El Espectador. Martes 14 de Enero 2014
El país de las maravillas
Quizás haga falta pasar de los buenos deseos a propósitos ciertos,
como se estila en cada arranque de año. Ya está bien de augurios para el
proceso de paz en La Habana, de tuits y de suspiros por la tan
“anhelada paz”. Llegó la hora de que cada colombiano deje el tropel
diario y entre en la fase de reconciliación que tanto pregonamos.
Si
bien en 2013 tuvimos atisbos de lo que podría ser un país de relativa
paz, con las treguas de comienzo y final, y de cifras tan halagüeñas
como esa de que hubo 1.057 municipios, 96%, sin acciones subversivas,
todavía estamos a kilómetros luz de un ambiente de seguridad ciudadana,
de sana convivencia, tolerancia con los vecinos, los familiares y con
nosotros mismos.
Los más de 14.000 asesinatos ocurridos hablan de
una sociedad insegura, beligerante e irracional. Si el 80% de ellos,
según Cerac, es producido por armas de fuego, aparte de la necesidad de
la prohibición definitiva de estas armas, hay urgencia de volver sobre
la pedagogía de resolución de conflictos. El impacto psicológico, social
y hasta económico es brutal, más si la mayoría de pérdidas humanas
corresponde a menores de 30 años.
Es absurdo que 5.064 colombianos
hubieran perdido la vida en riñas y que Navidad, con más de 5.000, y el
Día de la Madre, con cerca de 3.300, fueran las fechas con mayor número
de episodios violentos.
Y si sumamos la delincuencia, se entiende
que el Consejo Ciudadano para Seguridad Pública incluye a seis de
nuestras ciudades, encabezadas por Cali, entre las 50 más peligrosas del
mundo.
Sólo la tercera parte, 364 municipios, tuvo un año sin
homicidios. Pero eso, antes que un privilegio de unos pocos, es un
derecho general que pasa, obviamente, por la solución del conflicto
armado, pero que tiene que ver con el talante de cada colombiano, con lo
que realmente somos.
Es hora de pasar a los hechos ahí donde podemos, con los que tenemos cerca y con nosotros mismos. Lo demás es pose.