Las2orillas. 23 de Septiembre 2013
Recuerdos de una guerra prolongada: el día que Carlos Pizarro se voló de
las Farc; Navarro no es un traidor pues no ha sido revolucionario.
Pablo
Catatumbo fue boxeador un par de años antes de volverse guerrillero.
Participó en los juegos departamentales del Valle del Cauca en 1970, y
obtuvo bronce en la categoría de los pesos mosca. Su sueño era
representar a Colombia en los Juegos Panamericanos de Cali de1971, pero
en el camino se atravesaron Carlos Marx y José Maria Vargas Vila, lo
cual hizo que cambiara bruscamente de cuadriláteros, metiéndose a una
pelea de asaltos infinitos en las que no se oye el sonido salvador de la
campana sino el eterno silbido del plomo ventiao.
Nació en 1953, en plena dictadura de Rojas Pinilla, en el emblemático barrio San Antonio de Cali, pero siendo muy niño su familia se trasladó al barrio Municipal, donde vivió su niñez y la juventud. “Fueron años muy felices aunque transcurrieron en medio de la pobreza: mi padre era un obrero que ganaba el mínimo, pero era un hombre muy dedicado a su familia, una familia numerosa de diez hijos donde habitó siempre el afecto”.
Aquellos años felices, sin embargo, se interrumpieron como un hachazo sin aviso, con la muerte repentina del señor de la casa. “Él trabajaba en la Kodak, en la Plaza de Caicedo y los fines de semana iba a Roldanillo, su tierra natal, a tomar fotografías para hacer unos pesos extras. En uno de esos viajes, de regreso a Cali, una locomotora embistió el vehículo en que viajaba y falleció instantáneamente”, recuerda Catatumbo.
Pese a que su padre era conservador y a que se proclamaba laureanista, en la casa de Catatumbo no se respiró política. “Él no era sectario ni fanático, era un conservador por tradición, cuya enorme admiración hacia John F. Kennedy lo hacía ser un godo muy atípico”.
Jorge Torres Victoria tenía 11 años cuando falleció su padre y tuvo que ver cómo su hermano mayor, de 16, tomaba las riendas de la casa. Para completar las turbulencias de aquella época, dos años después, una hermana murió de cáncer.
“Afortunadamente el patrón de mi papá, don Edgar Lenis, asumió una especie de tutoría de la familia: le dio a mi hermano el mismo puesto y el mismo sueldo que tenía mi padre, lo cual permitió que la familia no cayera en la miseria absoluta”.
Con el ingreso del hermano mayor de Catatumbo al mundo laboral comenzaron a aparecer “de la noche a la mañana un montón de libros raros” en la casa del barrio Municipal. Desde esa época el jovencito Torres Victoria comenzó a cultivar una gran admiración por su hermano mayor, quien se esforzaba al máximo, trabajando de día en la Kodak y estudiando de noche en el colegio Santa Librada, más conocido en Cali como el Santa “Pedrada” por el espíritu de rebeldía que siempre se respiró en sus aulas.
El hermano mayor leía en voz alta y el menor le escuchaba entre la fascinación y el asombro. Oyendo los textos de Vargas Vila, descubrió que era posible cuestionar los valores y las instituciones de la época, en especial a la iglesia. Fue así como el adolescente Jorge Torres Victoria se hizo hombre entre los Césares de la decadencia y Aura o las violentas. “Por fortuna no me contagié de la misoginia del autor”, bromea.
También fue por esa época que el hoy comandante guerrillero, miembro del Secretariado de las Farc, le oyó leer a su hermano una minuciosa biografía de Lenin escrita por Gerard Walter. “Muchos años después me estremecí al verme leyendo en voz alta la misma biografía de Lenin, pero esta vez a la luz de una vela en medio de la selva, frente a un auditorio de 50 guerrilleros”.
A finales de los 60 sucedió algo que se veía llegar: su hermano ingresó a las filas del Partido Comunista y la casa del barrio Municipal se convirtió en un hervidero de ideas revolucionarias. “Mi hermano era un organizador nato, un constructor de partido y era imposible que yo no terminara contagiado de sus ideas”. Fue él quien lo convenció de ingresar a la Juventud Comunista (JUCO) en mayo de 1968 por los mismos días en que los muros de Paris gritaban “Seamos realistas, pidamos lo imposible” y en las esquinas se gritaba que quedaba terminantemente “prohibido prohibir”.
