Fue
su compañera sentimental por 15 años
Sandra
y ‘Marulanda’ durante los diálogos del Caguán, con su mascota, un lobo
siberiano llamado ‘Bonie’. / Gloria Castrillón
Por: Gloria Castrillón / Enviada
Especial El Espectador- Cromos, La Habana (Cuba) /
Manejaba la seguridad y el cuidado personal del jefe guerrillero.
Esta semana, en Cuba, se convirtió en la única mujer a la que la guerrilla ha
sentado en una mesa de negociación.
“Murió de un infarto cardíaco, en
brazos de su compañera”. Con estas palabras, el hoy jefe máximo de las Farc,
Timoleón Jiménez, confirmó al mundo la muerte del fundador y líder histórico de
esta guerrilla, Manuel Marulanda Vélez, en un comunicado que leyó el 25 de mayo
de 2008. Semejante alusión no era sólo un giro retórico para darle un toque de
humanidad y romanticismo a la figura del insurgente más feroz, el más buscado,
el más combatido por el Estado durante más de medio siglo. Era también la forma
de hacerle un homenaje a Sandra, la mujer que cuidó del anciano durante más de
15 años de su vida en el monte.
Aunque la figura de Sandra salió a
relucir durante los diálogos que adelantó el gobierno de Andrés Pastrana en la
zona de despeje del Caguán, nunca fue protagonista de las negociaciones. Se la
veía siempre al lado del jefe guerrillero, que ya se había convertido en mito
por cuenta de las muchas veces que el Estado anunció su muerte en combate. Era
ella la que conducía la camioneta 4x4 en la que Marulanda llegaba de repente a
la sede de los diálogos, era ella la que tomaba atenta nota de las reuniones y
asuntos pendientes. Era ella la última puerta infranqueable, después de la
fuerte escolta, para acceder al jefe de la guerrilla más antigua del
continente. Era casi su sombra.
Ya en la intimidad, Sandra era más que
su asistente. Se convirtió en la única persona que pasaba a su lado las 24
horas del día: lo acompañaba hasta la puerta del baño, le administraba las
medicinas para la hipertensión y otras dolencias propias de la edad, se
encargaba de su vestimenta, que iba desde una sencilla pinta de paisano —
camisa, pantalón y botas pantaneras—, hasta el camuflado y las botas militares
de cuero cuando la ocasión ameritaba el traje de fatiga. Le supervisaba la
dieta, baja en sal y carbohidratos y abundante en frutas y verduras.
Pero tal vez el rasgo más importante
de las funciones que cumplía Sandra como compañera sentimental de Marulanda era
la seguridad. Sólo ella conocía el sitio donde acampaba cada noche quien fue
por años el hombre más buscado del país. Los demás miembros de la pequeña
escolta acogían la decisión que ella tomara, mientras los demás anillos de
seguridad se encargaban de resguardar un área general.
Sandra no descuidó este asunto ni
siquiera cuando estuvieron en los 42.000 kilómetros cuadrados que el Estado les
cedió a las Farc para negociar. Ningún miembro del secretariado conocía la
ubicación exacta del campamento. Cada noche cambiaban de refugio y ni el Mono
Jojoy ni Joaquín Gómez, jefes de los bloques Oriental y Sur, que prestaban
cientos de hombres para los anillos de seguridad de su jefe, conocían la
decisión de la mujer.
De ella no se supo mucho. Era
reservada, casi misteriosa, sabía guardar prudente distancia sin perder de
vista cualquier necesidad de su compañero. Sorprendió la diferencia de edad
(posiblemente él la doblaba en años) y la enorme dedicación que ella le
prodigaba: le cortaba las uñas y el pelo, le leía libros, correspondencia y
documentos, veía películas para comentárselas, estaba actualizada para
asegurarse de que él también lo estuviera.
Una de las sorpresas que se llevaron
los delegados del presidente Pastrana (incluso el mismo mandatario) durante los
primeros encuentros con Manuel Marulanda, fue precisamente que Sandra tomara
las fotografías de los momentos más importantes de aquellos contactos
preliminares y que guardara con celo los documentos que él debía revisar.
Uno de los momentos que quedó
registrado para la prensa y que le dio la vuelta al mundo fue cuando Sandra,
vestida como Tirofijo, con impecable uniforme camuflado, se desprendió por un
instante de su esposo para cobijar al presidente Andrés Pastrana con un
plástico y protegerlo de la lluvia. Era el 8 de febrero de 2001 y el mandatario
había ido a San Vicente del Caguán a tratar de salvar el proceso de paz de una
de sus infaltables crisis.
No hay duda de que ella conocía como
nadie los secretos del octogenario guerrillero, porque además le manejaba el
radio de comunicaciones, le contestaba la correspondencia y estuvo a su lado
durante los momentos cruciales de los diálogos de paz. No sorprende verla como
protagonista de este nuevo intento, ahora con el gobierno Santos.
Sentarla en la mesa de negociaciones
durante esta primera etapa es un homenaje al mito fundador de una guerrilla
campesina que sigue venerando la figura del comandante que cursó pocos años de
escuela pero puso en jaque la seguridad de los 17 presidentes que lo
combatieron sin éxito. Incluso se cree que más allá de darle representación a
las mujeres insurgentes, se trata de darle voz y voto a la persona que conoció
como nadie a su líder y que seguramente llevará sus puntos de vista a la mesa de
diálogos.
Los organismos de seguridad del Estado
nunca tuvieron mayor información de Sandra. No estaba reseñada en informes de
inteligencia ni tenía proceso penal en contra. Tras la muerte de Marulanda no
se tuvo noticia de su paradero y sólo ahora, al verla de civil, ofreciendo una
rueda de prensa al lado de curtidos hombres de la diplomacia de las Farc,
vuelve a ser noticia.