Por: Delegación de paz de las FARC-EP
Jueves 23 de Enero de 2014
La Habana, Cuba, sede de los diálogos de paz, enero 23 de 2014
Sobre proceso de paz: mitos y mitomanías
Las recientes declaraciones de Juan Manuel Santos en
Europa parecen más un delirio lleno de jactancias innecesarias, que la
expresión de una política coherente que brinde garantías para adelantar
el proceso de paz. No se puede distorsionar la realidad creyendo que es
correcto escalar la guerra como si no hubiese conversaciones, o que se
pueda adelantar un diálogo simulando que el país no está sufriendo los
estragos de la confrontación.
No es sensato solazarse con la muerte, como lo está
haciendo Santos en España, y al mismo tiempo sabotear alocuciones
conjuntas de reconciliación en La Habana, porque la contraparte aseste
golpes militares. No se puede mantener al país incendiado y darle
destino de carne de cañón a centenares de soldados humildes, y al mismo
tiempo amenazar con que si atentan contra una figura importante,
explotará el proceso en mil pedazos. Esta discriminación entre vidas que
tienen valor y otras que no lo tienen, porque simplemente no pertenecen
a la clase de los pudientes, es lo más repugnante que se le pueda
escuchar aun mandatario que pregona estar comprometido con la
reconciliación del país.
Desde la contraparte se ha hablado de los mitos del proceso de paz,
utilizando el concepto peyorativamente, en sentido de falsa creencia
extendida; en la misma línea podemos precisar que no estamos en la Mesa
de Diálogos como consecuencia de una presión militar y en el camino del
sometimiento. Este sería el primer mito a desmontar, porque equivoca
causas y rumbos.
La paz es un propósito estratégico de las FARC y por eso
estamos en La Habana. Todos los eventos anteriores de diálogo han estado
ceñidos a ese principio. Por eso se equivocan Juan Manuel Santos y
Felipe Gonzáles, creyendo que con una concepción militarista, o con la
exaltación de la criminal estrategia sionista contra Palestina, vana
convencer al mundo de que el terrorismo de Estado, respaldado por el
poder bélico del imperio, es la clave para alcanzar la paz.
Vergüenza debiera tener Santos de permitir sin recato
alguno subordinarse a la CIA y permitir un intervencionismo de
potencias extranjeras en el conflicto interno colombiano. Pues además de
Estados Unidos, contra las FARC y el movimiento popular, también actúan
la inteligencia británica, la misma España de Felipe Gonzáles, e
Israel. Es inadmisible que el gobierno colombiano reconozca con
tontivano orgullo que desde el Comando Sur se dirige la guerra
contrainsurgente, pues es eso lo que significa la presencia de la
tecnología de la Agencia Nacional de Seguridad, NSA, y el gasto de 9.000
millones de dólares, que fuera de lo que costó el Plan Colombia, es lo
que han invertido en la ejecución de bombardeos cobardes contra los
campamentos de las FARC.
El segundo mito del gobierno es creer que la agenda de paz
se puede interpretar sin atender al preámbulo, que es el espíritu del
Acuerdo General de La Habana. Tan importante es este que de él deriva el
necesario compromiso de discutir aspectos nodales como la política
económica y los graves problemas de miseria urbana y exclusión política.
Las FARC tienen unidad y coherencia entre lo que dicen
públicamente y lo que hacen en cada escenario, incluyendo el de la mesa
de conversaciones; por eso el tercer mito es pensar que nuestro discurso
ante los medios es solo retórica y engaño de galerías. Las propuestas
de cambio social que el pueblo agita en las calles, son banderas
nuestras que no arriaremos en el escenario del diálogo.
El cuarto mito es creer que en Colombia hay una democracia
y que los representantes del establecimiento son sus defensores. Lo que
existe realmente es terrorismo de Estado, y por ello, nuestros
planteamientos por fortalecer la participación política popular y
establecer la verdadera democracia, no son devaneos o distracciones.
