Martes 22 de Octubre de 2013.
Foto: Tomada del Semanario Voz
Desbrozando ideas (I)
En torno al proceso de paz que
cursa actualmente en La Habana se tejen toda clase de especulaciones.
Partiendo del Presidente Santos y su líder en la mesa de diálogos,
Humberto de La Calle, las acusaciones contra las FARC se lanzan y
repiten de modo irresponsable y tendencioso, por distintos voceros del
Establecimiento y los comentaristas bien pagos de la gran prensa.
El que se haya cumplido un año sin haber conseguido nada más que un
acuerdo parcial sobre el primer punto de la Agenda, y el que se aproxime
el plazo señalado al Presidente para anunciar o no la presentación de
su candidatura a la reelección, se convierten de repente en los
principales argumentos para dirigir las baterías cargadas de fuego e
infamia contra nosotros.
Ningún analista público o privado se refiere de manera alguna a las
claras revelaciones de los voceros oficiales, que reiteradamente dan
cuenta de su verdadera intención al dialogar con las FARC. Mil veces han
dicho que la Mesa no es el espacio para discutir en torno a reformas
institucionales y menos para debatir sobre el modelo económico que
implementan en el país.
Y quizás más veces aún han repetido el estribillo según el cual el
único propósito de la Mesa es que las FARC cambiemos las balas por los
votos, es decir que troquemos nuestra lucha de medio siglo por la
conversión en un partido político que presente sus listas en las
elecciones, dando por descontado que el régimen político vigente reúne
las más amplias calidades democráticas.
La defensa de esa posición recalcitrante, que pasa por encima del
propio texto del Acuerdo General firmado en La Habana en agosto de 2012,
que es público, pero que hábilmente se manipula a objeto de desvirtuar
su verdadera naturaleza, es realizada frecuentemente en nombre de todos
los colombianos. Sus portavoces invocan sin pudor al país y hablan en su
nombre.
Habría que comenzar por ahí. El interés que expresan los enemigos del
proceso no es el de la población colombiana en general, ni siquiera el
interés de la mayoría de los nacionales. Más bien podría decirse lo
contrario. Ellos hablan por ciertas elites, muy acomodadas
económicamente hablando, y apropiadas venal y casi hereditariamente de
las riendas del poder político.
Las voces que determinan el rumbo de las políticas implementadas en
el país son en primer término las de la gran banca transnacional y la
red de corporaciones multinacionales interesadas en los recursos que
puedan extraer de nuestro territorio en la forma más barata posible. A
ellas se añaden los grupos financieros, los monopolios empresariales y
el latifundio local.
No hay que llamarnos a engaños. El cumplido servicio de las
crecientes e impagables deudas externas pública y privada, por el cual
responde el Estado colombiano ante la banca mundial, es el primer deber
que corresponde cumplir a cualquiera de estos gobiernos. Las llamadas
sostenibilidad y regla fiscales que se incorporaron a la Constitución
recientemente así lo ratifican.
El efecto real de las llamadas políticas neoliberales sobre los
pueblos es tal, que hasta sus más fanáticos defensores sienten vergüenza
de ser calificados como tales. La exención o rebaja de impuestos a los
grandes capitales, la privatización de entidades y servicios públicos,
la apertura indiscriminada al comercio internacional, entre otras,
despojan y abaten a las mayorías.
La militarización creciente de la sociedad a fin de garantizar el
control social necesario para el sometimiento de los pueblos que se
opongan al saqueo de sus recursos, la destrucción de su hábitat natural o
la súper explotación de su trabajo auspiciada por la desregulación de
las relaciones laborales, completa el decálogo inhumano y antinatural
del poder dominante.
Semejante panorama de desgracia contribuyó a agravar aún más la
antidemocrática práctica de la violencia política ejercida de antaño por
las clases dominantes en nuestro país. La globalización del mercado y
el Consenso de Washington llegaron a Colombia cabalgando sobre la
paramilitarización, las masacres, la guerra sucia y los desplazamientos
masivos de la población.
La lucha guerrillera ya tenía vieja data cuando sobrevino toda esa
catástrofe. Y se había producido como respuesta del campesinado y los
sectores populares a la violencia oficial promovida por los partidos
liberal y conservador desde el gobierno y el Congreso. Entonces sí
resulta elemental discutir todos esos asuntos cuando se habla de hallar
una solución política consensuada.
El gobierno de Juan Manuel Santos pretendió cosechar los supuestos
éxitos de la llamada seguridad democrática de Uribe. Por eso se
consideró destinado a propinar la estocada de muerte a las FARC-EP.
Presupuestó con optimismo exagerado que la organización guerrillera se
hallaba al borde del colapso final, así que había llegado la hora de
acabarla por las buenas o las malas.
Las muertes del Mono Jojoy y Alfonso Cano, que en las FARC examinamos
desde una perspectiva muy distinta a la óptica gubernamental,
convencieron a Santos de ser el efectivamente llamado a conquistar tal
gloria. Así que al tiempo de sostener e incrementar la guerra
contrainsurgente y antipopular, apostó a convencernos de la generosidad
de su propuesta de rendición.
Y es esa la verdadera dificultad en la que se encuentra el proceso de
La Habana. A pocos meses de terminar su mandato, abocado a la necesidad
de mostrar resultados que justifiquen su reelección, el Presidente
Santos observa con angustia que sus planes militares de exterminio
contra las FARC fracasaron. Y que las FARC tampoco aceptan someterse en
la Mesa como soñaba.
Entonces, conjuntamente con todo el Establecimiento neoliberal,
arrecia su campaña de desprestigio. Nos culpa de la lentitud en los
avances, de atravesar toda clase de obstáculos, de salirnos de la Agenda
pactada, de hacerle trampa al país. Nos presenta como narcotraficantes y
terroristas, como violadores de menores y asesinos, como los peores
enemigos de la patria.
No son los colombianos ni el país los cansados con el proceso de paz,
como insisten los voceros neoliberales. Son ellos, los círculos
privilegiados y guerreristas, los que odian que se hable de soberanía,
de democracia plena, de modelos alternativos de desarrollo. Hacen y
profundizan la guerra y el terror contra Colombia, mientras acusan de
ello a los demás. Urge desenmascararlos.
https://pazfarc-ep.org/index.php/noticias-comunicados-documentos-farc-ep/estado-mayor-central-emc/1514-quien-esta-cansado-con-el-proceso-de-paz.html