
no es más que el nombre actual del problema agrario. Vendrá luego el
trecho culebrero, la minería; un asunto que en el Caguán ni siquiera se
planteó.
Del Caguán, ahora cuando se cumplen 10 años de la
decisión de Pastrana de cerrar la puerta tras el secuestro del senador
Géchem y de las reiteradas denuncias de los militares de convertir la
zona despejada en una gran cueva de Rolando, es necesario recordar lo
que dijo el expresidente hace unos pocos días: “La orden por escrito que
le di a él (general Mora) fue: nadie entra y nadie sale. Si hubo actos
ilegales en la zona de distensión fue porque el comandante del Ejército
incumplió esa orden que yo le di”. La zona de distensión en realidad
estaba anillada por los paramilitares y ese hecho no permitió ningún
desarrollo de la agenda. Fue durante ese gobierno cuando, según el
exmandatario, entraron por Urabá 10.000 fusiles para las Auc en los
barcos de una de las compañías exportadoras de banano. La mesa de
negociaciones fue literalmente sitiada por los paramilitares.
La
sombra que hoy ronda es el fortalecimiento de las mal llamadas “bandas
criminales”, como si fueran muchas y actuaran cada cual por su lado. Lo
que hoy se ve, y cada día se verá más claro, es que tienen un mando
central y que cumplen una doble misión: exportar coca y poner en
cuestión la mesa. Los Urabeños han avanzado desde Urabá; para ser más
exactos, desde Necoclí, hasta Puerto Estrella en La Guajira, y desde el
Caribe hasta el Magdalena Medio. Es decir, donde las Auc eran fuertes.
Al Gobierno una tregua bilateral le convendría por la simple razón de
permitirle hacer una sola guerra y derrotar a los paramilitares antes de
que ellos acaben con la mesa. No tengo dudas de que Camilo Gómez, el
excomisionado de Paz de Pastrana, piensa que sin tregua no puede a la
larga funcionar la mesa, por esa sencilla y contundente razón.
Si Santos está de verdad jugándosela por la paz, como dice su hermano, no le cabe carta distinta a negociar una tregua que bien podría comenzar por hacer cumplir el Derecho Internacional Humanitario a cabalidad. El Gobierno no puede resistir a Los Urabeños en el campo, a Uribe en el Senado y sostener a la vez la mesa en La Habana. El problema, hoy como ayer, consiste en ponerle el cascabel al gato.