sábado, 11 de agosto de 2012

Carta abierta de Diana Duque Muñoz a Carlos Gaviria y al Polo Democrático Alternativo




Esta carta a ustedes, aún medio de la profunda indignación por sus palabras, no puede ser como se le escribe a un contendor político, ni siquiera a un contrario, sino como se le escribe a un hermano o a una hermana; reafirmando además lo que decimos con plena convicción en Marcha Patriótica: nosotros, nosotras, no tenemos enemigos a la izquierda. El Polo Democrático fue en el momento de su nacimiento una opción de esperanza para muchos de nosotros. En ese momento yo era estudiante y seguía con profunda admiración cada intervención y propuesta del Polo, y del señor Gaviria quien tantas veces intervino en mi universidad y a quién seguí con afecto, tomando nota de sus palabras e ideas, enviándolas en mis tweets, publicándolas en mi facebook y subrayándolas en mis cuadernos de notas. Más admiración no podía sentir por quien tantas veces deseé como un maestro para absorber como una esponja los conocimientos necesarios que me permitieran una educación más completa, más humana y preparada para salir a aplicar mi carrera universitaria con la mayor ética posible, agradecida con el país, con cada trabajador/a, campesino, indígena, mujer y hombre, negro/a quienes con su trabajo, muchas veces mal pago, aportaban impuestos para que yo pudiera estudiar. A quienes sin duda les debo mis conocimientos.

Por esos tiempos, mientras seguía con atención y profunda felicidad las acciones del Polo, las intervenciones de sus más elocuentes representantes; sentía, después de estudiar la historia de nuestro país y ver todos los días lo difícil que era ser oposición política, que el Polo no podía tener un mejor color: el color de la esperanza. Sin duda me incliné a apoyarlo, dije a voz en cuello que nunca me habían gustado los partidos políticos pero que apoyaba al Polo. Que no me gustaban los partidos porque yo formo parte de esa generación de jóvenes que vimos con tristeza cómo las esperanzas de nuestros padres y madres por un país más justo y un logro popular, se fueron disminuyendo tras cada voto de confianza en algunos líderes y tras cada vez que algunos de estos fueron prefiriendo el poder antes que al pueblo y el bien propio antes que la equidad y la construcción de un país más justo. También, porque nací en el año en que mataron a líderes como Héctor Abad Gómez, Luis Fernando Vélez Vélez, y líderes estudiantiles, sindicales, de izquierda, todos esos insolentes que creyeron que un país equitativo es posible y fueron asesinados por el terror de unos pocos de ver amenazados sus más egoístas intereses.

Yo nací, por eso, en medio de un profundo desencanto por la política tradicional, como muchos de mis amigos y amigas, quienes ni siquiera en la Universidad se dejaron seducir por las ideas de equidad y justicia, pensando que en este país eso es apenas una utopía de los ilusos. Aún con eso, seguimos naciendo insolentes, a quienes algunos adultos nos llamaron niños y niñas romanticones y hasta soberbios –porque como en tiempos de hipocresía la verdad suena “violenta”- nos paramos firme sobre los enunciados de esperanza, equidad y necesidad de cambio y el Polo como otros espacios fue un círculo de confluencia.

Así las cosas, todo fue creciendo, yo me inscribí en la opción pacífica, en el movimiento de mujeres, la lucha contra la guerra, la necesidad de una salida negociada al conflicto y la creencia profunda en el poder que tiene la educación. A esta, le empecé a apostar desde que tengo diez años, haciendo escuelas con un tablero puesto a un lado de la calle, con grupos de niños y niñas que no podían ir a estudiar, escribiendo cuentos con el fin de mostrarles opciones de paz y dignidad para sus vidas, con todo y lo difícil que es sobrevivir y abrise paso en medio de la exclusión. Así las cosas con la misma espontaneidad con que le fluye a una la sangre, lo admiré a usted, a Iván Cepeda Castro, a Gustavo Petro y claro está, a Piedad Córdoba esa mujer valiente y osada que se atreve a decir la verdad aunque la más arraigada represión armada y política de este país la quiera silenciar.

Le aclaro todo esto señor Gaviria, porque quiero que sepa un poco quién le escribe esta carta, autorizándolo para que investigue usted si en algún momento de mi vida he optado por las armas o por lo menos por una acción violenta, acto que, teniendo en cuenta el proceso histórico del país yo no comparto pero no condeno a manceba porque me parece que más que juzgar a quienes lo hicieron, tenemos la tarea de sentar las bases para una mesa, para una construcción de una paz JUSTA y duradera, como dice Piedad y como es el sentir de tantos.