En aquel año mágico ocurrió un nuevo sisma en la familia Torres: el hermano mayor y alter ego del joven Jorge decidió irse para las Farc. “Él era muy metódico y antes de ingresar a la guerrilla hizo un entrenamiento de un año. Trotaba, cruzaba a nado el rio Cauca, y subía y bajaba lomas con mucho peso encima”. Sin decirle nada, Luis Ernesto invitaba a Jorge a sus travesías. Fue así como terminaron navegando el Cauca sobre una balsa de guaduas hecha por ellos mismos con la cual intentaron llegar hasta la desembocadura del rio, centenares de kilómetros al norte. “Por fortuna la balsa se deshizo antes de llegar a La Virginia (Risaralda), donde hay unos tremendos saltos en los que nos hubiéramos ahogado entre la furia de las aguas”. La evocación de aquella pequeña odisea fluvial lo remite sin remedio a los caudales del rio Mississippi, donde transcurren las aventuras de Tom Sawyer y Hukleberry Finn, los inmortales personajes de Mark Twain que él leyó con pasión algún tiempo después. “Entre los autores norteamericanos, me quedo con Twain, aunque creo haberme leído toda la obra de Hemingway y también ese fabuloso libro de John Steinbeck titulado Las uvas de la ira“.
“Pocos días antes de irse pal monte, mi hermano me presentó a una persona que me impactó mucho, pues era la primera vez en mi vida que yo veía un costeño. Me llamó la atención la alegría, el desparpajo y la vitalidad del personaje. Era alguien que irradiaba optimismo por todos los poros: se llamaba Jaime Bateman y le decían el flaco. “Bateman fue el que se llevó a mi hermano para las Farc”, rememora Catatumbo.
A comienzos de los 70, el joven comunista Jorge Torres Victoria estaba dedicado de lleno a la militancia política, como activista en las muy recordadas movilizaciones estudiantiles del año 71. Fue por esa época cuando la JUCO lo envió a tomar un curso en las afueras de Moscú, en un instituto donde se reunían jóvenes revolucionarios de todo el mundo para aprender la cartilla marxista-leninista de la mano de profesores soviéticos. En la delegación colombiana viajaba alguien que se convertiría en el entrañable amigo y compañero de caminos y combates de Torres Victoria: Guillermo León Saénz, mejor conocido, 11 años después, como Alfonso Cano.
Catatumbo se devuelve por los vericuetos de su memoria hasta el invierno glacial que los acompañó en esos meses y recuerda que entre sus compañeros de curso también estaba Leonardo Posada, asesinado en Barrancabermeja el 30 de agosto de 1986, semanas después de haber sido elegido representante a la Cámara por la Unión Patriótica.
A su regreso de la URSS se enteró de que su hermano mayor, la persona que más admiraba y que más influencia ejercía sobre él, ya estaba en la guerrilla. “Quien que me lo contó fue Bateman durante una larguísima conversación de seis horas en la que yo permanecí casi todo el tiempo callado, obnubilado con la carreta del Flaco.”. Al terminar aquella charla, Jorge Torres Victoria quedó absolutamente convencido de que su destino también sería el mundo insurgente. “Bateman era un organizador impresionante. El que pasaba por sus manos terminaba en el monte”, recuerda Catatumbo y aprovecha para subrayar el origen comunista y fariano del líder del M-19, fallecido en abril de 1983 en las selvas del Darién. “Bateman ingresó a las Farc en 1966, apenas dos años después de la fundación de esta guerrilla y trabajaba directamente con Jacobo Arenas, al frente de una red de apoyo urbana. Tres años antes había sido miembro de la dirección nacional de la JUCO”.
Unas semanas después de la conversación con Bateman, Torres Victoria viajó hacia el páramo de Sumapaz, camino de entrada a los campamentos guerrilleros. Dice que disfrutó mucho aquel trayecto pues lo hizo acompañado de Manuel Ruiseco, sobrino del entonces obispo de Cartagena, quien también se disponía a ingresar a las Farc y se sabía todos los poemas de Pablo Neruda. Entre muchos poemas de amor y una canción desesperada llegaron a un campamento que se llamaba Rajapicha, donde conoció a Jacobo Arenas. “Ahí estaban también Jorge Briceño (Mono Jojoy), recién ingresado, Miguel Pascuas, Jaime Guaracas, Álvaro Fayad y Carlos Pizarro”.
