Lunes 13 de Enero de 2014.
Delegación de paz FARC-EP-mesa de conversaciones el 13 de enero 2014. Comandante Iván Márquez.
La Habana, Cuba, sede de los diálogos de paz, enero 13 de 2014
En el ocaso del 2013 habló
Juan Manuel Santos en la clausura de los Cursos de Altos Estudios
Militares (CAEM) e Integral de Defensa Nacional (CIDENAL), y lo hizo
acompañado del jefe de la delegación del Gobierno en la Mesa de
Conversaciones de La Habana, el doctor Humberto De La Calle.
En ese escenario el Presidente desnudó de manera sincera
ante las Fuerzas Militares, su estrategia de paz aludiendo a ella como
un proceso originado en el 2000 cuando el Presidente de los Estados
Unidos, Bill Clinton, lanzó en Cartagena el denominado Plan Colombia.
Con esta revelación el propio Santos resuelve la sospecha de que no era
éste un plan contra el narcotráfico, sino un plan contrainsurgente
concebido para derrotar la creciente inconformidad social.
Con aire de autosuficiencia le dio brillo con sus palabras
al papel que jugó personalmente desde entonces, como conductor de la
estrategia militar, ya como gestor de créditos ante el Banco Mundial; ya
como artífice de dos impuestos de guerra que le permitieron al Estado
recaudar 16 billones de pesos con el apoyo entusiasta de los
empresarios; ya como propiciador de la integración de la inteligencia de
las fuerzas, siguiendo el consejo de su amigo, el ex primer ministro
británico, Tony Blair; ya como promotor de la modernización del equipo
bélico y de estímulos económicos a los militares; ya como inspirador,
desde el Ministerio de Defensa y la Presidencia de la República, de los
bombardeos de la CIA contra objetivos de alto valor que cobraron las
vidas de comandantes como el Negro Acacio, Martín Caballero, Raúl Reyes,
Jorge Briceño, y Alfonso Cano…
Mejor dicho, tanto incienso y auto elogio, que algunos
militares, casi asfixiados, en medio de ese humo de la vanidad,
alcanzaron a creer que estaban frente al hombre de más méritos militares
en toda la historia de Colombia. Pero unos días después, cuando The Washington Postdeveló
el plan de la CIA para asesinar a dirigentes de la insurgencia
colombiana, pudieron escapar del alelamiento. Para el país quedó claro
que el intervencionismo estadounidense es total y que Colombia es un
país ocupado con el consentimiento de unas élites apátridas. Lo único
que sí es atribuible a Santos es que, personalmente, emitió la orden al
ejército de asesinar a Alfonso Cano, cuando ya había caído prisionero,
como el Che.
Y siguiendo la disertación sobre sus hazañas militares en
la clausura del curso, el Presidente desembocó, sin más ni más, en que
gracias a su genialidad, logró el debilitamiento de las fuerzas
insurgentes, que hoy se han visto obligadas a acudir a una mesa de
conversaciones a firmar su sometimiento a la institucionalidad y a las
leyes vigentes. Y explicó que ése es el sentido de su reiterada
manifestación de que “la paz es la victoria”. Y preguntó a los militares
presentes:“ k¿En manos de quién quedan las armas; quién es el que se
desarma, y por consiguiente, quién ganó?” Algo así como: “no contaban
con mi astucia”. En nada ayudan esas expresiones en la generación de
confianza entre partes contendientes que buscan sacar adelante un
proceso de paz.
En esa misma línea argumental, que además desconoce el
carácter de partes iguales de los contendientes que estamparon sus
rúbricas en el Acuerdo General de La Habana, afirma con énfasis
innecesario y áspero, que “no habrá impunidad para los bandidos de las
FARC que han maltratado a la ciudadanía durante 50 años”, como si
hablara el “santo” jefe de una legión seráfica y no de un Estado
terrorista que ha causado muerte, falsos positivos, paramilitarismo,
desapariciones, desplazamiento forzoso y asfixia democrática, entre
otros desafueros. Pareciera haber olvidado que pocos meses atrás,
defendiendo ante la Corte Constitucional un inconsulto marco jurídico
para la paz (cuyos términos ha debido consensuar con la guerrilla en la
Mesa de La Habana), había reconocido que las víctimas eran víctimas del
conflicto; y que el Estado es responsable por acción o por omisión.
Valga agregar que ese solo reconocimiento discursivo, no es suficiente
para significar el terrible protagonismo del Estado en la generación y
permanencia del conflicto; es necesario que la voz del soberano sea
escuchada en esta materia.
