Por:
NÉSTOR ALONSO LÓPEZ L.
1 de junio de 2016
Foto Eliana Aponte/El Tiempo
Aunque el conflicto ha reducido su intensidad, ningún guerrillero
baja la guardia todavía.
6:30
En un paraje de los llanos del Yarí, unos 60 subversivos realizan la formación marcial previa a la gimnasia que ejecutan con sus fusiles a la espalda.
Mientras tanto, ‘Edith González’ aguarda sentada a un lado llevándose constantemente las manos a su panza abultada. Ya tiene seis meses de embarazo y los jefes de la organización la autorizaron a tener su hijo, algo que era excepcional pero que ahora, según ella, se ha vuelto más laxo como producto de la inminencia de la firma de un acuerdo final entre las Farc y el Gobierno.
La guerrillera luce tímida y no quiere que sus compañeros la escuchen, por lo que pide que nos apartemos a un lado. “Esto no es como el Estado lo ha pintado siempre, que en la guerrilla se hacen los legrados obligatoriamente o que les matan los hijos a las guerrilleras”, expresa, en una postura que contrasta con los testimonios de desmovilizadas que han contado historias terroríficas de cómo las obligaron a abortar y las separaron de sus bebés.
No obstante, admite que sigue vigente la norma que prohíbe embarazarse.
Este es su segundo retoño y aún no ha pensado el nombre. El primero lo alumbró poco antes de venirse a la guerrilla, a los 15 años, de un padre que no pertenecía a la organización.
No es el único síntoma positivo de que las Farc están haciendo la
transición a lo que llaman el posacuerdo. También hay una campaña
intensa de alfabetización entre su militancia aprovechando a los
integrantes que cuentan con mayor grado de escolaridad, quienes actúan
como profesores.
Son cursos de uno a dos meses en los que refuerzan conocimientos de matemáticas, geografía e historia, con el fin de que sean capaces de desenvolverse por fuera de la selva cuando regresen a ser civiles.
“Los organismos superiores mandan los programas. El de matemáticas contiene conceptos de aritmética y geometría; el de geografía se centra en los continentes y los planetas, y el de historia habla del surgimiento del hombre y del origen del conflicto colombiano”, explica ‘Yenny López’, que se desempeña como monitora en este plan.
7:15
Terminado el ejercicio, los subversivos se internan sudorosos por un bosque donde está su campamento. El complejo, fuera de tener agua corriente para los alimentos y el aseo, es suficientemente amplio para albergar los cambuches individuales –con todo y trinchera para meterse en caso de bombardeo, a fin de esquivar las esquirlas–, cocina y bodega de suministros, una zanja que hace las veces de letrina, hay un claro para formaciones y reuniones cortas, oficina con computadores y conexión a internet, una carpa donde cabe una centena de personas y hasta consultorios médico y odontológico (Lea también: Nuevo seguro para plebiscito por la paz).
La vegetación permite un camuflaje contra las aeronaves oficiales, dejando que se filtre la luz del sol sin que perturbe el calor exterior de hasta más de 40 grados centígrados.
Este día, la programación estricta del grupo se alteró porque era necesario esperar las condiciones de iluminación para que los periodistas de EL TIEMPO tomáramos imágenes.
La levantada normal suele ser a las 4:50 a. m. y se empata con un tinto, a las 6:10. De ahí sigue la primera formación para asignar las tareas que llegan de la jefatura del frente, definir la guardia y quiénes se encargan del rancho desde las 12 m. hasta el mediodía siguiente.
A las 8:30 es el desayuno. Las vasijas se apilonan en una mesa hecha de palos bastos, unidos con cabuya con la misma firmeza que si usaran clavos. El menú depende de qué tan fuertes estén los controles para ingresar con víveres a la zona rural; por estos días es variado y abundante.
Después, el tiempo es para que quienes tengan una tarea específica la hagan, y los que no, se dediquen a estudiar o leer en la caleta, el otro nombre que le dan al sitio de dormitorio. En momentos de relax como este es común ver a guerrilleros con su cigarrillo en la boca, conversando animadamente en cualquier paraje, o a alguna pareja expresándose su afecto.
Suena algo agudo, apenas perceptible al oído, igual que un beso chirriado, y un guerrillero me explica que es igual al ruido del mono churuco, señal de que deben formar otra vez para recibir alguna instrucción particular.
El almuerzo es a las 11:30, con el mismo ritual de recipientes relucientes que se rebosan de comida igual para hombres que para mujeres.