Durante los siguientes dos meses, él y otros 40 guerrilleros recibieron un curso de filosofía que dictó el entonces estudiante de antropología de la Universidad Nacional Guillermo Sáenz. “Durante ese tiempo, además de adaptarme a la vida guerrillera, hice una gran amistad con Fayad y con Pizarro y además me reencontré con mi hermano”. Terminado el curso, los alumnos fueron enviados a la región del Pato-Guayabero.
En el trayecto recibió su primer fusil, uno que llamaban perilla, “un punto 30 de esos que ya no se usan sino en las cárceles”. Fue en El Pato donde comenzó en serio la vida guerrillera. “A uno le decían: “tiene que endurecerse”, y eso significaba boliar machete y hacha todo el día; aprender a sembrar maíz, yuca, plátano…familiarizarse con la vida del campo. Volverse campesino, mejor dicho! Aprender a cazar, a pescar; atravesar ríos, caminar de noche”.
El bautizo de fuego de Jorge Torres Victoria fue en 1973 con la toma de Colombia (Huila). “Allí estuvieron mi hermano, Carlos Pizarro, el Mono Jojoy y unos ochenta guerrilleros más, al mando de Joselo. Tomamos el puesto de policía, recuperamos como siete fusiles, la población nos recibió muy bien y no hubo muertos”. Sin embargo, la toma del pequeño poblado desató una fuerte ofensiva del ejército que los obligó a internarse selva adentro, donde los guerrilleros se perdieron. Durante casi dos meses deambularon de un lado para el otro, sin provisiones, hasta que lograron salir de la manigua. “Esa terrible travesía sirvió para que brillaran los mejores hombres y entre ellos se destacaron sin lugar a dudas Pizarro y mi hermano”.
Mientras se recuperaban de las semanas de extravío, Catatumbo y Pizarro tuvieron una larga conversación en un improvisado bohío que los protegía de un aguacero apocalíptico. “Aquel día él me dijo que estaba como aburrido, que había muchas cosas que le molestaban en las Farc. A mí ni se me pasó por la mente lo que se estaba en camino y más bien me puse a aconsejarlo; le dije que había que tener paciencia, que las cosas se arreglaban”.
Al día siguiente Catatumbo pidió permiso para visitar a su hermano, que estaba en un campamento vecino, y cuál no sería su sorpresa cuando éste le contó que Pizarro había dejado las filas guerrilleras. “Se voló ese man, me dijo mi hermano y yo quedé estupefacto. Sin embargo, siempre tuve la convicción de que Carlos no era un traidor. Allá lo acusaron de todo eso, pero yo decía: el no es un traidor. El se voló por incomprensiones, pero no para traicionar la revolución. Y puedo decir que siempre conservé la amistad y la admiración por él”.
Catatumbo también cultivó una estrecha relación con Iván Marino Ospina a quien califica como un hombre con gran capacidad de liderazgo, firme y valiente. “Eso es justamente lo que uno añora cuando ve a estos líderes del M-19. Iván Marino, Fayad, Pizarro, Bateman, eran auténticos revolucionarios. No como un Navarro o un Petro. Y ni qué decir de un Rosemberg o un Everth Bustamente que son verdaderos traidores. No se entiende que personas que estuvieron al lado de Bateman terminen avalando a un fascista como Álvaro Uribe”.
El jefe guerrillero que actualmente busca en la Mesa de Diálogos de La Habana una fórmula que permita a las Farc entrar de lleno en la escena política, considera que Navarro nunca ha sido revolucionario, por lo tanto no es un traidor. “Lo que sí está claro es que él no encarna los ideales por los cuales luchó y murió tanta gente. Navarro abandonó los principios que lo catapultaron al escenario nacional”.
En el año 83, después de pasar una temporada en la cárcel, Guillermo Sáenz llegó al campamento de La Caucha, en las faldas de la cordillera oriental, para convertirse en Alfonso Cano. Allí lo recibieron Manuel Marulanda y Jacobo Arenas. “Hay que reconocer el enorme esfuerzo que tuvo que hacer Alfonso para adaptarse al mundo insurgente. Él era urbano en toda la extensión de la palabra, físicamente “blandito”, y sufría bastante con las condiciones agrestes de las montañas, aunque vale decir que al final de su vida ya era un curtido guerrillero”. Al evocar a su camarada entrañable, abatido en el departamento del Cauca el 4 de noviembre del 2011, Cataumbo lo define como un amigo firme y leal, de profundas convicciones políticas, nada dogmático ni sectario; aficionado a escuchar a los demás, espartano en su vida personal y dueño de un agudo sentido del humor. “El peor error que ha cometido Santos fue matar a Alfonso Cano. Con su asesinato, que se pudo evitar, Santos perdió un magnífico interlocutor que le hubiera dado gran profundidad e incluso más rapidez al proceso de paz”.