Más adelante pontifica con el sofisma de que no habrá
amnistías ni indultos incondicionales para los guerrilleros, como
ocurrió en el pasado con el M-19, porque, según él, la CPI no lo
permite; pero luego en tono persuasivo, como apaciguando temores de la
oficialidad en torno al espinoso asunto de víctimas y máximos
responsables, anunció que lajusticia transicional operará para otorgar
beneficios jurídicos a los militares.Al menos queda claro que todas esas
volteretas del gobierno en torno al marco jurídico son para favorecer a
los militares.
Aunque este asunto se abordará en su debido momento, lo
primero que queremos decirle al gobierno, es que no hemos venido a La
Habana a negociar impunidades. No. Por eso, hemos propuesto la
conformación de una Comisión para el esclarecimiento de la verdad sobre
la historia del conflicto interno colombiano, para facilitar la acción
jurisdiccional y dar satisfacción a las víctimas, pero el gobierno se ha
desentendido a sabiendas de que si no se integra esa comisión, no será
posible abordar el tema de víctimas y máximos responsables. Debemos
arrancar de raíz esa asimetría jurídica que siempre pesa en contra de
los más débiles. El país entiende que la guerrilla no va a permitir que
sus dirigentes sean colgados de los postes, estigmatizados como
victimarios y únicos responsables. Ya lo aceptó el Presidente: las
víctimas, son víctimas del conflicto. Si el entramado jurídico
internacional es insoslayable, como afirman, el Estado colombiano que se
auto encadenó al Estatuto de Roma, a pesar de estar involucrado en
crímenes internacionales y de lesa humanidad, en el fondo debe estar
pensando en cómo responder ante la CPI respecto a tan graves e
ineludibles imputaciones. Las FARC tienen propuestas para buscarle una
salida justa a esta intrincada situación, de tal manera que los
combatientes y todos los colombianos salgamos satisfechos.
En la mencionada alocución el presidente también pasó un
parte de tranquilidad a los militares en torno a los acuerdos parciales
logrados en La Habana: “Lo que se negoció en desarrollo rural –dijo-, no
es nada extraordinario, nada que vaya a escandalizar, no habrán sóviets
estalinistas”… Y en eso tiene razón, y considerando, como él dice, “que
nada está acordado hasta que todo esté acordado”, lo fundamental está
en las salvedades que aún están por debatirse. El campesinado colombiano
clama porque se acabe con el latifundio, se conforme el fondo de
tierras para su distribución, se limite la extranjerización de la
tierra, se regule la explotación minero-energética de las
trasnacionales, se establezcan las ZRC donde florezca la economía
campesina que garantice la soberanía alimentaria del país y se convengan
fórmulas para frenar el impacto negativo de los TLC sobre la producción
agrícola y la industria nacional.
Y en cuanto a Participación Política, el compromiso, según
Juan Manuel Santos, es solo ampliar la democracia, “buscando darle
participación a sectores que han estado sometidos por las FARC. Las
circunscripciones especiales no son para las FARC”. Al respecto queremos
precisar que nuestro empeño en la Mesa de conversaciones es lograr que
se le de participación a la ciudadanía y a sus organizaciones en las
altas instancias de planeación de políticas que comprometen el futuro y
la dignidad de los colombianos, se abran las herrumbrosas puertas que
han estado cerradas toda una vida republicana a la democracia verdadera,
que no se asesine a nadie por su pensamiento político y visión de país,
que se le de participación a las regiones secularmente olvidadas, se
proscriba la Doctrina de la Seguridad Nacional y la concepción del
enemigo interno, y se erradique definitivamente el paramilitarismo de
Estado, para que esto posibilite también el tránsito de movimiento
armado a nuevo movimiento político.
Las salvedades del punto dos de la agenda, estrechamente
ligadas al anhelo nacional, exigen una reestructuración democrática del
Estado y la reforma política en función de la expansión democrática; la
reconversión de las Fuerzas Militares hacia la construcción de la paz y
la protección de la soberanía nacional; reforma económica; reforma de la
rama judicial que libere a la justicia de su politización y corrupción y
le devuelva su independencia como rama del poder; la reforma y
democratización del sistema político electoral; concreción del
postergado ordenamiento territorial; la democratización de la propiedad
de los medios de comunicación, entre otros trascendentales aspectos
relacionados con la democracia verdadera, la paz con justicia social y
la reconciliación nacional.
