Esta carta a ustedes, aún medio de la profunda indignación por sus
palabras, no puede ser como se le escribe a un contendor político, ni siquiera
a un contrario, sino como se le escribe a un hermano o a una hermana;
reafirmando además lo que decimos con plena convicción en Marcha Patriótica:
nosotros, nosotras, no tenemos enemigos a la izquierda. El Polo Democrático fue
en el momento de su nacimiento una opción de esperanza para muchos de nosotros.
En ese momento yo era estudiante y seguía con profunda admiración cada
intervención y propuesta del Polo, y del señor Gaviria quien tantas veces
intervino en mi universidad y a quién seguí con afecto, tomando nota de sus
palabras e ideas, enviándolas en mis tweets, publicándolas en mi facebook y
subrayándolas en mis cuadernos de notas. Más admiración no podía sentir por
quien tantas veces deseé como un maestro para absorber como una esponja los
conocimientos necesarios que me permitieran una educación más completa, más
humana y preparada para salir a aplicar mi carrera universitaria con la mayor
ética posible, agradecida con el país, con cada trabajador/a, campesino,
indígena, mujer y hombre, negro/a quienes con su trabajo, muchas veces mal
pago, aportaban impuestos para que yo pudiera estudiar. A quienes sin duda les
debo mis conocimientos.
Por esos tiempos, mientras seguía con atención y profunda felicidad las
acciones del Polo, las intervenciones de sus más elocuentes representantes;
sentía, después de estudiar la historia de nuestro país y ver todos los días lo
difícil que era ser oposición política, que el Polo no podía tener un mejor
color: el color de la esperanza. Sin duda me incliné a apoyarlo, dije a voz en
cuello que nunca me habían gustado los partidos políticos pero que apoyaba al
Polo. Que no me gustaban los partidos porque yo formo parte de esa generación
de jóvenes que vimos con tristeza cómo las esperanzas de nuestros padres y
madres por un país más justo y un logro popular, se fueron disminuyendo tras
cada voto de confianza en algunos líderes y tras cada vez que algunos de estos
fueron prefiriendo el poder antes que al pueblo y el bien propio antes que la
equidad y la construcción de un país más justo. También, porque nací en el año
en que mataron a líderes como Héctor Abad Gómez, Luis Fernando Vélez Vélez, y
líderes estudiantiles, sindicales, de izquierda, todos esos insolentes que
creyeron que un país equitativo es posible y fueron asesinados por el terror de
unos pocos de ver amenazados sus más egoístas intereses.
Yo nací, por eso, en medio de un profundo desencanto por la política
tradicional, como muchos de mis amigos y amigas, quienes ni siquiera en la
Universidad se dejaron seducir por las ideas de equidad y justicia, pensando
que en este país eso es apenas una utopía de los ilusos. Aún con eso, seguimos
naciendo insolentes, a quienes algunos adultos nos llamaron niños y niñas
romanticones y hasta soberbios –porque como en tiempos de hipocresía la verdad
suena “violenta”- nos paramos firme sobre los enunciados de esperanza, equidad
y necesidad de cambio y el Polo como otros espacios fue un círculo de
confluencia.
Así las cosas, todo fue creciendo, yo me inscribí en la opción pacífica, en
el movimiento de mujeres, la lucha contra la guerra, la necesidad de una salida
negociada al conflicto y la creencia profunda en el poder que tiene la
educación. A esta, le empecé a apostar desde que tengo diez años, haciendo
escuelas con un tablero puesto a un lado de la calle, con grupos de niños y
niñas que no podían ir a estudiar, escribiendo cuentos con el fin de mostrarles
opciones de paz y dignidad para sus vidas, con todo y lo difícil que es
sobrevivir y abrise paso en medio de la exclusión. Así las cosas con la misma
espontaneidad con que le fluye a una la sangre, lo admiré a usted, a Iván
Cepeda Castro, a Gustavo Petro y claro está, a Piedad Córdoba esa mujer
valiente y osada que se atreve a decir la verdad aunque la más arraigada
represión armada y política de este país la quiera silenciar.
Le aclaro todo esto señor Gaviria, porque quiero que sepa un poco quién le
escribe esta carta, autorizándolo para que investigue usted si en algún momento
de mi vida he optado por las armas o por lo menos por una acción violenta, acto
que, teniendo en cuenta el proceso histórico del país yo no comparto pero no
condeno a manceba porque me parece que más que juzgar a quienes lo hicieron,
tenemos la tarea de sentar las bases para una mesa, para una construcción de una
paz JUSTA y duradera, como dice Piedad y como es el sentir de tantos.