Cuando termina de evocar al amigo, Catatumbo abre una carpeta que exhibe en su carátula muchos kilómetros andados y quizás décadas de vida. Saca una hoja amarillenta y lee en voz alta las palabras con las que Cano inauguró los diálogos de paz de Caracas, en junio de 1991: “Pongamos en el centro de nuestra sociedad el derecho a la vida. Creemos la mentalidad nacional del respeto a la vida como el bien natural y social primario de la gente que habita nuestra patria.(…) todos y cada uno de nosotros tiene responsabilidad con la solución negociada. La paz no es cuestión de resolver la situación de personas o de organizaciones. No se trata de darles garantías electorales o curules a los dirigentes, se trata de lograr acuerdos que permitan iguales derechos y garantías para todos los colombianos sin excepción…esa es la esencia de la negociación”.
Catatumbo cierra la carpeta, hace un largo silencio y escucha los ecos de una tormenta eléctrica que se acerca a La Habana. “Palabras absolutamente vigentes. Lo mismo que estamos discutiendo ahora, sólo que han pasado 22 años, unos cuantos miles de muertos y millones de desplazados”.
Espere mañana:
-No pensamos pasar de agache en el tema de las víctimas: asumiremos las responsabilidades que nos correspondan
-Catatumbo está leyendo una biografía de Gerry Adams: si Irlanda del Norte, con semejante conflicto, pudo lograr una salida política, es imposible que Colombia no lo consiga.
-Recomienda a nuestros generales que lean al mariscal Montgomery: “el papel de los militares no es glorificar la guerra sino hacer todo lo posible para evitarla”
-No me veo de parlamentario, pero si toca, toca
-La pepa del acuerdo son las garantías políticas y la pepa de las garantías es el desmonte definitivo del paramilitarismo
-Hoy lo único rentable en el campo es la coca
-Santos contra Santos en la disputa de la presidencia?…eso no es serio, como dijo el señor Presidente.
-Marulanda fue el que le puso orden a la guerra a comienzos de los 60
http://www.las2orillas.co/con-pablo-catatumbo-en-la-habana-i-el-peor-error-de-santos-fue-matar-alfonso-cano/
http://www.youtube.com/user/nolascopresiga/videos
Nació en 1953, en plena dictadura de Rojas Pinilla, en el emblemático barrio San Antonio de Cali, pero siendo muy niño su familia se trasladó al barrio Municipal, donde vivió su niñez y la juventud. “Fueron años muy felices aunque transcurrieron en medio de la pobreza: mi padre era un obrero que ganaba el mínimo, pero era un hombre muy dedicado a su familia, una familia numerosa de diez hijos donde habitó siempre el afecto”.
Aquellos años felices, sin embargo, se interrumpieron como un hachazo sin aviso, con la muerte repentina del señor de la casa. “Él trabajaba en la Kodak, en la Plaza de Caicedo y los fines de semana iba a Roldanillo, su tierra natal, a tomar fotografías para hacer unos pesos extras. En uno de esos viajes, de regreso a Cali, una locomotora embistió el vehículo en que viajaba y falleció instantáneamente”, recuerda Catatumbo.
Pese a que su padre era conservador y a que se proclamaba laureanista, en la casa de Catatumbo no se respiró política. “Él no era sectario ni fanático, era un conservador por tradición, cuya enorme admiración hacia John F. Kennedy lo hacía ser un godo muy atípico”.
Jorge Torres Victoria tenía 11 años cuando falleció su padre y tuvo que ver cómo su hermano mayor, de 16, tomaba las riendas de la casa. Para completar las turbulencias de aquella época, dos años después, una hermana murió de cáncer.
“Afortunadamente el patrón de mi papá, don Edgar Lenis, asumió una especie de tutoría de la familia: le dio a mi hermano el mismo puesto y el mismo sueldo que tenía mi padre, lo cual permitió que la familia no cayera en la miseria absoluta”.
