En la foto Carlos Lozano, director de VOZ, y Hugo Rafael Chávez Frías, en el Club Militar, en diciembre de 1997. Foto archivo.
En memoria de un hombre grande, extraordinario. Su ejemplo, como el del Che Guevara, influirá en las nuevas generaciones
El comandante Hugo Rafael Chávez Frías, durante 14 años presidente de la
República de Venezuela, denominada “República Bolivariana de Venezuela”
en la nueva Constitución, por iniciativa del propio mandatario,
falleció en medio del dolor y el cariño de su “amado pueblo”, como solía
decir, el pasado martes 5 de marzo. “Se fue victorioso e invencible.
Pasó a la historia por la puerta grande”, dijo con emoción Raúl Castro,
presidente de la República de Cuba, uno de sus grandes amigos.
Durante 14 años, Chávez ganó tres elecciones presidenciales y un
referendo constitucional; estuvo al frente de su partido y de la
coalición de Gobierno, incluido el leal Partido Comunista de Venezuela,
en todas las elecciones victoriosas de la Asamblea Nacional y las
elecciones estatales y municipales. Fue imbatible. “Victorioso e
invencible”, como dijo Raúl.
Lo que más le dolió a la derecha venezolana e internacional fue que en
su propio campo, el sufragio universal burgués, donde ella impone la ley
y las condiciones, sobre la base de las gabelas, las trampas, el
ventajismo, la violencia y el fraude, la izquierda venezolana, liderada
por Chávez, al que creían un “loquito”, los derrotara una y otra vez.
Por eso quisieron derrocarlo, en 2002, en un fallido golpe militar,
apoyado desde Colombia, también derrotado gracias a la fuerza del pueblo
que se lanzó a la calle a defender el proceso bolivariano y a su
presidente, y a la lealtad de la mayoría de los militares patriotas que
no se prestaron para la conspiración artera, urdida desde Washington.
Una semblanza
Hugo Chávez y el movimiento bolivariano habían tomado la iniciativa,
desde 2002, cuando el primero prestó el juramento, frente al entonces
presidente Rafael Caldera, con las siguientes palabras: “Sobre esta
moribunda Constitución…”, insólito desafío que molestó al saliente
mandatario. Y a fe que lo logró. Inauguró la V República, que acabó con
el Pacto de Punto Fijo del bipartidismo y despedazó a los dos partidos
históricos de la burguesía (“adecos” y “copeyanos”). Como solía decir
Chávez con énfasis: “Se fueron al basurero de la historia”.
Lo conocí en diciembre de 1997, casi un año antes de las elecciones que
lo llevarían al poder. Entonces apenas comenzaba la campaña en precarias
condiciones organizativas, financieras y propagandísticas, con el apoyo
de un grupo de amigos, de los comunistas y otros sectores populares. En
las encuestas apenas registraba el 10% de la opción de voto, muy por
debajo de la ex reina de belleza Irene Sáez, que contaba con el 31% de
favorabilidad.
Yo estaba en Caracas, invitado por la Universidad Central, participando
en un seminario sobre América Latina y la dependencia imperialista. Me
contactó Diosdado Cabello, militar leal a Chávez, ahora presidente de la
Asamblea Nacional. Me preguntó que si quería cenar con el “coronel Hugo
Chávez” y de inmediato le respondí que sí. Me recogió entrada la noche
en el hotel y me condujo al Club Militar.
En el comedor, al fondo, identifiqué la figura de Hugo Rafael Chávez
Frías, ya conocida en prensa y televisión, desde el 4 de febrero de
1992, cuando quiso derrocar el gobierno corrupto de Carlos Andrés Pérez
sin lograrlo. Sin embargo, desde ese momento, incluyendo los dos años
que permaneció en la cárcel hasta que lo indultó Caldera, comenzó a
gestar el movimiento bolivariano y el proceso revolucionario de la V
República a favor de los humildes y de la unidad latinoamericana.
Sentados en la mesa, después de un cordial saludo, me habló de sus
proyectos, que calificó de difíciles pero no imposibles. El libertador
Simón Bolívar siempre estaba en el centro de su conversación y de sus
argumentos. Me cautivó su simpatía y el enorme carisma. Avasallaba con
la palabra, casi imposible de interpelar. Solo lo interrumpían los
militares (activos), las señoras y los niños que querían saludarlo. Era
evidente la simpatía.
Los novios querían tomarse fotografías con él, así como los padres con
sus pequeños hijos que estaban en la fiesta de bautizo o de cumpleaños.