“Comemos bastante porque gastamos mucha energía y las mujeres no cuidan tanto la figura como lo hacen en la ciudad”, apunta ‘Luis David Celis’, un extraño guerrillero quien dice que no le gustan las armas. Es llanero, pero poner de acuerdo sus pies para bailar un joropo sería más demorado que el acuerdo entre las Farc y el Gobierno en Cuba.
13:00
Los guerrilleros filan sus sillas portátiles en un claro y se aprestan a consentir el fusil en una suerte de ceremonia mística. En absoluto silencio ponen el arma en el regazo y la desnudan pieza por pieza con movimientos rápidos para limpiarla y untar aceite hasta en los más recónditos rincones. Uno de ellos me explica que el procedimiento se cumple religiosamente a diario, a pesar de que hace unos cuatro años muchos aparatos no se han disparado porque la confrontación ha bajado paulatinamente. “En tiempos de campaña de orden público, esto se hace cada que termina un combate”, añade.
No obstante, los subversivos no cejan en la seguridad. Hay guardia las 24 horas, cocinan con gasolina para no producir humo, no encienden luces en la noche sino que se orientan por cuerdas para seguir los caminos principales, utilizan correos humanos en vez de equipos de comunicaciones que puedan ser interceptables y someten cada aparato electrónico que les llega a un minucioso examen (En fotos:así se preparan las Farc para el posconflicto) .
‘Celis’ se lamenta de que una ligereza en este último punto provocó la muerte del ‘Mono Jojoy’ y de una veintena de guerrilleros en septiembre del 2010. La inteligencia estatal le sembró un chip en las botas especiales que el entonces jefe del Bloque Oriental necesitaba por la diabetes, y así se guiaron las naves que acometieron el bombardeo fatal.
15:00
Tiempo de aseo. Por igual, ellos y ellas marchan por turnos hacia el charco. Van en paños menores, con las botas puestas, el arma terciada y la ropa sucia en la mano. ‘Alejandra’, de 35 años de edad, reconoce que recién ingresada, hace 16 años, le daba tanta pena desnudarse que aguardaba a que no hubiera nadie para ir con su hermana, también guerrillera. Después se le volvió tan natural como si estuviera en una piscina en bikini. No hay misterio tampoco en quitarse el calzón en público, mucho menos en hablar de tampones, toallas y de periodos.
Un grupo mixto no se pudo bañar a esta hora porque tenía la misión de pelar una res. Si bien en teoría no hay diferencias de género en la guerrilla, en labores como esta la naturaleza se impone. Mientras los hombres hacen la parte más ruda, de inmovilizar y matar el novillo, las mujeres esperan para destazarlo y ayudar a cargar la carne.
‘Alejandra’ aclara que, en cambio, esas diferencias no se ven en las guardias ni a la hora de recorrer más de 10 kilómetros por los suministros y retornarse la misma distancia con el tercio en un solo día; ni en las largas marchas por el monte y menos en el combate, cuando el género no es atenuante para asumir un riesgo alto (Lea también: Las Farc aceleran su transformación en movimiento político).
“Si uno tiene los dolores de la regla, simplemente pide un analgésico y sigue”, dice.
Otro grupo disputa un partido de voleibol en una cancha de tierra que se ha puesto jabonosa por las intensas lluvias de los últimos días. El balón se torna pesado y ni siquiera rebota. ‘Celis’ cuenta que la hora diaria de esparcimiento es muy importante, al punto de que está ordenada en los estatutos del grupo y que los domingos son para descansar, realizar un aseo profundo de las caletas y ver películas. Solo que si hay inconvenientes no necesariamente se cumple en el séptimo día de la semana, sino que hasta un lunes puede declararse domingo.
16:45
Ya pasó la comida. En la última formación se evalúa la jornada. Así mismo, es la única oportunidad para reportar si alguien necesita un desodorante, si se le dañó el radio, si se le acabaron las baterías… Se organizan las funciones del día siguiente y se nombra la guardia.
18:15
Sin que nadie dé la orden, la penumbra marca la hora de retirarse a las caletas.
Un cuarto de hora después solo se escuchan los sonidos de la selva. La pelea es contra los bichos que rondan en la oscuridad. La noche transcurre aparentemente si novedad. Sin embargo, alias ‘Guillermo’, el jefe del frente Felipe Rincón, nos notifica al amanecer que hubo varias aeronaves sospechosas sobrevolando.
NÉSTOR ALONSO LÓPEZ L.