Con el ingreso del hermano mayor de Catatumbo al mundo laboral comenzaron a aparecer “de la noche a la mañana un montón de libros raros” en la casa del barrio Municipal. Desde esa época el jovencito Torres Victoria comenzó a cultivar una gran admiración por su hermano mayor, quien se esforzaba al máximo, trabajando de día en la Kodak y estudiando de noche en el colegio Santa Librada, más conocido en Cali como el Santa “Pedrada” por el espíritu de rebeldía que siempre se respiró en sus aulas.
El hermano mayor leía en voz alta y el menor le escuchaba entre la fascinación y el asombro. Oyendo los textos de Vargas Vila, descubrió que era posible cuestionar los valores y las instituciones de la época, en especial a la iglesia. Fue así como el adolescente Jorge Torres Victoria se hizo hombre entre los Césares de la decadencia y Aura o las violentas. “Por fortuna no me contagié de la misoginia del autor”, bromea.
También fue por esa época que el hoy comandante guerrillero, miembro del Secretariado de las Farc, le oyó leer a su hermano una minuciosa biografía de Lenin escrita por Gerard Walter. “Muchos años después me estremecí al verme leyendo en voz alta la misma biografía de Lenin, pero esta vez a la luz de una vela en medio de la selva, frente a un auditorio de 50 guerrilleros”.
A finales de los 60 sucedió algo que se veía llegar: su hermano ingresó a las filas del Partido Comunista y la casa del barrio Municipal se convirtió en un hervidero de ideas revolucionarias. “Mi hermano era un organizador nato, un constructor de partido y era imposible que yo no terminara contagiado de sus ideas”. Fue él quien lo convenció de ingresar a la Juventud Comunista (JUCO) en mayo de 1968 por los mismos días en que los muros de Paris gritaban “Seamos realistas, pidamos lo imposible” y en las esquinas se gritaba que quedaba terminantemente “prohibido prohibir”.
En aquel año mágico ocurrió un nuevo sisma en la familia Torres: el hermano mayor y alter ego del joven Jorge decidió irse para las Farc. “Él era muy metódico y antes de ingresar a la guerrilla hizo un entrenamiento de un año. Trotaba, cruzaba a nado el rio Cauca, y subía y bajaba lomas con mucho peso encima”. Sin decirle nada, Luis Ernesto invitaba a Jorge a sus travesías. Fue así como terminaron navegando el Cauca sobre una balsa de guaduas hecha por ellos mismos con la cual intentaron llegar hasta la desembocadura del rio, centenares de kilómetros al norte. “Por fortuna la balsa se deshizo antes de llegar a La Virginia (Risaralda), donde hay unos tremendos saltos en los que nos hubiéramos ahogado entre la furia de las aguas”. La evocación de aquella pequeña odisea fluvial lo remite sin remedio a los caudales del rio Mississippi, donde transcurren las aventuras de Tom Sawyer y Hukleberry Finn, los inmortales personajes de Mark Twain que él leyó con pasión algún tiempo después. “Entre los autores norteamericanos, me quedo con Twain, aunque creo haberme leído toda la obra de Hemingway y también ese fabuloso libro de John Steinbeck titulado Las uvas de la ira“.
“Pocos días antes de irse pal monte, mi hermano me presentó a una persona que me impactó mucho, pues era la primera vez en mi vida que yo veía un costeño. Me llamó la atención la alegría, el desparpajo y la vitalidad del personaje. Era alguien que irradiaba optimismo por todos los poros: se llamaba Jaime Bateman y le decían el flaco. “Bateman fue el que se llevó a mi hermano para las Farc”, rememora Catatumbo.
A comienzos de los 70, el joven comunista Jorge Torres Victoria estaba dedicado de lleno a la militancia política, como activista en las muy recordadas movilizaciones estudiantiles del año 71. Fue por esa época cuando la JUCO lo envió a tomar un curso en las afueras de Moscú, en un instituto donde se reunían jóvenes revolucionarios de todo el mundo para aprender la cartilla marxista-leninista de la mano de profesores soviéticos. En la delegación colombiana viajaba alguien que se convertiría en el entrañable amigo y compañero de caminos y combates de Torres Victoria: Guillermo León Saénz, mejor conocido, 11 años después, como Alfonso Cano.
Catatumbo se devuelve por los vericuetos de su memoria hasta el invierno glacial que los acompañó en esos meses y recuerda que entre sus compañeros de curso también estaba Leonardo Posada, asesinado en Barrancabermeja el 30 de agosto de 1986, semanas después de haber sido elegido representante a la Cámara por la Unión Patriótica.
