viernes, 7 de febrero de 2014

AIDA AVELLA, LA SINDICALISTA DE LA PAZ.

Por: Andrés Bermúdez Liévano
La silla vacia. Febrero de 2014.
Foto
 
Tras haberse convertido en la concejal más votada de la izquierda en Bogotá y en la presidenta de la Unión Patriótica, Aída Avella sufrió un atentado que la condujo a un exilio de 17 años. Foto: Cortesía UP
 
Con Aída Avella, la candidata presidencial con que la Unión Patriótica regresa a las urnas después de una década, La Silla continúa con una serie de perfiles de las personas que serán protagonistas en esta temporada electoral, que iniciaron con Pacho Santos y que seguiremos publicando en las semanas que vienen.

 Aída, la retornada
 
“Tranquilo, que trabajamos para regresar”. Eso le decía siempre Aída Avella a sus amigos, a sus colegas de lucha sindical y a sus viejos aliados políticos, a todos los que le preguntaran cuándo viajaría a Colombia.

Ella siempre respondía lo mismo, “tranquila, que trabajamos para regresar”, pero tuvieron que pasar 17 años para que su promesa se cumpliera y ella venciera el miedo que la mantuvo alejada del país desde aquella mañana en 1996 en que la concejal bogotana de la Unión Patriótica iba por plena Autopista Norte y un carro con una bazuca en la ventana se le parqueó al lado.

Esa madrugada, a las 7:50 de la mañana del 7 de mayo, su historia por poco termina de la misma manera que la de Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Manuel Cepeda Vargas y otros tres mil militantes de la UP, que fueron silenciados en una feroz campaña contra un partido que surgió de las fallidas negociaciones entre las Farc y el Gobierno durante los años ochenta.

Tuvieron que pasar 17 años, seis meses y cuatro días para que Aída, hoy una mujer de 65 años, cambiara su plácida ciudad lacustre en Suiza por Colombia – así eso fuera lo último que tenía ella en los planes cuando abordó el avión de regreso. Para ella era un viaje de una semana, que terminaría con una escala en París y estaría de regreso en su casa en Ginebra. Se equivocó.

Tres meses después, Aída está instalada en Colombia, viviendo de invitada en la casa de una de sus viejas amigas de los años setenta, como candidata presidencial de una Unión Patriótica revivida de forma inesperada por un fallo del Consejo de Estado. Como política en campaña por un país al que le siguió la pista con compulsividad desde la distancia europea, pero que físicamente le resulta un perfecto desconocido.

Y como figura poco conocida por las masas, pero símbolo de un partido que hoy siente sus banderas reivindicadas por unos diálogos en La Habana que buscan ponerle punto final a cuatro décadas de guerra.

Es ahí, en ese nuevo espacio político que se abrió el día en que el Gobierno y las Farc se sentaron juntos en Oslo, donde Aída Avella siente que está su nueva misión.
Aída, la candidata sorprendida
 
Así anunciaban los afiches el primer congreso nacional de la UP, en 1985. Hoy se instalará el quinto. Fotos archivo Unión Patriótica, expedientes contra el olvido, libro de Roberto Romero Ospina
Bernardo Jaramillo, el segundo candidato presidencial de la UP asesinado. Fotos archivo Unión Patriótica, expedientes contra el olvido, libro de Roberto Romero Ospina..
 
Avella regresó a Colombia por una semana para el Congreso de la UP y salió del evento proclamada su candidata presidencial. Foto: Cortesía UP
A diferencia de los otros candidatos presidenciales, la campaña de esta mujer boyacense, de voz reposada y conversación fogosa, que sigue llamando “compañeros” a sus amigos y colaboradores, está hecha con las uñas.

No tiene sede permanente, sino que va migrando de lugar en lugar. Algunas veces trabaja en las casas de viejos amigos, otras en las sedes de partidos de izquierda amigos, como el Partido Comunista o la Marcha Patriótica. O en la del semanario Voz, que desde su fundación hace cinco décadas recoge las ideas de la facción más a la izquierda de la izquierda colombiana.

