Las2orillas Julio 15 de 2016.
Teniendo en cuenta que el crimen que usted cometió tomó lugar en el
país de la impunidad, sé que tal vez nunca se va a conocer exactamente
la identidad de la persona a la que le dirigí esta carta. Sin embargo,
eso a mí no me importa, pues sé que si usted, por casualidades de la
vida llega en algún momento a leerme, estará enterado de que esta carta
debería tener su nombre y apellido en el encabezado.
Le quiero aclarar en principio que a Luis Orlando Saiz Villamil no
llegué a conocerlo. De Luis Orlando solamente sé lo que escuché decir, a
través de la radio, a su madre, Isabelina, que desde el martes no puede
parar de llorar por la muerte de su hijo. Sé que él era un muchacho
pobre, casi tan pobre como usted o como yo, que se ganaba la vida
honestamente trabajando como pintor de carrocerías. Sé que, seguramente,
el martes por la mañana Luis Orlando no pensó que al salir de su
trabajo por la tarde iba a terminar muriendo porque usted, señor,
decidió asesinarlo.
Tengo que confesarle que creo, aunque a usted tampoco lo conozco, que
usted simplemente estaba cumpliendo las ordenes de otro verdaderamente
malo, y por eso no lo culpo con la severidad que debería culparlo. Sé
que usted, posiblemente por ser una persona con escaso nivel educativo,
no fue capaz de entender que ponerse un uniforme de la Policía Nacional
no le da el derecho de acabar con la vida de nadie. Estoy convencido que
si usted hace años hubiera elegido ser pintor de carrocerías y no
agente de la Policía Nacional, probablemente, no se habría convertido en
un asesino el día martes.
Es cierto que usted, Luis y yo nacimos en un país en el que,
difícilmente, la vida ha tenido valor en los últimos 50 años. Sin
embargo, y esto es clave, Luis y yo nunca llegamos a matar a alguien.
Usted sí. Su memoria y sus manos, a partir del martes, se mancharon para
siempre. Las de Luis y las mías siguen estando limpias. No sé si usted,
por ejemplo, tenga hijos. Pero si los tiene dudo que les cuente con
orgullo que mató a un tipo que no había cometido ningún crimen y quien,
al parecer, lo único que quería hacer en el momento de su muerte era
llegar a su casa para darle un plato de comida a los suyos. Tampoco sé,
en caso de que usted decida contarle eso a sus hijos, ahora o en 10
años, cómo van a reaccionar ellos y qué van a pensar de su criminal
padre, que es la persona que les lleva un plato de comida a la casa, con
el sueldo que recibe gracias a los impuestos que pagamos personas como
Luis y yo.
Personas como usted, que por ignorancia matan a inocentes, son las
que hacen que Colombia nunca vaya a vivir en paz, más allá de que Santos
ande por el mundo entero comentando que nuestro país sí va a estar en
paz dentro de muy poco tiempo. Le prometo que me duele escribirle esta
carta, pues creo que usted no es el verdadero culpable de lo que pasa,
porque quiero imaginarme que la condena psicológica ya le está pasando
factura. Sin embargo, señor, le recuerdo que solamente nuestros actos
son los que nos dan o no nos quitan la paz personal que, tal vez el
martes, tenía Luis Orlando en su ser.