Enviado Especial de EL TIEMPO
En Twitter: @nesperiodista
En un paraje de los llanos del Yarí, unos 60 subversivos realizan la formación marcial previa a la gimnasia que ejecutan con sus fusiles a la espalda.
Mientras tanto, ‘Edith González’ aguarda sentada a un lado llevándose constantemente las manos a su panza abultada. Ya tiene seis meses de embarazo y los jefes de la organización la autorizaron a tener su hijo, algo que era excepcional pero que ahora, según ella, se ha vuelto más laxo como producto de la inminencia de la firma de un acuerdo final entre las Farc y el Gobierno.
La guerrillera luce tímida y no quiere que sus compañeros la escuchen, por lo que pide que nos apartemos a un lado. “Esto no es como el Estado lo ha pintado siempre, que en la guerrilla se hacen los legrados obligatoriamente o que les matan los hijos a las guerrilleras”, expresa, en una postura que contrasta con los testimonios de desmovilizadas que han contado historias terroríficas de cómo las obligaron a abortar y las separaron de sus bebés.
No obstante, admite que sigue vigente la norma que prohíbe embarazarse.
Este es su segundo retoño y aún no ha pensado el nombre. El primero lo alumbró poco antes de venirse a la guerrilla, a los 15 años, de un padre que no pertenecía a la organización.
Estudio intenso
Son cursos de uno a dos meses en los que refuerzan conocimientos de matemáticas, geografía e historia, con el fin de que sean capaces de desenvolverse por fuera de la selva cuando regresen a ser civiles.
“Los organismos superiores mandan los programas. El de matemáticas contiene conceptos de aritmética y geometría; el de geografía se centra en los continentes y los planetas, y el de historia habla del surgimiento del hombre y del origen del conflicto colombiano”, explica ‘Yenny López’, que se desempeña como monitora en este plan.
La rutina
Terminado el ejercicio, los subversivos se internan sudorosos por un bosque donde está su campamento. El complejo, fuera de tener agua corriente para los alimentos y el aseo, es suficientemente amplio para albergar los cambuches individuales –con todo y trinchera para meterse en caso de bombardeo, a fin de esquivar las esquirlas–, cocina y bodega de suministros, una zanja que hace las veces de letrina, hay un claro para formaciones y reuniones cortas, oficina con computadores y conexión a internet, una carpa donde cabe una centena de personas y hasta consultorios médico y odontológico (Lea también: Nuevo seguro para plebiscito por la paz).
La vegetación permite un camuflaje contra las aeronaves oficiales, dejando que se filtre la luz del sol sin que perturbe el calor exterior de hasta más de 40 grados centígrados.
Este día, la programación estricta del grupo se alteró porque era necesario esperar las condiciones de iluminación para que los periodistas de EL TIEMPO tomáramos imágenes.
La levantada normal suele ser a las 4:50 a. m. y se empata con un tinto, a las 6:10. De ahí sigue la primera formación para asignar las tareas que llegan de la jefatura del frente, definir la guardia y quiénes se encargan del rancho desde las 12 m. hasta el mediodía siguiente.
A las 8:30 es el desayuno. Las vasijas se apilonan en una mesa hecha de palos bastos, unidos con cabuya con la misma firmeza que si usaran clavos. El menú depende de qué tan fuertes estén los controles para ingresar con víveres a la zona rural; por estos días es variado y abundante.
Después, el tiempo es para que quienes tengan una tarea específica la hagan, y los que no, se dediquen a estudiar o leer en la caleta, el otro nombre que le dan al sitio de dormitorio. En momentos de relax como este es común ver a guerrilleros con su cigarrillo en la boca, conversando animadamente en cualquier paraje, o a alguna pareja expresándose su afecto.
Suena algo agudo, apenas perceptible al oído, igual que un beso chirriado, y un guerrillero me explica que es igual al ruido del mono churuco, señal de que deben formar otra vez para recibir alguna instrucción particular.
El almuerzo es a las 11:30, con el mismo ritual de recipientes relucientes que se rebosan de comida igual para hombres que para mujeres.
“Comemos bastante porque gastamos mucha energía y las mujeres no cuidan tanto la figura como lo hacen en la ciudad”, apunta ‘Luis David Celis’, un extraño guerrillero quien dice que no le gustan las armas. Es llanero, pero poner de acuerdo sus pies para bailar un joropo sería más demorado que el acuerdo entre las Farc y el Gobierno en Cuba.
La guardia sigue.
