martes, 30 de octubre de 2012

LA UE CONSIGUE EL NOBEL A COSTA DE LA DEMOCRACIA. 24-10-2012

Dave Bowden

The Independent
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
Vista en retrospectiva, la decisión de adjudicar el Premio Nobel de la Paz a la Unión Europea no debería haber resultado sorprendente, ya que ha sido fruto de una larga y exitosa campaña de presión. Desde los mismos inicios de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1951, la prioridad número uno de la integración europea ha sido evitar la guerra.
Sin embargo -tal y como comentó por Twitter el Canal 4 de Noticias de Reino Unido tras el anuncio- la concesión del galardón en 2012 parece una cruel ironía si se tienen en cuenta los recientes enfrentamientos violentos en Atenas y en España causados por el anuncio de nuevas medidas salvajes de austeridad. Italia está presidida por un primer ministro tecnócrata no elegido democráticamente –un antiguo comisario europeo- nombrado con el fin de promulgar medidas de estabilidad que aseguren el futuro de la eurozona. A diferencia del comité que otorga los Nobel, los ciudadanos europeos que abarrotaron el acto que presidí en la librería londinense Foyles esta semana, bajo el título "Disturbios y revoluciones: ¿jóvenes radicales europeos?", no creían vivir en el "continente de la paz".

Incluso los principales valedores de la UE parecen haberse empeñado últimamente en menospreciar sus posibilidades de éxito. El año pasado, Angela Merkel advertía de que "no deberíamos dar por sentado que vayamos a tener paz y riqueza en Europa en el próximo medio siglo". Por su parte, el viceprimer ministro británico Nick Clegg avisó el pasado mes de mayo de que Europa estaba potencialmente expuesta al "desastre... [provocado por] una serie de movimientos nacionalistas, xenófobos y extremistas".

Toda esta historia resuena de un modo familiar. Aunque la crisis haya servido para poner de relieve este tipo de avisos, en los días felices anteriores a la quiebra ya surgían en Bruselas parecidos comentarios de tintes oscuros. Los ciudadanos de Francia, Países Bajos e Irlanda mostraron una tendencia destructiva parecida al rechazar con su voto la Constitución Europea y el muy similar Tratado de Lisboa, a pesar de que entonces los analistas publicaran libros con títulos como "Por qué Europa liderará el siglo XXI".

Está claro que no se trata de la primera decisión polémica, incluso desconcertante, dentro del historial de los premios Nobel de la paz. Al igual que con Barack Obama, que obtuvo el galardón cuando apenas comenzaba a instalarse en el Despacho Oval, la decisión se considera simbólica: una muestra de fe y esperanza en que Europa sabrá capear el temporal que se avecina. Como la UE no ha conseguido ofrecer a sus ciudadanos una visión alentadora del futuro europeo, construida sobre un patrimonio rico y un gran potencial económico, su ejército de tecnócratas y burócratas solo cuenta con el papel histórico desempeñado en el mantenimiento de la paz durante la Guerra Fría para convencer a la gente, aunque desplace a sus dirigentes electos.

Así como el premio a Obama –tras un ciclo en el gobierno en el que se han intensificado los ataques de aviones no tripulados sobre Pakistán- inspira en la actualidad más cinismo que indignación, existe el peligro de que la respuesta al Nobel sea exclusivamente de incredulidad. El euroescepticismo se ha convertido en la postura más popular por defecto entre los comentaristas que, con anterioridad a la crisis de la eurozona, ya denunciaban encantados las sospechas de tendencias antidemocráticas, como xenofobia y racismo, en la institución. Ser contrario a la UE, se nos repetía incesantemente, equivalía a ser antieuropeo, a querer hacer retroceder el continente a los años más oscuros del siglo XX. La famosa sentencia de Yeats, "el centro no se sostiene", se ha convertido en una cita al uso entre quienes observan el aparente renacimiento de una nueva ultraderecha por toda la Europa continental, y su deseo de sostener al centro les impide ocasionalmente ver las particularidades nacionalistas de tales movimientos populistas limitándose a establecer un fácil paralelismo con la situación en la década de los treinta.

El premio puede considerarse en parte como una iniciativa para intentar recuperar el elevado valor moral de la eurofilia, ya que mostrarse contrario a la forma actual de una institución política sería aparentemente estar en contra de la paz y ser antieuropeo. Ahora es más importante que nunca que los proeuropeos contrarios a la UE estén a la altura del desafío y reclamen intelectualmente los elementos progresivos de conceptos por mucho tiempo menospreciados como la soberanía nacional. No es una tarea fácil y para realizarla es preciso que exijamos cuentas a nuestros propios gobiernos nacionales. Las autoridades han utilizado demasiadas veces la excusa de Bruselas a la primera de cambio para evadir las responsabilidades sobre políticas y decisiones impopulares.

Nos encontramos muy lejos de la "primavera europea" que algunos comentaristas entraron a discutir cuando Hollande ganó las elecciones en Francia con la promesa de oponerse a la austeridad europea. Aún así, si en lugar de atragantarse con su brioche, escupir su cafe latte o arrojar su aceite de oliva contra la pared, los ciudadanos europeos pudieran canalizar su perplejidad hacia una crítica seria de lo que es la UE y cuál es su rumbo futuro, en ese caso aún podrían existir razones para un prudente optimismo.