Revista Semana Junio 30/2016.
En Colombia hay tres posturas sobre lo que significará para el país la firma del acuerdo general en algunas semanas.
Después del anuncio de la semana pasada
sobre el acuerdo del cese bilateral entre el gobierno Nacional y las
FARC, dos cosas son claras. Lo primero es que el proceso de paz ya es
irreversible, estamos a algunas semanas de que se firme. Lo segundo es
la imagen del jueves 23 de junio. Por un lado, el Presidente Santos
apareció con seis mandatarios de la región. El presidente de El
Salvador, quien además fue guerrillero en su momento, Sánchez Cerén,
también hizo presencia, así como Peña Nieto, presidente Mexicano, entro
otros. Aparecía también el Secretario de Naciones Unidas Ban Ki-Moon, y
en general toda la comunidad internacional estaba pendiente de lo
firmado en La Habana. En Colombia, se dio la otra imagen, Álvaro Uribe
Vélez, ex presidente colombiano y actual senador del Centro Democrático,
quien apareció en un aeropuerto solo y al lado de un baño, hizo un
pronunciamiento en contra del proceso de paz. Esa imagen muestra lo que
significó la firma del pasado 23 de junio.
Así,
en Colombia hay tres posturas sobre lo que significará para el país la
firma del acuerdo general en algunas semanas. Por un lado, el uribismo
no quiere el proceso y le va a seguir apostando al fracaso, lo cual se
debe a varias razones. Por ejemplo, una buena parte de los militantes
del Centro Democrático son personas que se beneficiaron del despojo de
tierras, es decir, de las 6 millones de hectáreas despojadas a
campesinos. La ley les favorece y los llama terceros de buena fe y saben
que si hay proceso de paz les toca devolver la tierra despojada. El
Fondo ganadero de Córdoba es un buen ejemplo. Obviamente en esto también
hay un tema de sobrevivencia política. No debe olvidarse que el
uribismo centró su discurso político apostándole al fracaso del proceso
de paz y a denunciar que al pueblo colombiano no se le iba a consultar
sobre los acuerdos. Lo cierto es que sí hay paz y sí habrá plebiscito.
Pero al final del partido, este sector no quiere la paz por miedo a
perder privilegios ganados durante los años de conflicto.
La
segunda postura es la de las élites urbanas y las élites nacionales.
Aquí la cosa se pone más compleja. Las élites urbanas y nacionales están
felices porque según ellos lograron quitarse las FARC de encima a muy
bajo costo. Para ellos, la paz debe tener un precio bajo, debe salir
gratis, es decir nada de cambios, nada de grandes trasformaciones y nada
nuevo. Entienden la paz como unas pequeñas reformas; cambiar algo para
que todo siga igual. Por eso pregona que no está en juego el modelo
económico, que no se cambiarán las condiciones para la inversión
extranjera, que la minería va viento en popa. Y, mientras en La Habana
hablan de favorecer campesinos, en Colombia aprueban leyes para
desalojar campesinos y darles la tierra a los grandes propietarios, o
qué son las Zidres sino un mecanismo para la gran propiedad. De hecho,
están tan felices que ya se están repartiendo los territorios afectados
por el conflicto. Es tanto el descaro, que si no es por la protesta en
redes sociales habrían entregado Caño Cristales, aquella maravilla de la
naturaleza, a la explotación petrolera.
Hay
una tercera postura que aún no coge fuerza, pero que sería o tendría
que ser liderada por organizaciones sociales y políticas; tener una paz
con grandes cambios. Es decir, aprovechar el proceso de paz, como una
oportunidad para cambiar al menos cuatro cosas.
1. El órgano electoral;
suprimir el Consejo Nacional electoral y crear unas instituciones
des-politizada e independientes con presupuesto propio, dividir las
funciones de la Registraduría Nacional, que hasta hoy, inscribe cédulas,
organiza elecciones y cuenta votos, algo terrible para una democracia.
2. Reglamentar el tema de cupos indicativos o mermelada y la forma de
hacer política en las regiones.
3. Crear un banco de tierra con por lo
menos 10 millones de hectáreas.
Y, 4. Avanzar hacia la formalización de
la propiedad campesina y acceso a la tierra de por lo menos un millón de
población rural. Así, que o aprovechamos esta oportunidad para
conseguir grandes cambios y avanzar hacia una Colombia democrática y
equitativa, o seguimos encarretados viendo partidos de fútbol y realities absurdos y dejamos pasar la oportunidad.