Por. Antonio Caballero
Revista Semana 30 de Junio de 2016
La
captura de Velandia para un nuevo juicio, por actos cometidos por su
antigua organización cuando él estaba preso, no es el mejor indicio del
comportamiento de la justicia en el posconflicto.
Antonio Caballero.
Foto: León Darío Peláez
Lo que ahora falta
es pasar del último día de la guerra al primer día de la paz. Porque eso
no se da naturalmente, como se pasa de la noche al día, del sábado al
domingo. La paz hay que crearla: no nace por sí sola del vacío dejado
por la guerra. Lo dijo el presidente Juan Manuel Santos: hay que empezar
a construirla.
La firma del “cese del
fuego y el cese de hostilidades bilateral y definitivo” que se anunció
en La Habana es la mejor noticia que se ha dado en Colombia en los
últimos 70 años, y hay que celebrarla en consecuencia y felicitar de
corazón a los que la hicieron posible, empezando, desde luego, por
Santos. No ha sido fácil llegar aquí, y ha tomado mucho más tiempo del
previsto: tanto, que hubo que reelegir a Santos para que terminara la
tarea, porque otro no la hubiera hecho afrontando las críticas, las
calumnias y el descrédito. “Las cosas de Palacio van despacio”, dice un
viejo aforismo palaciego.
Pero todavía falta. Esta mejor noticia
recibida en tres generaciones es todavía una noticia a medias.
Falta,
para empezar, acordar los importantes detalles que quedaron pendientes
de los primeros cinco puntos de la agenda pactada hace cinco años. Falta
la implementación, que es el punto sexto. Y a lo ya pactado y firmado y
solemnemente publicado en La Habana ante media docena de jefes de
Estado y los más altos funcionarios de las Naciones Unidas le falta
todavía lo más importante: ser llevado a la práctica. No se saben
todavía, porque no se han decidido, cosas elementales. Por ejemplo:
cuándo va a empezar a regir el cese del fuego y de las hostilidades.
Cuando los equipos tripartitos dirigidos por la ONU hayan “verificado”
el territorio para decidir la ubicación de las zonas de concentración de
los guerrilleros de las Farc, explicó el jefe negociador Humberto de la
Calle, sin señalar ninguna fecha. Y sobre todo no se sabe cuándo se va a
firmar el Acuerdo Final, que marcará, ese sí, el fin de la guerra.
Porque
tampoco se sabe cuándo se hará el plebiscito de la refrendación de los
acuerdos, que solo será posible cuando todo lo que falta por acordar
esté acordado pero que a la vez, si resulta negativo, anulará todo lo
acordado. Las Farc lo aceptaron finalmente como mecanismo de respaldo
ciudadano, renunciando a su anhelada constituyente; pero la ley que lo
aprobó en el Congreso solo a fines de este mes empezará a ser estudiada
por los magistrados de la Corte Constitucional (que por otra parte
pueden rechazarla por inconstitucional); y si las cosas de Palacio van
despacio, no digamos cómo van las de las altas cortes. Para muestra, el
Consejo de Estado lleva tres años y medio estudiando la posible
ilegalidad de la reelección del procurador: su periodo va a terminar
antes de que hayan tomado una decisión, a favor o en contra. Y aún se
podría dar el caso grotesco y aberrante de que se autorizara una segunda
reelección en desagravio por haber puesto en duda la legitimidad de la
primera…
Falta, en fin, la adecuación a
la realidad para que sea posible hablar de paz. Porque esta no consiste
solo en la desaparición de las Farc como grupo guerrillero insurgente y
su transformación en organización política sin armas. Sin hablar de los
cambios profundos que el país necesita para asentar una paz duradera
–reformas institucionales, y también transformaciones sociológicas y
sicológicas– hay que empezar por hechos prácticos. Falta empezar a
resolver el problema de la persistencia de los narcoparamilitares –esos
grupos criminales que el gobierno de Álvaro Uribe fingió desmantelar, y
que siguen vivos y matando, y mandando, en más de medio país: los
Urabeños (o Úsugas, o del Golfo), los Águilas Negras, los Héroes del
Valle, Renacer, los Libertadores del Vichada, el Bloque Meta, los
Rastrojos, las Autodefensas de Casanare, los Rudos, los Paisas, los
Buenaventureños… Y, por supuesto, la guerrilla del ELN, que amaga pero
no se decide a dejar la lucha armada.
A
propósito, y a propósito también de los cambios sicológicos necesarios
para el asentamiento de la paz: hace una semana fue detenido en Bogotá,
reclamado por un juez de Cali por el secuestro de los diputados del
Valle en el año 2000, Carlos Arturo Velandia, quien bajo el nombre de
Felipe Torres fue guerrillero del ELN y miembro de su Comando Central.
En l994 fue capturado, juzgado y condenado a 20 años de cárcel, de los
cuales cumplió 10. Desde que salió libre, hace 13, Velandia no ha hecho
otra cosa que trabajar por la paz: ha escrito libros, dictado clases,
pronunciado conferencias, participado en programas de opinión de
televisión y radio y colaborado con organizaciones y personalidades que
se ocupan de buscar la paz en Colombia. Su captura para un nuevo juicio
por actos cometidos por su antigua organización cuando él estaba preso
no es el mejor indicio de lo que puede ser el comportamiento de la
justicia ordinaria en el posconflicto.
Dice Santos que nos llegó la hora de aprender a vivir sin guerra. A los jueces también.