Le digo todo esto porque, mientras usted dice con toda tranquilidad que Marcha Patriótica tiene una opción violenta y en pocas palabras le da razón a las más sucias intenciones de la prensa masiva de este país, al equipararla con la guerrilla; mientras usted dice eso yo trabajo con los elementos que más puedo para aportarle a la paz de este país, y conmigo otras personas, mujeres y hombres, ancianas/os, estudiantes, madres comunitarias, niños y niñas, campesinos y campesinas, indígenas, negros y negras, toda esa gente que históricamente ha sido excluida y que hoy confluimos en una apuesta popular, espontánea por la paz, la salida negociada del conflicto, la equidad, la educación, la salud, el bienestar social, la dignidad para Colombia.

Sus palabras, me ofenden profundamente, pero más que ofenderme me parecen una cachetada inesperada de quien he considerado hasta ahora mi par político, un maestro, un ejemplo. Y a quién admiré casi como una niña de escuela a su maestro durante estos años, y hasta la noche en que recibí la noticia y vi el video con su intervención.

Pienso todo eso y quiero confesarle algo: durante toda mi vida como ciudadana había aprendido a esperar de los opositores jugarretas sucias, amenazas y todas esas acciones que se hacen cuando no quedan argumentos sino balas y represión. Aprendí a asumir eso, a blindarme ante eso, a responderlo desde la palabra y la propuesta porque ante las balas y la guerra yo, como tantos compañeros y compañeras, no tenemos más que la palabra y creencia firme en que un país mejor es posible y que es nuestro mínimo deber, ético y político, construirlo. Dejar herencia aunque sea, si no nos toca verlo, así como logramos heredar de nuestros padres y abuelos/as, derechos y propuestas de dignidad que lastimosamente nos han arrebatado los gobiernos.

¡Qué sorpresa me llevé la noche en que recibí la noticia de sus palabras!, corrí a buscar en prensa y aún con las afirmaciones de la prensa de quien aprendí a desconfiar por principio, fui a buscar grabaciones completas de sus palabras. No podía creer que recibiera tremendo cachetón de quien fue sembrador de tantos principios en mi haber político. ¡Se me derrumbó la admiración!, estaba perpleja… y le respondo, señor, con esta carta a sabiendas de que ella es felicidad para la derecha, carta que me había tragado hasta anoche cuando vi que la persecución continuaba con la expulsión de nuestras compañeras/os del Partido Comunista, a quienes reiteramos nuestro recibimiento con un abrazo fraterno. Pero usted y el Polo cuando permitió la expulsión de estos, cayó en una trampa triste: entró a darle cachetadas a sus compañeros/as, llegó a la casa a ponernos de escudo y trinchera cual judas. ¡Qué tristeza tenerle que responder estas palabras mientras sé que la derecha estará feliz al decir que la izquierda una vez más se da golpes entre ella mientras la derecha nos mata y nos gobierna! ¡Todavía no me cabe en la cabeza cómo un hombre tan inteligente puede optar por semejante barbaridad!

Quiero decirle señor Gaviria, con más desencanto que enojo y en todo caso con un sentimiento que aún guardo de sumo respeto; que usted no solo satanizó nuestra opción pacífica sino que nos puso en medio del fuego para lo que pueda ahora justificar la bota militar en nuestra contra ¡imagínese, apoyados por sus afirmaciones! ¡Como cuando el papá le entrega sus hijos al sicario para que los mate! Pues sepa, que aún con eso sigo en pie en Marcha Patriótica, tan pacífica y tan digna como siempre y que no será el miedo el que pueda silenciar mi creencia en un país mejor, y si algo me pasara a mí o a mis compañeros, incluso a nuestra amada Piedad, a usted le retumbarán, aunque no sea el autor directo, las palabras más irresponsables e irrespetuosas que dijo en público. Sus manos compartirán la culpa y la sangre que pueda derramarse en este país sembrado de muerte. Lo responsabilizo a usted también, porque no solo las armas matan, también las palabras, y no hablo en sentido figurado porque aún con lo que usted dice, yo sigo muy viva y muy llena de esperanza y amor por el país, incluso por usted, y aunque nosotros pasáramos se levantarán cada vez más generaciones dispuestas a construir un país distinto y alguna lo logrará si no es la nuestra.

¡Hoy se me destiñó la camiseta amarilla! Me aparto para siempre de otra propuesta más que se nos quedó en palotes, me disculpa Iván Cepeda y quienes no creo que apoyaran sus palabras y el desplante a nuestros compañeros. Esta otra propuesta, otro más de nuestros esfuerzos, lastimosamente, se nos quedó enredado en el egoísmo y el deseo ciego de poder de unos pocos, que se dejaron deslumbrar por las arcas del poder para darle la espalda al pueblo: a sus hermanos/as, madre, padre, y patria.

Un abrazo de despedida.

Créame que finalizadas estas palabras, no me queda ningún mal sentimiento hacia usted, apenas un desencanto más que ya sanará.

Diana Duque Muñoz