Apreciada familia, estimados amigos y
amigas, compañeras y compañeros reunidos en este triste adiós a la
madre de un guerrillero:
Mi afecto los saluda y los abraza.
Agradezco a la vida la posibilidad de estar aquí dando la despedida a
una ser amado, que, aunque haya partido, presiento, seguirá entre
nosotros empujando hacia adelante la reconciliación de Colombia.
Deseaba ella con todas las fuerzas de su
corazón que su hijo insurgente estuviera de regreso tras el fin de la
guerra, acompañándola en su vejez… Para Carmelita, que me dio la vida y
la esperanza en un mundo mejor, deposito sobre su tumba, la rosa roja de
mi corazón, y el llanto y el amor de mis hermanas y hermanos.
Con su bendición, mamá, y la de toda la
gente bondadosa de este país, que es la abrumadora mayoría, tendremos
paz con dignidad. Tal vez, sus plegarias y oraciones tuvieron que ver
con los avances que se están dando en la Mesa de Diálogos de La Habana…
Cada vez estamos más cerca de lograr que las madres en Colombia no
lloren más a sus hijos guerrilleros, militares o policías caídos en
combate o en cualquier otra circunstancia del conflicto.
Caminaremos, como dice el poeta, hasta
los sembradíos, y enterraremos esperanzadamente todos los fusiles, para
que una raíz de pólvora haga estallar en mariposas, sus tallos minerales
en una primavera futural y altiva, repleta de palomas.
Convertiremos el dolor en esperanza; la esperanza para decirles a las madres que esperan a sus hijos, que ellos vendrán.
Y si a acaso algunos no regresan, les
diremos con Neruda: Madres atravesadas por la angustia y la muerte,
mirad el corazón del noble día que nace, y sabed que vuestros muertos
sonríen desde la tierra levantando los puños sobre el trigo. (Yo diría,
estando en el Huila, sobre los arrozales).
Gracias por su presencia, los queremos a todos; muchas Gracias.