Los afiches, los útiles de trabajo, la logística de campaña los están pagando con plata que ella y sus amigos han aportado. No han podido sacar préstamos a nombre del partido porque los bancos les dicen que no hay antecedentes inmediatos de resultados electorales.

“Más que con las uñas, es una campaña hecha con los ñocos, porque no tenemos cómo”, dice Felipe Santos, el veterano militante y secretario ejecutivo de la UP, que no es familiar ni del presidente ni del casi candidato uribista. “A pesar de que recuperamos la personería jurídica, no se contempla que nuestro caso es singular y nuestras condiciones especiales. Nos están exigiendo como si aquí no hubiera pasado nada”.

Singular porque esa “rosa llamada UP”, como la llaman sus militantes adaptando el viejo cántico setentero y de protesta español, reaparece en el escenario político doce años después de no lograr los 50 mil votos del umbral. Y especial porque si resucitó en julio pasado fue gracias a un fallo del Consejo de Estado que reconoció que no obtuvo esos apoyos porque físicamente no tenía candidatos que los buscaran. Casi todos habían muerto o desaparecido, como dice Aída, “a punta de plomo”.

“Mira, no me hagas bromas”, le dijo a Jael Quiroga, la antigua militante de la UP que ha liderado las demandas de las víctimas de este partido ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, cuando la llamó a contarle del fallo. “Yo todavía no creo, pero si me mandan la resolución te lo creo”.
Aída decidió volver para el congreso de la UP, contra la voluntad de su esposo Pedro, un antiguo sindicalista como ella, y sus dos hijos. No esperaba ver sino a un centenar de viejos conocidos, pero llegaron más de mil personas a la Universidad Pedagógica, ondeando las banderas verdes y amarillas del partido.

Estaba sentada en el podio de honor cuando la cúpula de la revivida UP le hizo a su “Bernardo Jaramillo con faldas” -como la llamó un amigo- una propuesta inesperada: ¿sería Aída su candidata presidencial?

“Nos miraba como pidiendo auxilio, como diciendo qué hago”, dice Carlos Lozano, el dirigente comunista que la conoce desde que eran estudiantes y que es candidato al Senado de la alianza entre la UP y los verdes. “Seguramente va a decir que le toca pensarlo”, pensó Yaneth Corredor, una de sus amigas más cercanas y en cuya casa ella se refugió antes de salir al exilio suizo.
“Casi me caí de la silla. La gente empezó a cantar y yo pensaba ¿qué hago? Era incapaz de echarle un balde de agua fría al Congreso. No pude ni llamar a mi esposo y mis hijos, porque estaban dormidos, y dije que sí. Así mi familia se enterara al día siguiente por el periódico”, dice ella.
Y, así, menos de cuatro días después de su regreso estaba firme en el tarjetón presidencial.
Aída, desde el sindicalismo hasta el exilio
 
 De casa prestada en casa prestada y con recursos muy limitados, Aída Avella ha montado una campaña "con las uñas". Foto: Juan Pablo Pino
 
  

Aída llegó a la política, como muchos líderes de la izquierda, desde el movimiento sindical.
Corría el gobierno de Misael Pastrana cuando se graduó de psicóloga en la Universidad Nacional y entró a trabajar al Ministerio de Educación, donde rápidamente se puso a organizar un sindicato y a lidiar con lo que ella percibía como un mundo de inequidades laborales. Aún no se había hecho comunista, pero la movían las historias que le oía en Sogamoso a su abuelo, un liberal en la tradición radical de José María Vargas Vila.

De ahí llegó a la Federación Nacional de Trabajadores del Estado (Fenaltrase), que reunía a todos los sindicatos del sector público que en realidad eran organizaciones de papel, sin capacidad de incidir en nada. O “comités de aplausos y de recibimiento a los nuevos ministros”, como dice una de sus colegas sindicales de la época. Por esos años le llegó la primera de decenas de amenazas, un papel que decía “enemigos de la patria, los seguimos paso a paso”, cuando apenas ultimaba los detalles para un paro de empleados del Estado.

