Enero 15 de 2014
Para buena parte de los sectores democráticos del país y del pueblo colombiano en su conjunto, el senador Jorge Enrique Robledo es uno de los parlamentarios más destacados, con mayor lucidez argumentativa y defensor consumado de reivindicaciones nacionales y democráticas. A pulso, y sin flaquear, se ha ganado esta caracterización en la política colombiana.
No obstante lo anterior, su lucidez y compromiso con causas justas se
ven empañadas de forma frecuente por otras características de signo
negativo: su tozudez y sectarismo. Robledo adolece de la enfermedad que
tanto daño le hizo a la izquierda en la segunda mitad del siglo XX, que
impidió su unidad y su avance en la toma del poder político; y la sufre
en momentos en que está demostrado que no es posible que algún sector
democrático, por sí solo, logre este cometido.
De manera concreta, este talón de Aquiles del Senador se ve más que
reflejado en lo que ocurre en Bogotá con la destitución en inhabilidad
del Alcalde Gustavo Petro, a quien al parecer no le perdona su salida
del POLO con la consigna “ahí les dejo su h… casa pintada”. Y más que
eso, no concibe Robledo otorgarle créditos o sumarle eventuales votos a
un sector político diferente al suyo, el único partido de oposición.
Para no hilar fino, basta aclarar que no se desconocen las críticas
válidas que Robledo pueda hacerle a Petro, tanto en su gestión como
alcalde como por sus diferencias ideológicas. Sin embargo, lo que está
primando en la posición del POLO, vía Robledo, es la tozudez del senador
que no logra vislumbrar la contradicción entre el fascismo y la
democracia que está de fondo en este caso.
La izquierda no puede desfallecer en la necesaria construcción
unitaria y en la defensa conjunta de los derechos del pueblo, y para
ello, Senador Robledo, usted debe bajarse del caballo y atreverse a oler
las flores.
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