Revista Semana
27 de Septiembre de 2014.
El nombramiento de Gabriel Vallejo no cuadra con el juramento sobre la
madre tierra que hizo Santos ante los mamos de la Sierra Nevada, ni con
el discurso que pronunció hace cuatro días en la Cumbre de Cambio
Climático en Nueva York.
La visión que inspira al presidente Juan
Manuel Santos está escrita en el lema de su gobierno: prosperidad para
todos. Y esa es la misión que ha decidido tomar sobre sus hombros:
prosperidad para todos. ¿Cómo? Repartiendo la riqueza, en este país que
es uno de los más inequitativos del mundo. No la riqueza ya existente,
por supuesto.
No es cosa de poner a los
ricos a pagar impuestos, no lo quiere Dios (aunque Santos es, en otros
temas, más bien ateo). No. Repartiendo la riqueza futura, sumida en las
entrañas de la tierra. Es decir, exportando el medioambiente, como en la
historia, que he citado muchas veces, que cuenta García Márquez en El
otoño del patriarca, cuando el dictador les entrega a los gringos el mar
Caribe para que se lo lleven empacado en cajas, dejando solo un erial
reseco en el que saltan todavía algunos peces moribundos.
Para
exportar el medioambiente –el oro, el petróleo– nombró Santos en el
ministerio del ramo –que se llama también, irónicamente, “de desarrollo
sostenible” –a un experto en mercadeo, que estrenó sus funciones
autorizando el fracking petrolífero y abaratando las licencias
ambientales.
No puede ser. No quiero
creerlo. Ese nombramiento –el quinto en ese ministerio en los cuatro
años y un mes que lleva Santos gobernando– tuvo que ser hecho “a sus
espaladas”, como hubiera dicho en sus tiempos Ernesto Samper. Porque es
un nombramiento que no cuadra con el juramento sobre la madre tierra que
hizo el mismo Santos hace cuatro años ante los mamos arhuacos de la
Sierra Nevada, ni con el discurso que pronunció hace cuatro días en la
Cumbre del Cambio Climático a la que asistieron, en Nueva York, más de
100 jefes de Estado. Allí dijo Santos, en un momento que como es ya
habitual en él calificó de “histórico”:
–Es
el mayor reto que jamás hayamos enfrentado. Me complace decirle al
mundo que Colombia ya asumió de manera responsable este desafío.
Pero
si dice esas cosas ¿por qué demonios nombra para que se ocupe del
desafío al señor Gabriel Vallejo, un gerente de mercadeo, especialista
en servicio al cliente que inaugura su gestión autorizando el fracking y
facilitando las licencias de explotación minera y petrolera? El
fracking es, como han explicado en estos días muchos comentaristas a
pesar de la tentativa del gobierno por evitar que se discutiera el
asunto, una técnica de explotación del gas y el petróleo que consiste en
inyectar en las rocas profundas millones de litros de agua mezclada con
ciertos químicos para fracturarlas y hacer que liberen el petróleo o el
gas. Una técnica novedosa y sísmicamente peligrosa, y que puede
envenenar los acuíferos subterráneos, y por eso ha sido prohibida en
varios países europeos y en muchas regiones de los Estados Unidos, pero
que en Colombia se usará sin restricciones.
¿Por
qué? Por plata. El gobierno de Santos necesita plata para financiar
todas sus promesas: mermelada para la gobernabilidad, subsidios para la
pacificación social. Esa plata, ya dije, está enterrada. Para obtenerla
es necesario explotar y exportar el medioambiente como se exporta
cualquier otra mercancía: para un neoliberal convencido como Santos todo
se traduce en términos de mercado, como lo señaló de pasada en su
discurso de Nueva York:
– Nuestros esfuerzos son un deber ambiental, pero también los entendemos como un aporte a la competitividad del país.
Esa
competitividad requiere, dado que aquí ya no hay agricultura y se acabó
la industria, una minería sin controles y una explotación petrolífera
sin “talanqueras”, como llama el vicepresidente Germán Vargas las
consultas populares y las regulaciones por parte del Estado. El cual, en
el mantra neoliberal de la “tercera vía” adoptado por Santos, solo debe
llegar “hasta donde sea necesario” y no “hasta donde sea posible”, como
es en cambio el papel hegemónico asignado al mercado. Y entonces se
escoge la solución más facilista: como el Estado no tiene la capacidad
necesaria para vigilar el cumplimiento de sus regulaciones, pues no
regula. Y así no hay nada que vigilar.
Tanto
los mamos arhuacos de la Sierra como los ambientalistas que aplaudieron
el discurso de Santos en la cumbre de Nueva York se van a sentir tan
traicionados como el mismísimo Álvaro Uribe. El cual, por otra parte, no
lo ha sido tanto: ahí le está Santos empollando su huevito de la
“confianza inversionista”.