Desde Fenaltrase, Aída asumió la misión de fundar nuevos sindicatos y reactivar los que estaban moribundos: en Educación y en Hacienda, en el Fondo Nacional de Ahorros y en Asonal Judicial, en Medicina Legal y la Filarmónica. En total, pusieron de pie una cincuentena de sindicatos que luego se sumarían al paro cívico contra el gobierno de Alfonso López Michelsen en septiembre de 1977, su primer gran prueba como líder.

Era la época en que les decían “las chicas del CAN”, como las merengueras dominicanas, porque los sindicatos que tenían su fortín en el Centro Administrativo Nacional eran de los pocos donde no reinaba el machismo que, como en el resto de la política, aún hoy campea en el sindicalismo.

De ahí saltó al Partido Comunista y luego a la UP, pero nunca fue una militante convencional. Un 7 de noviembre en que se celebraba el aniversario de la revolución rusa de 1917 que dio pie a la Unión Soviética, Aída se paró frente al Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Los empleados del teatro estaban en medio de un pleito laboral con la ciudad y ella les organizó un mitin ahí mismo, frente al embajador ruso y toda la diplomacia de izquierda, frente a Cepeda Vargas y la plana mayor del comunismo colombiano.

“Todos la miraban de reojo y le decían 'Deja que entren y al final lo haces'. A ella le importó un pito, seguía ahí con su megáfono”, recuerda Roberto Romero Ospina, un antiguo militante de la UP que estaba cubriendo el evento para Voz y que luego documentó el exterminio del partido.

En 1991 estuvo en la Asamblea Nacional Constituyente, elegida en la misma lista con el ex Canciller conservador Alfredo Vázquez Carrizosa, que había dejado su carrera diplomática para dedicarse al activismo de derechos humanos. Por puro error presidió la Consituyente durante su primer mes, ya que un error ortográfico en su apellido -no ‘b’ sino ‘v’- la colocó por delante de Jaime Arias, a quien correspondía el honor.

Allí protagonizó duros debates en la Comisión Primera, en temas de derechos humanos y el rol de los militares, que llevaron a uno de sus colegas constituyentes a describirla como “dogmática y poco dada a admitir la verdad ajena, pero muy trabajadora y honesta, tanto intelectual como moralmente”.

En esos años los asesinatos de militantes de la UP fueron incrementando y las amenazas que ella recibía se multiplicaron, sobre todo desde que asumió la dirección del partido meses después del asesinato de Bernardo Jaramillo. Ya entonces había sido graduada como la “vocera de la insurgencia”, pese a que ella nunca estuvo en la lucha armada.

Aída, elegida concejal de Bogotá con una de las mayores votaciones, entendió que ella seguía en la lista. Un providencial hueco, la sagaz reacción de su conductor Eliud Barbosa y la misteriosa aparición de dos policías que nunca volvió a ver (“ángeles de la guarda”) le ayudaron a ver esa mañana de 1996 que, como dice ella, “no eran tiempos de mártires”.

Un par de días después llegaría a Ginebra, capital de los organismos internacionales, con un par de maletas y nada de francés. “Allí vivía en Suiza de día, en Colombia de noche”, dice. Durante la mañana trabajaba para vivir, cuidando niños, enseñando español, atendiendo en una chocolatería y una perfumería. Luego en la tarde patinaba los casos de sindicalistas colombianos en la Organización Internacional del Trabajo, les hacía las veces de traductora, de guía y, con mucha frecuencia, de anfitriona. Así pasó los últimos 17 años, como “embajadora de los sindicalistas”.
Aída, la defensora del proceso de paz
Vargas Lleras dejó la Fundación Buen Gobierno para convertirse en el director del comité estratégico de la campaña de Santos. Foto: Cortesía UP
Avella fue la única constituyente que venía de la UP, en una lista que compartió con el conservador Alfonso Vázquez Carrizosa. Foto: Cortesía UP.
La UP participará en sus primeras elecciones en más de una década, tras el fallo del Consejo de Estado que la revivió. Fotos archivo Unión Patriótica, expedientes contra el olvido, libro de Roberto Romero Ospina. 
 
