Si queremos la paz, es necesario saber la verdad, pasando por el
esclarecimiento de quiénes asesinaron a Jaime Pardo Leal. Conocer tal verdad
sería digno tributo a la memoria de ese ciudadano ejemplar.
Mañana se cumplen 25 años del asesinato del líder de la Unión Patriótica y
excandidato presidencial Jaime Pardo Leal, uno de esos crímenes políticos de
finales de los 80 sobre los cuales no se ha fomentado entre los colombianos la
capacidad de recordación.
Omisión inexcusable en este caso, cuando lo que se produjo fue un auténtico
magnicidio, así por las calidades excepcionales que como ser humano
distinguieron a la víctima como por el momento histórico en que se consumó el
atroz crimen y por sus secuelas políticas.
Pardo fue hombre del pueblo, nacido en Ubaque (Cundinamarca). Inicialmente
quiso fraguar su destino como sacerdote. Sin embargo, el día de ingreso al
seminario -y como prueba de tantas exclusiones en este país por años
consagrado, paradójicamente, al corazón de Jesús- no fue admitido por ser hijo
extramatrimonial, como solía recordarlo con su proverbial simpatía.
El paso de la vida demostró que con esa negativa, y dadas su inteligencia y
dedicación al estudio, a Pardo se le truncó un sueño, pero la Iglesia católica
perdió a quien hubiera sido un brillante purpurado.
Estudió derecho en la Nacional y desde un comienzo descolló por su
personalidad descomplicada, su sensibilidad social y su condición de líder
nato.
Hizo la carrera judicial desde juez municipal hasta magistrado del Tribunal
Superior de Bogotá, y habría alcanzado la Corte Suprema si no le hubiesen cobrado
sus posiciones de izquierda. Porque nunca negó su ideario, y prácticamente
fundó el sindicato de jueces, hoy Asonal Judicial.
De probidad diamantina, jamás sus enemigos políticos de la derecha pudieron
endilgarle la menor fisura ética. En la cátedra universitaria se destacó por el
dominio temático, el manejo de la ironía, su fino humor y hasta por un
inconfundible tic visual que le permitía burlarse de sí mismo.
Nunca empuñó un arma ni justificó la lucha armada.
Al producirse los acuerdos de paz, durante el gobierno Betancur, acogió
entusiasta la causa de la paz y, en 1986, aceptó la candidatura presidencial
por la Unión Patriótica, partido político legalmente establecido.
Contra todas las previsiones, obtuvo más de 300.000 votos, superando a
todos los candidatos de izquierda, que hasta entonces no habían alcanzado más
de 100.000 votos.
Aun jueces liberales y conservadores distantes de su ideología le dieron el
apoyo, por su compromiso con la causa popular y su frontal defensa del Estado
Democrático de Derecho en las peores épocas del Estado de sitio.
A lo mejor, esa votación asustó a la extrema derecha, que, en alianza con
el temible narcotraficante Rodríguez Gacha (alias el 'Mexicano'), terminaron
acribillándolo cuando -inerme, lúcido y bonachón- salía de una pequeña finca de
descanso en La Mesa rumbo a Bogotá, en compañía de Gloria, su inseparable
esposa, y de sus hijos.
El caso de Jaime Pardo, como el de Bernardo Jaramillo, su sucesor y luego
candidato presidencial para el año 90, no fue el único en esa larga cadena de
muerte: devastador genocidio contra toda una agrupación política que provocó la
desaparición física de senadores, representantes, diputados, alcaldes y
concejales de la Unión Patriótica.
Con actitud tan torpe se ahogó en sangre un proceso de paz que nos hubiera
ahorrado los miles de muertos y los inconmensurables daños y sufrimientos a la
Nación por cuenta del conflicto armado.
Es una lección dura y elocuente. Porque si queremos la paz, es necesario
saber la verdad, pasando por el esclarecimiento pleno -aunque no necesariamente
en el terreno judicial- de quiénes asesinaron a Jaime Pardo Leal y a más de
3.000 militantes de la Unión Patriótica.
Conocer tal verdad sería digno tributo a la memoria de ese ciudadano
ejemplar.