A su regreso de la URSS se enteró de que su hermano mayor, la persona que más admiraba y que más influencia ejercía sobre él, ya estaba en la guerrilla. “Quien que me lo contó fue Bateman durante una larguísima conversación de seis horas en la que yo permanecí casi todo el tiempo callado, obnubilado con la carreta del Flaco.”. Al terminar aquella charla, Jorge Torres Victoria quedó absolutamente convencido de que su destino también sería el mundo insurgente. “Bateman era un organizador impresionante. El que pasaba por sus manos terminaba en el monte”, recuerda Catatumbo y aprovecha para subrayar el origen comunista y fariano del líder del M-19, fallecido en abril de 1983 en las selvas del Darién. “Bateman ingresó a las Farc en 1966, apenas dos años después de la fundación de esta guerrilla y trabajaba directamente con Jacobo Arenas, al frente de una red de apoyo urbana. Tres años antes había sido miembro de la dirección nacional de la JUCO”.
Unas semanas después de la conversación con Bateman, Torres Victoria viajó hacia el páramo de Sumapaz, camino de entrada a los campamentos guerrilleros. Dice que disfrutó mucho aquel trayecto pues lo hizo acompañado de Manuel Ruiseco, sobrino del entonces obispo de Cartagena, quien también se disponía a ingresar a las Farc y se sabía todos los poemas de Pablo Neruda. Entre muchos poemas de amor y una canción desesperada llegaron a un campamento que se llamaba Rajapicha, donde conoció a Jacobo Arenas. “Ahí estaban también Jorge Briceño (Mono Jojoy), recién ingresado, Miguel Pascuas, Jaime Guaracas, Álvaro Fayad y Carlos Pizarro”.
Durante los siguientes dos meses, él y otros 40 guerrilleros recibieron un curso de filosofía que dictó el entonces estudiante de antropología de la Universidad Nacional Guillermo Sáenz. “Durante ese tiempo, además de adaptarme a la vida guerrillera, hice una gran amistad con Fayad y con Pizarro y además me reencontré con mi hermano”. Terminado el curso, los alumnos fueron enviados a la región del Pato-Guayabero.
En el trayecto recibió su primer fusil, uno que llamaban perilla, “un punto 30 de esos que ya no se usan sino en las cárceles”. Fue en El Pato donde comenzó en serio la vida guerrillera. “A uno le decían: “tiene que endurecerse”, y eso significaba boliar machete y hacha todo el día; aprender a sembrar maíz, yuca, plátano…familiarizarse con la vida del campo. Volverse campesino, mejor dicho! Aprender a cazar, a pescar; atravesar ríos, caminar de noche”.
El bautizo de fuego de Jorge Torres Victoria fue en 1973 con la toma de Colombia (Huila). “Allí estuvieron mi hermano, Carlos Pizarro, el Mono Jojoy y unos ochenta guerrilleros más, al mando de Joselo. Tomamos el puesto de policía, recuperamos como siete fusiles, la población nos recibió muy bien y no hubo muertos”. Sin embargo, la toma del pequeño poblado desató una fuerte ofensiva del ejército que los obligó a internarse selva adentro, donde los guerrilleros se perdieron. Durante casi dos meses deambularon de un lado para el otro, sin provisiones, hasta que lograron salir de la manigua. “Esa terrible travesía sirvió para que brillaran los mejores hombres y entre ellos se destacaron sin lugar a dudas Pizarro y mi hermano”.
Mientras se recuperaban de las semanas de extravío, Catatumbo y Pizarro tuvieron una larga conversación en un improvisado bohío que los protegía de un aguacero apocalíptico. “Aquel día él me dijo que estaba como aburrido, que había muchas cosas que le molestaban en las Farc. A mí ni se me pasó por la mente lo que se estaba en camino y más bien me puse a aconsejarlo; le dije que había que tener paciencia, que las cosas se arreglaban”.
Al día siguiente Catatumbo pidió permiso para visitar a su hermano, que estaba en un campamento vecino, y cuál no sería su sorpresa cuando éste le contó que Pizarro había dejado las filas guerrilleras. “Se voló ese man, me dijo mi hermano y yo quedé estupefacto. Sin embargo, siempre tuve la convicción de que Carlos no era un traidor. Allá lo acusaron de todo eso, pero yo decía: el no es un traidor. El se voló por incomprensiones, pero no para traicionar la revolución. Y puedo decir que siempre conservé la amistad y la admiración por él”.
