sábado, 25 de junio de 2016

CRÓNICA. La última vez que vi al comandante Marulanda

Manuel Marulanda quiso el poder por la vía de las armas, pero también estaba preparado para la paz digna y democrática.

Esta cronica aparecio en el Semanario VOZ EL 11 diciembre, 2015
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Comandante y fundador de las FARC-EP Manuel Marulanda Vélez.
Carlos A. Lozano Guillén
En la madrugada de un día cualquiera de 2005, Fernanda* y yo fuimos despertados con humeantes tintos por el guía que ni más ni menos nos llevaría minutos después en búsqueda del legendario comandante guerrillero Manuel Marulanda Vélez. En lo personal estaba ansioso, no lo veía desde enero de 2002, pocas semanas antes de la ruptura de las conversaciones de paz en el Caguán. Decisión unilateral del Gobierno. Fui a pedirle al jefe guerrillero que recibiera a una delegación de los “Países Amigos” que abogaría ante el mandatario colombiano para continuar los diálogos.


Siempre me agradó hablar con el comandante Marulanda. Era un campesino ilustrado por su propio esfuerzo, inteligente y malicioso, hablaba de todos los temas, salpicando su conversación con anécdotas y chistes. Pero hablaba muy en serio cuando se refería a las posiciones de las FARC-EP. 

No dejaba dudas de la firmeza de su conducción y de la convicción de sus políticas revolucionarias.
En esta ocasión, en plena guerra de la “seguridad democrática” del entonces presidente Álvaro Uribe Vélez, el alto Consejero de Paz me pidió ser portador de un mensaje del propio mandatario de que su Gobierno estaba interesado en establecer un contacto directo con él para hablar de paz. Lo consulté con la dirección nacional del Partido Comunista Colombiano y fui autorizado para que con Fernanda buscáramos al jefe de las FARFC-EP para transmitir el mensaje.

Quedó en claro que no le informaría al Gobierno sobre fechas y sitios de la eventual reunión, que tomaría medidas para evitar seguimientos y provocaciones. Fernanda y yo asumimos la tarea del partido, conscientes de los peligros. En otras ocasiones lo habíamos hecho.

Buscando al Comandante

En esta madrugada lluviosa nos encontrábamos en un pequeño caserío, en las estribaciones del Guayabero, cerca de la capital de un departamento del sur del país. Por distintas partes se ingresa al Guayabero, uno de los pilares de la organización agraria, de la autodefensa de masas y de la lucha guerrillera en el sur de Colombia. Nos correspondió llegar por una zona montañosa de ascenso a la histórica región. Restrepo me había advertido: “Tendrá que ir lejos porque ‘Tiro Fijo’ está muy adentro en la selva, huyendo de los operativos militares. Dicen algunos que solo se puede alimentar de hierbas y animales salvajes”. Estábamos preparados para la larga travesía.

Como a las seis de la mañana salimos Fernanda y yo con dos experimentados guías. Yo montado en una mula, que por caballerosidad se la ofrecí a Fernanda pero la rechazó diciendo que la habían enviado para mí, así que se fue caminando al ritmo de los dos guías. Una mujer valiente y emprendedora, “así son las mujeres revolucionarias, las mujeres del pueblo” le dije al guía, quien miró a su compañera, la otra guía, y me respondió: “Así es camarada”.

El ascenso fue penoso. Era un camino de herradura, lleno de fango por el crudo invierno, pero también muy angosto. Estaba en medio de la montaña y de un abismo de centenares de metros. Como en tres ocasiones me caí de la mula, porque esta se enterraba en el barro. El guía me sugirió caminar porque la mula podía caerme encima. Descendí y caminé entre el barro, por supuesto no al mismo ritmo de Fernanda y los dos guías. Más arriba de nuevo me subí a la mula y tuve más suerte.
Como a las seis horas de camino llegamos a un campamento. Allí estaba Fabián Ramírez, uno de los comandantes del Bloque Sur, nos saludó, nos dio desayuno y agua en botella. Sospeché que serían varias horas más para llegar a nuestro anhelado destino.

Una grata sorpresa

Después del abundante desayuno campesino, Ramírez nos invitó a subir con él. A treinta metros de distancia, en otro campamento, rodeado de cultivos de pan coger, de gallinas y una que otra res, vi un cuadro que me dejó perplejo: Manuel Marulanda Vélez, comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP, el hombre más perseguido de Colombia, estaba sentado en una silla de odontología, con los instrumentos eléctricos que funcionaban con una batería en la mitad de la selva del Guayabero, sometido a un tratamiento de ortodoncia, incluyendo radiografías. El odontólogo era Yuri, hoy miembro de la Delegación de Paz de La Habana. 

