martes, 30 de septiembre de 2014

ARDE EL PUTUMAYO

Por: Alfredo Molano Bravo
El Espectador 27 de Septiembre 2014
Alfredo Molano Bravo
El desarrollo —o como se quiera llamar esa fuerza arrolladora y destructora— tiene sitiadas a comunidades indígenas y campesinas en todo el país. 
  
El desarrollo no anda solo, tiene una larga cola de fuego. No entiendo por qué razón divina no hay petróleo debajo de la Plaza de Bolívar, ni en el Palacio de Nariño o debajo de barrios como Rosales en Bogotá, o El Poblado en Medellín, o en... Cali. Nada. Allá no hay ni oro, ni petróleo, ni carbón. Nada. Sería muy divertido ver salir al presidente en calzoncillos o a las señoras de los barrios residenciales a medio maquillarse y con un zapato sí y otro no, huyéndole al Escuadrón Antimotines y ver al intrépido general Palomino dando órdenes a sus hombres. ¿Por qué eso nunca pasa? Cada día son mayores mis dudas sobre la justicia divina.


El Putumayo es una de esas regiones que ni que fueran parte del Egipto de las siete plagas: primero pasó la devastadora horda de Hernán Pérez de Quesada matando indios, desbaratando comunidades.

Después fueron los capuchinos catalanes, que en nombre de Dios y a rejo físico pusieron a su servicio a los naturales. Más tarde llegó la Casa Arana detrás del caucho de sus selvas. Esclavizaron a los indígenas y exterminaron comunidades enteras. El gobierno colombiano los uniformó para echarlos como carne de cañón contra el ejército peruano. Cuando salían de la guerra, llegaron los cazadores a matar tigres mariposos, perros de agua, cachirres, para exportar sus pieles. 

Las cosas se estaban calmando en el momento en que llegó la coca y detrás las mafias y detrás la guerra y más detrás la fumigación. Historia que continúa. Pese a que el Gobierno asegura que no está fumigando, las avionetas de los contratistas particulares de la Policía antinarcóticos lo siguen haciendo. La estrategia es para secar no sólo las matas de coca sino todos los cultivos, con el propósito evidente de sacar a los colonos de sus tierras y abrírselas a los ganaderos. Por eso muchos cultivadores están hoy trabajando en la costa pacífica, de donde los sacarán para abrirles esas tierras a los palmeros. Entre 1998 y 2006, el Putumayo fue territorio paramilitar: las masacres dejaron heridas que no cierran: El Tigre, Puerto Asís... Y así.

Desde los 60 llegó al Putumayo una nueva plaga: las empresas petroleras, con todos sus fierros. Fierros, fierros: desde tubos y taladro, hasta cañones y bombas. Y enemigos: Farc, Eln, Epl. También con fierros y fierros: tatucos, minas quiebrapatas, fusiles AK-47. El petróleo se ha convertido en una pesadilla sangrienta. Hoy hay comunidades de indígenas y de campesinos al borde de una explosión mayor. En los límites con Ecuador, en la cuenca de los ríos Cuembí y Teteyé, hay un cabildo nasa kiwna chab. La Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) dio permiso al Consorcio Colombia Energy para la explotación del crudo y hoy hay instalados 39 pozos y tres baterías cuyos efectos sobre acuíferos, destrucción de bosque, destrozo de humedales y exposición de las comunidades a la guerra han obligado a una protesta indígena que se generaliza a medida que el Gobierno se hace el desentendido. 

El desprecio de la gente es criminal. Las instituciones, tan pomposamente nombradas para otras cosas, se hacen las pendejas hasta que la gente salta y se toma una trocha e impide el paso de las tractomulas cargadas de crudo. Es la señal de la guerra. El Esmad entra a romper huesos, sacar ojos y descabezar dirigentes. La gente de Teteyé lleva 90 días de paro. 

La guerrilla, que no es legión de ángeles, ha hecho y deshecho con tractomulas y oleoductos: el petróleo crudo —nata espesa, negra y plástica— corre por caños y cañadas, inundando chucuas y contaminando acueductos. El olor de aceite quemado es insoportable, el agua potable se agota, la gente se enardece. Las petroleras dicen que no tienen condiciones objetivas de seguridad para resolver el problema, aunque sea su obligación. Pero patalean con cinismo y cálculo; alegan que es culpa de la guerrilla. Pero no pueden atrincherarse detrás de ese argumento para dejar a la gente expuesta al abandono y al desastre con pérfidas intenciones políticas que terminarán incendiando el Putumayo.