Considera el Presidente que el tercer punto en discusión,
el narcotráfico, es un tema fundamental, y aventura que sin él,
posiblemente las FARC y el ELN no estarían hoy donde están.Y nosotros
decimos que, sin el narcotráfico que ha necrosado hasta los tuétanos la
estructura del Estado colombiano, claro, las FARC y el ELN no estarían
donde están, porque sin la gansterización del régimen, sin desigualdad
ni tanta miseria no habría alzamiento armado. Pedimos que no se aplaste
con el hierro punitivo a los sectores más débiles de la cadena del
narcotráfico, que son los campesinos y los consumidores.
La sustitución
de cultivos debe ser concertada con los campesinos y bajo ninguna
circunstancia se erradicarán sin que antes se echen andar planes
alternativos. Las fumigaciones con glifosato que han causado males
irremediables al medio ambiente, deben ser suspendidas. Tras las rejas,
al lado de los capos debieran estar, no los campesinos ni las llamadas
“mulas”, expresión de un problema social, sino los banqueros corruptos
que con el lavado de activos provenientes de ganancias del narcotráfico,
estimulan su existencia. Como diría Bolívar, aquí las leyes solo sirven
para enredar a los débiles y de ninguna traba a los fuertes. Pero muy
poco se haría para doblegar el fenómeno si no hay una acción
internacional concertada entre las naciones, si no se persigue a la
mafia de la distribución, si no se da el salto de las políticas
prohibicionistas que han agudizado el problema, hacia un protocolo de
tolerancia regulada, de persistente educación a la juventud y del
tratamiento de la adición como asunto prioritario de salud pública.
Y concluye Santos, afirmando que “no habrá cese al fuego,
no bajaremos la guardia en la ofensiva militar”, y que solo habría
tregua después de la firma del acuerdo final. En las FARC lamentamos
esta contumacia fatal que le niega a la mesa la confianza necesaria para
avanzar en la construcción de acuerdos.
Se mantendrá viva la llama de la esperanza de la paz que
hoy titila en La Habana, solo si el gobierno está dispuesto a propiciar
cambios efectivos que signifiquen democracia y dignidad, y si los
colombianos atisban en el horizonte, que por fin, podremos tener patria.
Pero fundamentalmente, se mantendrá viva la esperanza de la paz, si las
mayorías nacionalesde pobres y excluidos, los campesinos, los
trabajadores, los desempleados, la juventud, las mujeres, los indígenas,
la población afro y los habitantes de los inmensos cinturones de
miseria que rodean las ciudades, se movilizan por ella. Habrá esperanza
de paz, si las capas medias que se empobrecen, que se endeudan, que
pierden sus viviendas mientras los ricos son cada vez más ricos, hacen
suya la bandera de la paz. Habrá reconciliación, si la gente que se
indigna por la desaparición de la soberanía y la industria nacional, que
mira con rabia cómo las políticas gubernamentales van configurando un
país exclusivo de inversionistas y saqueadores, de banqueros lavadores
de ganancias criminales a los que, además, hay que hacerles reverencia,
opte por la resistencia ciudadana. Si todos cerramos filas contra los
corruptos que capturaron el Estado y que como ratas se roban los dineros
públicos, habrá esperanza; Si rechazamos esa gelatinosa gobernabilidad
edificada sobre“mermelada”, contratos y cargos burocráticos, si todos
nos movilizamos, si salimos a la calle, si confrontamos y reclamamos
unidos, la flama de la paz no solo no se apagará, sino que sus destellos
iluminarán el continente. Allá el presidente si sigue creyendo que solo
somos 7.200.
Finalmente, en torno a las elecciones quisiéramos poner
término a rumores no exentos de perfidia y maledicencia lanzados al
viento por la derecha paramilitar de Colombia: Ninguna candidatura de
derecha, mucho menos de extrema derecha, es opción para alcanzar la paz.
Por eso convocamos a los colombianos, a sus organizaciones sociales y
políticas, a la gente pensante, a buscar alternativas que nos favorezcan
como nación, y en ese sentido sugerimos impulsar la Constituyente por
la Paz frente a cualquier perspectiva electoral de los mismos de siempre
y que pretenden convertir a Colombia en paraíso de las trasnacionales.
En la misma dirección, llamamos a los promotores del voto en blanco y de
la abstención, a canalizar su inconformidad y fuerza,hacia la exigencia
de una Asamblea Nacional Constituyente por la Paz. El proceso
constituyente que se ha iniciado con los diálogos de paz de La Habana,
debe llenarse de fuerza popular en este 2014 que comienza.
DELEGACIÓN DE PAZ DE LAS FARC-EP