 Estábamos a seis horas a pie y en mula de un pequeño caserío y a tres horas en carro de la capital de un departamento del sur del país. No sabía si reírme del cuadro macondiano de la más pura realidad colombiana o burlarme de Restrepo quien me había dicho que ‘Tiro Fijo’ estaba huyendo selva adentro, con el uniforme roto y alimentándose de hierbas. Por el contrario, lo veo muy cerca de pequeñas urbes, rodeado de sus animales domésticos y de sus cultivos de pan coger. Todo un desafío a la “seguridad democrática”, ridiculizada por un hombre que fue abatido cientos de veces en los titulares de la “gran prensa”. Y que me lo encuentro, en ese momento, apoltronado en una moderna silla de odontología en su campamento del Guayabero. Se lo comenté y se rió con esa risa llena de picardía y de malicia de la buena.

Nos saludó con la misma cordialidad de siempre. Estaríamos alojados en un cambuche al lado del suyo y de su compañera Sandra. Una suficiente señal de confianza. Nos dijo que fuéramos al caño a tomar un baño y que luego almorzaríamos un sancocho de gallina, preparado por Sandra y los encargados de la “rancha”. Recordé que el último sancocho de Sandra y sus colaboradores guerrilleros y guerrilleras, lo saboreé en el Caguán cuando atendieron al ex presidente Belisario Betancur en el caserío de La Sombra. No estuve en la reunión, pero donde doña Cecilia, en el hotel de la localidad, me comí el exquisito almuerzo que me hizo llegar Sandra con discreción.

El intercambio de opiniones

Después del almuerzo comenzamos las conversaciones en las que participaron Fernanda y Fabián. Le expuse con franqueza el tema y lo recibió con frialdad: “ya veremos que le respondemos a don Uribe”, dijo. Conversamos y conversamos de la situación política, intercambiando puntos de vista. Nos leyó una carta que le había enviado a Timoleón Jiménez, a la sazón comandante del Bloque del Magdalena Medio, en que hacía reflexiones sobre el proceso político y de los peligros de los planes militares de la “seguridad democrática”. Le pidió que la compartiera con los otros miembros del Secretariado. “En las FARC todo es democrático. Eso de que yo tomo las decisiones de manera personal no es cierto. Siempre las consulto con Alfonso, Timo y los demás miembros del Secretariado”.

Estaba preocupado por el acoso de los militares y la interceptación de las comunicaciones, “sobre eso estamos haciendo nuestros propios planes y recomendaciones, sin caer en pánico”. Decía que este no era propio de los revolucionarios, “bien sabemos que en nuestra lucha podemos vencer o morir”. Aún no habían comenzado las muertes de los integrantes del Secretariado, pero no las descartaba. Le dolía que mandos de frentes fueran abatidos en los bombardeos aéreos. No estaba desesperado pero sí preocupado. Dijo que “se mantendría por el Guayabero donde había suficiente espacio para los cambuches y para dedicarse a preparar la respuesta a la ofensiva de la ‘seguridad democrática’, que también se está aplicando a la lucha social. Toda movilización es terrorista. Allá ustedes tienen que dar la respuesta de masas, nosotros la daremos por otros medios”. Justo en la mañana del tercer día antes de salir con Fernanda y los guías nos dijo: “Se dan cuenta porque no es fácil para nosotros establecer contactos con el señor Uribe Vélez, pero lo consultaré con los camaradas del Secretariado y habrá una respuesta”. Pero nos aclaró: “Hemos hecho la guerra, pero estamos en la mejor disposición para pactar la paz digna. En el momento actual la paz es una bandera de los revolucionarios”.

Nos despedimos con afabilidad. Creímos que no sería el último encuentro como sí lo fue. Con Fernanda nos regresamos por el mismo camino de herradura ya seco y menos peligroso. Llegamos solos al caserío porque nos topamos con varios retenes militares. A menos de cinco horas a pie, estaba en su cambuche, el legendario líder guerrillero que buscó el poder por las armas, pero que también estaba listo para la paz dialogada, digna y democrática.

* Nombre cambiado.