Manuel Marulanda quiso el poder por la vía de las armas, pero también estaba preparado para la paz digna y democrática.
Esta cronica aparecio en el Semanario VOZ EL 11 diciembre, 2015
Comandante y fundador de las FARC-EP Manuel Marulanda Vélez.
Carlos A. Lozano Guillén
En la madrugada de un día cualquiera de 2005, Fernanda* y yo fuimos
despertados con humeantes tintos por el guía que ni más ni menos nos
llevaría minutos después en búsqueda del legendario comandante
guerrillero Manuel Marulanda Vélez. En lo personal estaba ansioso, no lo
veía desde enero de 2002, pocas semanas antes de la ruptura de las
conversaciones de paz en el Caguán. Decisión unilateral del Gobierno.
Fui a pedirle al jefe guerrillero que recibiera a una delegación de los
“Países Amigos” que abogaría ante el mandatario colombiano para
continuar los diálogos.
Siempre me agradó hablar con el comandante Marulanda. Era un
campesino ilustrado por su propio esfuerzo, inteligente y malicioso,
hablaba de todos los temas, salpicando su conversación con anécdotas y
chistes. Pero hablaba muy en serio cuando se refería a las posiciones de
las FARC-EP.
No dejaba dudas de la firmeza de su conducción y de la
convicción de sus políticas revolucionarias.
En esta ocasión, en plena guerra de la “seguridad democrática” del
entonces presidente Álvaro Uribe Vélez, el alto Consejero de Paz me
pidió ser portador de un mensaje del propio mandatario de que su
Gobierno estaba interesado en establecer un contacto directo con él para
hablar de paz. Lo consulté con la dirección nacional del Partido
Comunista Colombiano y fui autorizado para que con Fernanda buscáramos
al jefe de las FARFC-EP para transmitir el mensaje.
Quedó en claro que no le informaría al Gobierno sobre fechas y sitios
de la eventual reunión, que tomaría medidas para evitar seguimientos y
provocaciones. Fernanda y yo asumimos la tarea del partido, conscientes
de los peligros. En otras ocasiones lo habíamos hecho.
Buscando al Comandante
En esta madrugada lluviosa nos encontrábamos en un pequeño caserío,
en las estribaciones del Guayabero, cerca de la capital de un
departamento del sur del país. Por distintas partes se ingresa al
Guayabero, uno de los pilares de la organización agraria, de la
autodefensa de masas y de la lucha guerrillera en el sur de Colombia.
Nos correspondió llegar por una zona montañosa de ascenso a la histórica
región. Restrepo me había advertido: “Tendrá que ir lejos porque ‘Tiro
Fijo’ está muy adentro en la selva, huyendo de los operativos militares.
Dicen algunos que solo se puede alimentar de hierbas y animales
salvajes”. Estábamos preparados para la larga travesía.
Como a las seis de la mañana salimos Fernanda y yo con dos
experimentados guías. Yo montado en una mula, que por caballerosidad se
la ofrecí a Fernanda pero la rechazó diciendo que la habían enviado para
mí, así que se fue caminando al ritmo de los dos guías. Una mujer
valiente y emprendedora, “así son las mujeres revolucionarias, las
mujeres del pueblo” le dije al guía, quien miró a su compañera, la otra
guía, y me respondió: “Así es camarada”.
El ascenso fue penoso. Era un camino de herradura, lleno de fango por
el crudo invierno, pero también muy angosto. Estaba en medio de la
montaña y de un abismo de centenares de metros. Como en tres ocasiones
me caí de la mula, porque esta se enterraba en el barro. El guía me
sugirió caminar porque la mula podía caerme encima. Descendí y caminé
entre el barro, por supuesto no al mismo ritmo de Fernanda y los dos
guías. Más arriba de nuevo me subí a la mula y tuve más suerte.
Como a las seis horas de camino llegamos a un campamento. Allí estaba
Fabián Ramírez, uno de los comandantes del Bloque Sur, nos saludó, nos
dio desayuno y agua en botella. Sospeché que serían varias horas más
para llegar a nuestro anhelado destino.
Una grata sorpresa
Después del abundante desayuno campesino, Ramírez nos invitó a subir
con él. A treinta metros de distancia, en otro campamento, rodeado de
cultivos de pan coger, de gallinas y una que otra res, vi un cuadro que
me dejó perplejo: Manuel Marulanda Vélez, comandante del Estado Mayor
Central de las FARC-EP, el hombre más perseguido de Colombia, estaba
sentado en una silla de odontología, con los instrumentos eléctricos que
funcionaban con una batería en la mitad de la selva del Guayabero,
sometido a un tratamiento de ortodoncia, incluyendo radiografías. El
odontólogo era Yuri, hoy miembro de la Delegación de Paz de La Habana.