Catatumbo también cultivó una estrecha relación con Iván Marino Ospina a quien califica como un hombre con gran capacidad de liderazgo, firme y valiente. “Eso es justamente lo que uno añora cuando ve a estos líderes del M-19. Iván Marino, Fayad, Pizarro, Bateman, eran auténticos revolucionarios. No como un Navarro o un Petro. Y ni qué decir de un Rosemberg o un Everth Bustamente que son verdaderos traidores. No se entiende que personas que estuvieron al lado de Bateman terminen avalando a un fascista como Álvaro Uribe”.
El jefe guerrillero que actualmente busca en la Mesa de Diálogos de La Habana una fórmula que permita a las Farc entrar de lleno en la escena política, considera que Navarro nunca ha sido revolucionario, por lo tanto no es un traidor. “Lo que sí está claro es que él no encarna los ideales por los cuales luchó y murió tanta gente. Navarro abandonó los principios que lo catapultaron al escenario nacional”.
En el año 83, después de pasar una temporada en la cárcel, Guillermo Sáenz llegó al campamento de La Caucha, en las faldas de la cordillera oriental, para convertirse en Alfonso Cano. Allí lo recibieron Manuel Marulanda y Jacobo Arenas. “Hay que reconocer el enorme esfuerzo que tuvo que hacer Alfonso para adaptarse al mundo insurgente. Él era urbano en toda la extensión de la palabra, físicamente “blandito”, y sufría bastante con las condiciones agrestes de las montañas, aunque vale decir que al final de su vida ya era un curtido guerrillero”. Al evocar a su camarada entrañable, abatido en el departamento del Cauca el 4 de noviembre del 2011, Cataumbo lo define como un amigo firme y leal, de profundas convicciones políticas, nada dogmático ni sectario; aficionado a escuchar a los demás, espartano en su vida personal y dueño de un agudo sentido del humor. “El peor error que ha cometido Santos fue matar a Alfonso Cano. Con su asesinato, que se pudo evitar, Santos perdió un magnífico interlocutor que le hubiera dado gran profundidad e incluso más rapidez al proceso de paz”.
Cuando termina de evocar al amigo, Catatumbo abre una carpeta que exhibe en su carátula muchos kilómetros andados y quizás décadas de vida. Saca una hoja amarillenta y lee en voz alta las palabras con las que Cano inauguró los diálogos de paz de Caracas, en junio de 1991: “Pongamos en el centro de nuestra sociedad el derecho a la vida. Creemos la mentalidad nacional del respeto a la vida como el bien natural y social primario de la gente que habita nuestra patria.(…) todos y cada uno de nosotros tiene responsabilidad con la solución negociada. La paz no es cuestión de resolver la situación de personas o de organizaciones. No se trata de darles garantías electorales o curules a los dirigentes, se trata de lograr acuerdos que permitan iguales derechos y garantías para todos los colombianos sin excepción…esa es la esencia de la negociación”.
Catatumbo cierra la carpeta, hace un largo silencio y escucha los ecos de una tormenta eléctrica que se acerca a La Habana. “Palabras absolutamente vigentes. Lo mismo que estamos discutiendo ahora, sólo que han pasado 22 años, unos cuantos miles de muertos y millones de desplazados”.
Espere mañana:
-No pensamos pasar de agache en el tema de las víctimas: asumiremos las responsabilidades que nos correspondan
-Catatumbo está leyendo una biografía de Gerry Adams: si Irlanda del Norte, con semejante conflicto, pudo lograr una salida política, es imposible que Colombia no lo consiga.
-Recomienda a nuestros generales que lean al mariscal Montgomery: “el papel de los militares no es glorificar la guerra sino hacer todo lo posible para evitarla”
-No me veo de parlamentario, pero si toca, toca
-La pepa del acuerdo son las garantías políticas y la pepa de las garantías es el desmonte definitivo del paramilitarismo
-Hoy lo único rentable en el campo es la coca
-Santos contra Santos en la disputa de la presidencia?…eso no es serio, como dijo el señor Presidente.
-Marulanda fue el que le puso orden a la guerra a comienzos de los 60
http://www.las2orillas.co/con-pablo-catatumbo-en-la-habana-i-el-peor-error-de-santos-fue-matar-alfonso-cano/
http://www.youtube.com/user/nolascopresiga/videos