eltiempo
Autor. Daniel Samper Pizano
Foto. Archivo/ El Tiempo
Oslo es una sede perfecta para
las conversaciones de paz que acaban de empezar. Del tamaño de Pereira, con
pocos atractivos, que se limitan a edificios históricos y museos, barquitos de
día y cervecerías de noche, tiene fama de ser bastante aburrida, asaz fría
(ocho grados en promedio esta semana), nublada, lluviosa y con pocas horas de
luz. Ideal para recogerse y hablar, hablar, hablar.
Alcanzar la paz no puede ser la
meta final que se fije el país. La paz es una etapa fundamental para buscar
dicha meta, que es una sociedad más justa e igualitaria, pero no conviene
equivocarse y creer que si se consigue la paz se ha logrado todo. Llevamos dos
siglos viendo que la violencia agrava todos los problemas, deteriora todas las
situaciones e impone sacrificios cada vez más onerosos. La paz -ese sueño que
han acariciado ya varias generaciones de colombianos sin traducirlo a la
realidad- es, pues, indispensable. Pero no habremos llegado a Disneylandia, ni
estaremos en el final, sino en el comienzo del camino.
Eso sí: de conseguir la paz -y el
día esté cercano-, habremos dado un paso clave para que el país tome rumbos
positivos. Ese será el momento de poner en discusión el modelo económico.
Porque sin modificarlo no podremos construir un país que resulte vivible para
todos. Y, si esto no se logra, la paz podría quebrarse como una oblea. Dice la
escritora Gabriela Cañas que "la desigualdad y la injusticia intrínseca
producen las mayores tensiones". Más aún que la pobreza.
Habrá que abrir un juicio al
actual modelo económico colombiano cuando se pueda discutir en paz y dentro de
las normas de la democracia. Tenemos que buscar y encontrar un esquema de
desarrollo diferente al neoliberal que nos impusieron como panacea salvadora
desde hace algo más de veinte años y que ha significado la prosperidad de los
ricos y la ruina de los más pobres. Una evaluación realizada en el 2004 en
Montevideo con patrocinio, entre otros, de la muy liberal Fundación Friedrich
Ebert condenó "el desastre neoliberal continental" que, en el caso
colombiano, manifiesta un "retroceso social escandaloso, tal como lo
expresa la última versión del informe de Desarrollo Humano de las Naciones
Unidas". Un documento publicado allí señala que "los peores resultados
económicos del último siglo se presentan en la gestión del actual Gobierno
[URIBE I]" y dice que "la economía burbuja ha disparado las ganancias
del sector financiero y asegurador de servicios, configurando un estereotipo de
crecimiento económico que ha aislado del verdadero desarrollo al 65 por ciento
de la población".
La receta neoliberal que inauguró
César Gaviria en 1990 se basa en reducir, maniatar y marginar al Estado y
entregar las riendas del desarrollo a la iniciativa privada. Estados Unidos y
Europa padecen hoy lo que ocurre cuando los poderes económicos particulares
imponen su ley. La crisis es hija suya, y la receta propuesta ha sido la de
sacrificar aún más a los sectores populares.
En Colombia, el modelo neoliberal
produjo una distancia cada vez mayor entre ricos y pobres; convirtió en negocio
particular la salud pública; privatizó empresas que el sector público había
levantado con gran esfuerzo durante décadas; potenció el sector financiero por
encima del sector productivo; arruinó actividades agropecuarias que habían sido
rentables; comprometió el medio ambiente; entró a saco en los recursos
naturales y ahora quiere soltarle el freno a la minería multinacional.
Después de la paz debe seguir la
justicia social. Y en ese momento habrá que discutir y reemplazar el modelo
económico.