Estábamos a seis horas a pie y en mula de un pequeño caserío y a tres
horas en carro de la capital de un departamento del sur del país. No
sabía si reírme del cuadro macondiano de la más pura realidad colombiana
o burlarme de Restrepo quien me había dicho que ‘Tiro Fijo’ estaba
huyendo selva adentro, con el uniforme roto y alimentándose de hierbas.
Por el contrario, lo veo muy cerca de pequeñas urbes, rodeado de sus
animales domésticos y de sus cultivos de pan coger. Todo un desafío a la
“seguridad democrática”, ridiculizada por un hombre que fue abatido
cientos de veces en los titulares de la “gran prensa”. Y que me lo
encuentro, en ese momento, apoltronado en una moderna silla de
odontología en su campamento del Guayabero. Se lo comenté y se rió con
esa risa llena de picardía y de malicia de la buena.
Nos saludó con la misma cordialidad de siempre. Estaríamos alojados
en un cambuche al lado del suyo y de su compañera Sandra. Una suficiente
señal de confianza. Nos dijo que fuéramos al caño a tomar un baño y que
luego almorzaríamos un sancocho de gallina, preparado por Sandra y los
encargados de la “rancha”. Recordé que el último sancocho de Sandra y
sus colaboradores guerrilleros y guerrilleras, lo saboreé en el Caguán
cuando atendieron al ex presidente Belisario Betancur en el caserío de
La Sombra. No estuve en la reunión, pero donde doña Cecilia, en el hotel
de la localidad, me comí el exquisito almuerzo que me hizo llegar
Sandra con discreción.
El intercambio de opiniones
Después del almuerzo comenzamos las conversaciones en las que
participaron Fernanda y Fabián. Le expuse con franqueza el tema y lo
recibió con frialdad: “ya veremos que le respondemos a don Uribe”, dijo.
Conversamos y conversamos de la situación política, intercambiando
puntos de vista. Nos leyó una carta que le había enviado a Timoleón
Jiménez, a la sazón comandante del Bloque del Magdalena Medio, en que
hacía reflexiones sobre el proceso político y de los peligros de los
planes militares de la “seguridad democrática”. Le pidió que la
compartiera con los otros miembros del Secretariado. “En las FARC todo
es democrático. Eso de que yo tomo las decisiones de manera personal no
es cierto. Siempre las consulto con Alfonso, Timo y los demás miembros
del Secretariado”.
Estaba preocupado por el acoso de los militares y la interceptación
de las comunicaciones, “sobre eso estamos haciendo nuestros propios
planes y recomendaciones, sin caer en pánico”. Decía que este no era
propio de los revolucionarios, “bien sabemos que en nuestra lucha
podemos vencer o morir”. Aún no habían comenzado las muertes de los
integrantes del Secretariado, pero no las descartaba. Le dolía que
mandos de frentes fueran abatidos en los bombardeos aéreos. No estaba
desesperado pero sí preocupado. Dijo que “se mantendría por el Guayabero
donde había suficiente espacio para los cambuches y para dedicarse a
preparar la respuesta a la ofensiva de la ‘seguridad democrática’, que
también se está aplicando a la lucha social. Toda movilización es
terrorista. Allá ustedes tienen que dar la respuesta de masas, nosotros
la daremos por otros medios”. Justo en la mañana del tercer día antes de
salir con Fernanda y los guías nos dijo: “Se dan cuenta porque no es
fácil para nosotros establecer contactos con el señor Uribe Vélez, pero
lo consultaré con los camaradas del Secretariado y habrá una respuesta”.
Pero nos aclaró: “Hemos hecho la guerra, pero estamos en la mejor
disposición para pactar la paz digna. En el momento actual la paz es una
bandera de los revolucionarios”.
Nos despedimos con afabilidad. Creímos que no sería el último
encuentro como sí lo fue. Con Fernanda nos regresamos por el mismo
camino de herradura ya seco y menos peligroso. Llegamos solos al caserío
porque nos topamos con varios retenes militares. A menos de cinco horas
a pie, estaba en su cambuche, el legendario líder guerrillero que buscó
el poder por las armas, pero que también estaba listo para la paz
dialogada, digna y democrática.
* Nombre cambiado.