Le digo todo esto porque, mientras usted dice con toda tranquilidad que
Marcha Patriótica tiene una opción violenta y en pocas palabras le da razón a
las más sucias intenciones de la prensa masiva de este país, al equipararla con
la guerrilla; mientras usted dice eso yo trabajo con los elementos que más
puedo para aportarle a la paz de este país, y conmigo otras personas, mujeres y
hombres, ancianas/os, estudiantes, madres comunitarias, niños y niñas,
campesinos y campesinas, indígenas, negros y negras, toda esa gente que
históricamente ha sido excluida y que hoy confluimos en una apuesta popular,
espontánea por la paz, la salida negociada del conflicto, la equidad, la
educación, la salud, el bienestar social, la dignidad para Colombia.
Sus palabras, me ofenden profundamente, pero más que ofenderme me parecen
una cachetada inesperada de quien he considerado hasta ahora mi par político,
un maestro, un ejemplo. Y a quién admiré casi como una niña de escuela a su
maestro durante estos años, y hasta la noche en que recibí la noticia y vi el
video con su intervención.
Pienso todo eso y quiero confesarle algo: durante toda mi vida como
ciudadana había aprendido a esperar de los opositores jugarretas sucias,
amenazas y todas esas acciones que se hacen cuando no quedan argumentos sino
balas y represión. Aprendí a asumir eso, a blindarme ante eso, a responderlo
desde la palabra y la propuesta porque ante las balas y la guerra yo, como
tantos compañeros y compañeras, no tenemos más que la palabra y creencia firme
en que un país mejor es posible y que es nuestro mínimo deber, ético y
político, construirlo. Dejar herencia aunque sea, si no nos toca verlo, así
como logramos heredar de nuestros padres y abuelos/as, derechos y propuestas de
dignidad que lastimosamente nos han arrebatado los gobiernos.
¡Qué sorpresa me llevé la noche en que recibí la noticia de sus palabras!,
corrí a buscar en prensa y aún con las afirmaciones de la prensa de quien aprendí
a desconfiar por principio, fui a buscar grabaciones completas de sus palabras.
No podía creer que recibiera tremendo cachetón de quien fue sembrador de tantos
principios en mi haber político. ¡Se me derrumbó la admiración!, estaba
perpleja… y le respondo, señor, con esta carta a sabiendas de que ella es
felicidad para la derecha, carta que me había tragado hasta anoche cuando vi
que la persecución continuaba con la expulsión de nuestras compañeras/os del
Partido Comunista, a quienes reiteramos nuestro recibimiento con un abrazo
fraterno. Pero usted y el Polo cuando permitió la expulsión de estos, cayó en
una trampa triste: entró a darle cachetadas a sus compañeros/as, llegó a la
casa a ponernos de escudo y trinchera cual judas. ¡Qué tristeza tenerle que responder
estas palabras mientras sé que la derecha estará feliz al decir que la
izquierda una vez más se da golpes entre ella mientras la derecha nos mata y
nos gobierna! ¡Todavía no me cabe en la cabeza cómo un hombre tan inteligente
puede optar por semejante barbaridad!
Quiero decirle señor Gaviria, con más desencanto que enojo y en todo caso
con un sentimiento que aún guardo de sumo respeto; que usted no solo satanizó
nuestra opción pacífica sino que nos puso en medio del fuego para lo que pueda
ahora justificar la bota militar en nuestra contra ¡imagínese, apoyados por sus
afirmaciones! ¡Como cuando el papá le entrega sus hijos al sicario para que los
mate! Pues sepa, que aún con eso sigo en pie en Marcha Patriótica, tan pacífica
y tan digna como siempre y que no será el miedo el que pueda silenciar mi
creencia en un país mejor, y si algo me pasara a mí o a mis compañeros, incluso
a nuestra amada Piedad, a usted le retumbarán, aunque no sea el autor directo,
las palabras más irresponsables e irrespetuosas que dijo en público. Sus manos
compartirán la culpa y la sangre que pueda derramarse en este país sembrado de
muerte. Lo responsabilizo a usted también, porque no solo las armas matan,
también las palabras, y no hablo en sentido figurado porque aún con lo que
usted dice, yo sigo muy viva y muy llena de esperanza y amor por el país,
incluso por usted, y aunque nosotros pasáramos se levantarán cada vez más
generaciones dispuestas a construir un país distinto y alguna lo logrará si no
es la nuestra.
¡Hoy se me destiñó la camiseta amarilla! Me aparto para siempre de otra
propuesta más que se nos quedó en palotes, me disculpa Iván Cepeda y quienes no
creo que apoyaran sus palabras y el desplante a nuestros compañeros. Esta otra
propuesta, otro más de nuestros esfuerzos, lastimosamente, se nos quedó
enredado en el egoísmo y el deseo ciego de poder de unos pocos, que se dejaron
deslumbrar por las arcas del poder para darle la espalda al pueblo: a sus
hermanos/as, madre, padre, y patria.
Un abrazo de despedida.
Créame que finalizadas estas palabras, no me queda ningún mal sentimiento
hacia usted, apenas un desencanto más que ya sanará.
Diana Duque Muñoz
Diana Duque Muñoz