Los guerrilleros filan sus sillas portátiles en un claro y se aprestan a consentir el fusil en una suerte de ceremonia mística. En absoluto silencio ponen el arma en el regazo y la desnudan pieza por pieza con movimientos rápidos para limpiarla y untar aceite hasta en los más recónditos rincones. Uno de ellos me explica que el procedimiento se cumple religiosamente a diario, a pesar de que hace unos cuatro años muchos aparatos no se han disparado porque la confrontación ha bajado paulatinamente. “En tiempos de campaña de orden público, esto se hace cada que termina un combate”, añade.
No obstante, los subversivos no cejan en la seguridad. Hay guardia las 24 horas, cocinan con gasolina para no producir humo, no encienden luces en la noche sino que se orientan por cuerdas para seguir los caminos principales, utilizan correos humanos en vez de equipos de comunicaciones que puedan ser interceptables y someten cada aparato electrónico que les llega a un minucioso examen (En fotos:así se preparan las Farc para el posconflicto) .
‘Celis’ se lamenta de que una ligereza en este último punto provocó la muerte del ‘Mono Jojoy’ y de una veintena de guerrilleros en septiembre del 2010. La inteligencia estatal le sembró un chip en las botas especiales que el entonces jefe del Bloque Oriental necesitaba por la diabetes, y así se guiaron las naves que acometieron el bombardeo fatal.
El control del Ejército
Aun con la distensión de facto, igualmente la Fuerza Pública mantiene
controles. De hecho, en el recorrido que los periodistas de EL TIEMPO
hicimos hasta este sitio de campamentación del frente Yarí, tuvimos que
pasar por tres retenes del Ejército y uno de la Policía. El carro en que
íbamos fue requisado, además de que hubo que mostrar cédula y explicar
el rol que cumplíamos. Pero no restringen la entrada de víveres, como en
otros tiempos.15:00
Tiempo de aseo. Por igual, ellos y ellas marchan por turnos hacia el charco. Van en paños menores, con las botas puestas, el arma terciada y la ropa sucia en la mano. ‘Alejandra’, de 35 años de edad, reconoce que recién ingresada, hace 16 años, le daba tanta pena desnudarse que aguardaba a que no hubiera nadie para ir con su hermana, también guerrillera. Después se le volvió tan natural como si estuviera en una piscina en bikini. No hay misterio tampoco en quitarse el calzón en público, mucho menos en hablar de tampones, toallas y de periodos.
Un grupo mixto no se pudo bañar a esta hora porque tenía la misión de pelar una res. Si bien en teoría no hay diferencias de género en la guerrilla, en labores como esta la naturaleza se impone. Mientras los hombres hacen la parte más ruda, de inmovilizar y matar el novillo, las mujeres esperan para destazarlo y ayudar a cargar la carne.
‘Alejandra’ aclara que, en cambio, esas diferencias no se ven en las guardias ni a la hora de recorrer más de 10 kilómetros por los suministros y retornarse la misma distancia con el tercio en un solo día; ni en las largas marchas por el monte y menos en el combate, cuando el género no es atenuante para asumir un riesgo alto (Lea también: Las Farc aceleran su transformación en movimiento político).
“Si uno tiene los dolores de la regla, simplemente pide un analgésico y sigue”, dice.
Otro grupo disputa un partido de voleibol en una cancha de tierra que se ha puesto jabonosa por las intensas lluvias de los últimos días. El balón se torna pesado y ni siquiera rebota. ‘Celis’ cuenta que la hora diaria de esparcimiento es muy importante, al punto de que está ordenada en los estatutos del grupo y que los domingos son para descansar, realizar un aseo profundo de las caletas y ver películas. Solo que si hay inconvenientes no necesariamente se cumple en el séptimo día de la semana, sino que hasta un lunes puede declararse domingo.
16:45
Ya pasó la comida. En la última formación se evalúa la jornada. Así mismo, es la única oportunidad para reportar si alguien necesita un desodorante, si se le dañó el radio, si se le acabaron las baterías… Se organizan las funciones del día siguiente y se nombra la guardia.
18:15
Sin que nadie dé la orden, la penumbra marca la hora de retirarse a las caletas.
Un cuarto de hora después solo se escuchan los sonidos de la selva. La pelea es contra los bichos que rondan en la oscuridad. La noche transcurre aparentemente si novedad. Sin embargo, alias ‘Guillermo’, el jefe del frente Felipe Rincón, nos notifica al amanecer que hubo varias aeronaves sospechosas sobrevolando.
NÉSTOR ALONSO LÓPEZ L.
Enviado Especial de EL TIEMPO
En Twitter: @nesperiodista