“Sentí que algo había cambiado, que por fin se abría un espacio diferente al de la guerra, que había un espacio para los que tenemos visiones del país diferentes”, dice hoy cuando intenta explicar el impulso que la empujó a quedarse.

Su optimismo de entonces se mantiene, pero se ha ido matizando con cada señal de que todavía no todo es color rosa. Este fin de semana le llegó un panfleto de los Rastrojos dando “la orden explícita y perentoria para neutralizarla” a ella y los demás candidatos de la UP, ofreciendo 50 millones de pesos a quien ponga en marcha el “plan pistola”. Hoy mismo llegó otro panfleto, esta vez de las Águilas Negras, advirtiéndole que "recuerde que si fallamos una vez no fallamos dos veces".

Mientras tanto, sigue con su campaña hecha a la medida de sus modestos recursos. No es sólo la financiación lo que los preocupa, sino la posibilidad de competir de tú a tú, un tema que está en el corazón de lo que el Gobierno acordó sobre participación política con las Farc en La Habana. Es decir, que la izquierda pueda medirse en iguales condiciones en las urnas. Y gobernar, si gana.
Pero por ahora Aída siente que la competencia es desigual. “La gente que no aparece en televisión no existe. El que no sale en El Tiempo no existe. Al que no lo llaman de La W no existe”, dice una de sus más cercanas consejeras.

Ella subraya esa diferencia cada vez que puede, siempre con un toque de su humor negro. En diciembre, la revista Semana publicó un análisis de la carrera electoral en que la candidata de la UP no aparecía ni en un pie de foto. Unos días después, Avella se topó con Alejandro Santos, el director de la revista, en un programa de radio.

“Hola, yo todavía existo”, le dijo, parca pero amable. “¿A qué te refieres?”, le preguntó él. “A eso, que yo existo”. Fin de la conversación.

Esas diferencias se notan en el terreno, al hacer campaña. Mientras el ex presidente Álvaro Uribe y su candidato Óscar Iván Zuluaga han recorrido una decena departamentos en las últimas semanas, ella apenas ha visitado cuatro regiones en total.

A mediados de enero estuvo en la zona de la Laguna de Tota en Boyacá y luego hizo el viaje en carretera desde Neiva hasta el Caquetá. Esta semana pasada estuvo en Cali y en Santa Marta. Aún no ha pisado Antioquia, Santander o el Eje Cafetero -por solo mencionar tres lugares centrales en cualquier campaña- en casi dos décadas.

“Cuando salíamos de Neiva hacia el sur, yo veía que Uribe estaba al mismo tiempo en el Huila y había estado en cinco o seis municipios. ¿Y cómo hace él?, preguntaba yo sin entender. Claro, él iba en helicóptero”, dice

Esos viajes han sido el reencuentro de Aída con un país que recorrió intensamente como líder sindical. La carretera de Neiva a Florencia, que era una trocha la última vez que la recorrió, la deslumbró ahora con sus túneles. Bogotá, su hogar durante 30 años, le resulta irreconocible con “tantas orejas y tantos puentes”.

Aída sabe que sus opciones electorales y las de su partido son muy bajas, que seguramente perderán la personería por la imposibilidad de llegar a los 450 mil votos del umbral, pero le apuestan a otra cosa. Tanto que ella declinó el ofrecimiento de Clara López de ser su fórmula vicepresidencial, diciendo que "los comunistas no le vamos a seguir cargando la maleta a la izquierda como siempre hemos hecho".

En su partido no se habla de alianzas con Santos, ni tampoco de afinidades ideológicas con él. Pero es evidente que -más allá de cualquier postura sobre la economía, sobre la educación o la movilización social, sobre las drogas o el matrimonio igualitario- hay sintonía en el tema de la paz.
El regreso de la Unión Patriótica al ruedo electoral, para ella, tiene todo que ver con la paz. “Somos un aporte al proceso de paz porque a pesar de toda la atrocidad contra la UP, del atentado y del exilio, creemos en la reconciliación”, dice.

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