Un hombre así puede liderar un proyecto muy grande, lo pensé, a pesar de
mi desconfianza hacia los militares. En esa conducta pesaba la
influencia de mi padre, liberal de izquierda, masón y demócrata a toda
prueba, que tenía antipatía por las “mitras y las cachuchas”.
Amigo de los comunistas.
Chávez me dijo que siempre fue amigo de los comunistas, desde su
adolescencia en Barinas. “Aunque allí tuve mi primera contradicción,
porque íbamos a las fiestas y mientras ellos se dedicaban a reclutar
jóvenes para la JCV, yo bailaba y me divertía con las muchachas”,
recordó en medio de carcajadas. A lo largo del proceso revolucionario
tuvo varias contradicciones con los comunistas, siempre manejadas con
cuidado y respeto, colocando por delante la unidad.
Luego lo vi varias veces. Antes de ganar las elecciones, en un Congreso
del Partido Comunista de Venezuela y después, en la condición de
presidente, en Caracas y Bogotá, cuando asumió el papel de mediador para
liberar a los civiles y militares en poder de las FARC. Su objetivo era
ir hasta el Yarí a convencer a Manuel Marulanda de entrar a un proceso
de diálogo con el gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
Sueño truncado por el guerrerismo y la grosería del mandatario
colombiano, que le quitó la condición de mediador sin ninguna
consideración ni elegancia. Diría después que “Uribe lo que es es un
mafioso. Él está moviéndose para ver si habla conmigo. No tengo nada que
hablar con el mafioso de Uribe”. Cerró así cualquier acercamiento. Fue
un acto de dignidad. Le sobró razón.
En Bogotá, antes de la ruptura con Uribe, lo visité en la residencia al
norte de la capital. Estaba acompañado de Nicolás Maduro, este
preocupado por la conversación que pudiéramos entablar en medio de
micrófonos que los organismos de inteligencia colombiana hubieran
instalado allí.
Recibió a un grupo de periodistas, entre ellos María Isabel Rueda y
Yolanda Ruiz. La primera se declaró “fascinada y atraída” por la recia
personalidad del mandatario. Chávez hasta le cantó una canción con el
nombre de “Catira”, que la dejó sin aliento. En esos días habían
detenido al corresponsal de Telesur, Freddy Muñoz, al saludar al nuevo
le dijo en broma: “Chico y tú por qué no estás en la cárcel”. Por
supuesto que a María Isabel poco le duró la admiración por el presidente
visitante. A los pocos días reanudó la campaña antichavista que se
convirtió en permanente obsesiva y antipática.
Cumplió el compromiso
Chávez cumplió el compromiso y el juramento bolivariano de gobernar en
beneficio de los pobres y de promover la Patria Grande, la unidad
latinoamericana y caribeña. Fue un líder en el continente, no cabe la
menor duda. Colocó la riqueza petrolera en pro de la independencia y la
soberanía de los pueblos. Liquidó el ALCA y acabó con el mito del patio
trasero yanqui. Con su primer gobierno comenzó a gestarse una nueva
realidad latinoamericana, otra geopolítica de tendencia antineoliberal,
de izquierda y de dignidad, fortalecida con la creación del ALBA,
Unasur, Celac, Petrocaribe y otros proyectos importantes.
Logró el sueño de redimir a los pobres. De eso me habló en nuestro
primer encuentro en el Club Militar. Tenía claros los proyectos sociales
para su país, convertidos luego en las célebres misiones, en todos los
campos, reflejados en los logros en educación, salud, empleo, vivienda,
cultura y la disminución de la pobreza. “Era de una enorme dimensión
humana”, dice Piedad Córdoba, quien lo conoció bastante.
Era un gigante, amado por su pueblo, que siempre le respondió. Hasta en
la triste despedida. Millones de venezolanos, un verdadero río humano,
desfilaron ante su féretro y prometieron seguir venciendo. Es lo que no
entienden los burgueses de todos los pelambres y latitudes, así como sus
amanuenses en los grandes medios. Lo llaman “populista” de manera
despectiva. Así califican al gobernante que le sirve al pueblo y que
asume las soluciones sociales de los trabajadores y los sectores
populares.
Para ellos, el estadista y el Estado deben estar al servicio de la
oligarquía, de los poderosos, de los parásitos que se lucran de la
explotación capitalista. Es la miseria humana del pequeño círculo que
ejerce el poder a sangre y fuego y que se resiste a los cambios
democráticos y sociales. Chávez los derrotó. Por eso entró victorioso a
la historia, por la puerta grande, como dijo Raúl Castro. ★
Fuente Semario VOZ