Nuestros argumentos en defensa de las mayorías van en serio, de lo que
se desprende, que no cesaremos en insistir en resolver los problemas
esenciales que han causado la miseria y la desigualdad. Por eso
coincidimos con Juan Manuel Santos, en que los acuerdos parciales hasta
ahora logrados, son casi nada. Es obvio que lo fundamental está por
debatirse.
Nunca el gobierno ha pactado con las FARC dejar por fuera
de discusión el asunto de las Fuerzas Armadas, su gigantismo y su
doctrina. Así, el quinto mito, es creer que se puede llegar a la paz sin
la desmilitarización de la sociedad y el Estado y manteniendo vigentes
factores inhumanos como la Doctrina de la Seguridad Nacional, la
concepción del enemigo interno y el paramilitarismo.
Por otro lado, es impensable que en un proceso, como el
que adelantamos, se pueda pasar por alto que es necesario devolverle la
función social a la propiedad. De ahí que el sexto mito es ilusionarse
con que la paz estable y duradera podría ser posible sin acabar el
latifundio y sin frenar la extranjerización de la tierra.
Es importante tener en cuenta que el país no está conforme
con las informaciones fragmentadas y parciales que se dan sobre los
resultados del proceso. Como está señalado en la agenda las partes solo
pactaron mantener confidencialidad sobre los debates internos, pero no
sobre las conclusiones. Entonces el séptimo mito es confundir
confidencialidad con secretismo, pensar que las salidas a la guerra se
pueden buscar a espaldas de la ciudadanía, y que luego un mecanismo de
refrendación que requiere de la plena participación del soberano, se
puede imponer unilateralmente restringiéndola a los términos de una
consulta recortada y desinformada.
El octavo mito es pensar, que en un escenario de décadas
de guerra sucia institucional, el Estado puede ser juez y parte, y
erigir de su cuenta, normativas y mecanismos de transición, pensando,
además, que en un proceso que debe favorecer a las víctimas, se le puede
hacer el quite a la conformación de la Comisión de esclarecimiento de
la verdad de la historia del conflicto interno colombiano.
Nunca nos hemos proclamado figuras angelicales, pero
tampoco puede el régimen pretender que somos el propio Belcebú y que las
élites gobernantes constituyen una corte de querubines celestiales. Es
un mito pensar que la insurgencia es la máxima responsable de los hechos
de la confrontación y que el Estado no está incurso en crímenes
internacionales. Recordamos que las FARC no han venido a La Habana a
pactar impunidades. Debe quedar claro que, por acción o por omisión, el
Estado es el máximo responsable. De nada les valdría mantener esa
tendencia morbosa a desfigurar la realidad.
Finalmente, es un hecho que sin reforma rural integral y
sin participación política, es decir, sin fundar elementos esenciales
para la democracia, no se podría concertar y construir la paz. Pero esta
búsqueda en La Habana no es tan sencilla, porque acá no se trata de un
asunto de repartición de “mermelada”. Las FARC no tienen delegados que
se compran o se vendan y por eso se requieren argumentos, políticas,
sensatez, y verdadera voluntad de cambio y reconciliación.
No nos resignamos a que mientras se desarrollan los
diálogos tengamos que contemplar la persecución, la criminalización y la
muerte de muchos dirigentes populares y de oposición, y que tengamos
que observar, especialmente, la fragilidad de las garantías que se nos
ofrecen para la Participación Política. Ser testigosde la forma como se
reparten los recursos públicos como “mermelada” corruptora, para alinear
parlamentarios, magistrados, funcionarios y jefes de colectividades
políticas, de una forma tan descarada, nos mueve el espíritu para decir
que esa no es la “democracia” que queremos y que estamos buscando.
Desde La Habana hacemos un llamamiento a abrir un debate
sobre estos imperdonables asuntos de la vida nacional. Y llamamos
también a hacer valer el inmenso deseo de paz que palpita en el corazón
de Colombia. La paz no es pertenencia de partidos, mandatarios o
personalidades; la paz es un bien supremo que pertenece a todos.
DELEGACIÓN DE PAZ DE LAS FARC-EP