Autor Laura Bécquer Paseiro
“Estaba en lo de mi libro”, comenta al señalar una pequeña laptop. Se titula Diario del fin de una guerra
y trata sobre las conversaciones que desarrollan en La Habana las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo
(FARC-EP) y el gobierno de Juan Manuel Santos.
Rompe el hielo aclarando que su única “condición” es que se dialogue
porque sabe lo perturbador que puede ser entrevistar a un periodista.
Antes de iniciar la conversación se cambia la camisa, para “ponerse
bonito para las fotos”. Acomodándose en el sofá comenta: “soy esencial y
básicamente un reportero”.
Ahí detalla las vicisitudes del periodismo en su tierra. “El
reportero en Colombia está expuesto a una cantidad de peligros
tremendos. Tuvimos el muy deshonroso primer lugar del país más
peligroso para ejercer esa profesión. También vivimos un éxodo masivo
hacia Bogotá de periodistas que cubrían zonas de guerra y otros que eran
amenazados”, cuenta.
Sin embargo, cuando se le recuerda que un coterráneo suyo dijo que el
periodismo era “el mejor oficio del mundo”, señala: lo diré yo que
llevo 40 años en esto: “Toda una vida”.
Este es el pie, no tan forzado, con el que Botero comienza el relato.
“Como reportero he cometido errores aunque no me arrepiento de lo que
he hecho.
Tengo varias críticas por haber ingresado, digamos, al otro lado de
la guerra; por haber contado lo que pasaba en plena selva. Me acusaban,
entre otras cosas, de invadir la privacidad de las personas en
cautiverio, de hacerle apología a la guerrilla”.
El olor a café colombiano pausa el diálogo. El aroma invade toda la
sala decorada con cuadros y artesanía típica colombiana que se mezclan
entre libros y anotaciones regadas por los rincones. Entre los títulos
sobresale La vida no es fácil, papi donde narra la historia de Tanja Nijmeijer, la guerrillera holandesa de las FARC.
“No tomo café”, dice burlándose. “Es lo más grande. Un periodista que
no toma café. También soy el único Botero flaco”, afirma refiriéndose
al famoso pintor colombiano Fernando Botero cuya obra se distingue por
la voluptuosidad que refleja.
Retoma la conversación que fluye mejor gracias a la exquisita bebida
que no amaina el calor, pero viene muy bien. “Yo lo que hice fue, por
sobre todas las cosas, documentar una realidad que a duras penas se
conocía y nadie había mostrado”.
EN EL VERDE MAR DEL OLVIDO
EN EL VERDE MAR DEL OLVIDO
Botero es de los periodistas que más veces ha estado en el mismo corazón de la selva colombiana, epicentro del conflicto que azota esa nación hace más de cinco décadas.
“Para llegar a los campamentos guerrilleros hay que hacer verdaderas
travesías en condiciones físicas muy extremas”, cuenta insistiendo en la
palabra “esfuerzo”. “Puedes estar días caminando o a lomo de mula en
terrenos difíciles”.
“Antes, debes tener la autorización de la fuente, en este caso las
FARC”, comenta inclinándose y dispuesto a detallar el inicio de lo que
podría haber sido un tormento para cualquier otro colega que pretendiera
mostrar por primera vez en la televisión colombiana imágenes reales de
la guerra.
“Yo obtuve el permiso porque quería hacer un reportaje para la cadena
en la que trabajaba (Caracol). Mi intención era comunicar la vida de
los militares y policías que la guerrilla tenía en cautiverio. Eran 500
en total. El trabajo se llamó En el verde mar del olvido. Fui censurado y lo denuncié. Como consecuencia, me despidieron”.
“Pasó una década antes que pudiera ejercer en ningún medio
colombiano. Empezó la parte del periodismo “independiente”. Me dieron
una plata por haberme despedido y con eso me compré mis propios equipos y
monté mi empresita llamada Tv Mula, televisión del mundo latino. Con
ella sobreviví varios años”.
A pesar de ser censurado, Botero siguió trabajando “porque había que
documentar lo que estaba pasando”. Comenta orgulloso que uno de los
reportajes que hicieron en ese proyecto recibió el premio de la
Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano. El galardón se lo otorgó
García Márquez en México por un reportaje llamado Cómo voy a olvidarte,
con el que volvía tras los rostros del conflicto. En esta ocasión
narraba la historia de un coronel de la policía y su familia en
cautiverio. Le siguió la pista a su familia durante mucho tiempo y logró
juntarlos a través del video en un momento que describió de “fuerte y
emotivo para todos”.
Sobrevivió gracias al archivo que juntó y se volvió su sustento. Así estuvo hasta que se fue para Telesur.
TELESUR: EL HIJO PRÓDIGO SIEMPRE REGRESA A CASA
TELESUR: EL HIJO PRÓDIGO SIEMPRE REGRESA A CASA
Cuando empieza a hablar de su experiencia en la multiestatal latinoamericana Telesur se refiere como “la experiencia periodística más hermosa” que ha tenido en su vida. “Bueno, no. La verdad es que se la disputa Prensa Latina”, dice abriendo un paréntesis en la conversación para contar los años (de 1986 a 1991) que laboró en la agencia de noticias con sede en La Habana.
“A Telesur llegué de manera inesperada”, narra retomando el diálogo
inicial. “Vine a un congreso de periodistas latinoamericanos aquí en
Cuba. Al tercer día se apareció Fidel y nos tuvo hasta la medianoche
prácticamente “hipnotizados”. “Él (Fidel) comentó algo así como: 'chico
yo no entiendo por qué no existe una CNN latinoamericana', y nos dejó
pensativos a todos. Fue cuando un grupo de periodistas encabezados por
Aram Aharonian, uruguayo de origen armenio que vivía en Venezuela y era
muy cercano a Hugo Chávez, le dijo:'¡mire lo que dice su “papá” Fidel!'
Y Chávez ahí mismo aseguró: 'bueno dime que se necesita y hablamos'”.
“Ahí nació Telesur”.
Botero cuenta que estaba en Colombia cuando lo llamaron para el
proyecto. Con cinco personas diseñó el canal trabajando día y noche.
Luego entró en la fase de producción y para ello viajó por todo el
continente buscando periodistas o que fueran corresponsales en sus
países.
Chávez vino un día y nos dijo que quería que la primera edición
saliera en el aniversario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar un
24 de julio. “¡Imagínate! Había que moverse”, señala exaltado.
Estuvo solo dos años en esa experiencia que cataloga de “formidable” y después regresó a Colombia a hacer lo que más le gusta: reportajes y documentales.
Luego lo llamaron de nuevo para que fuera Jefe de Información del
canal. “Dicen que el asesino siempre regresa a la escena del crimen, o
mejor, que el hijo pródigo siempre regresa a casa”, ríe. “En esta nueva
etapa me sentí muy a gusto. Me tocó cubrir la campaña electoral de
Chávez”. Interrumpe de nuevo el diálogo y se pone serio, por primera vez
en las casi dos horas de entrevista, para hablar del líder bolivariano:
“Verlo haciendo ese esfuerzo sobrehumano para mantener viva aquella
llama y ver a la gente desbordada expresando sus sentimientos por él fue
algo muy emocionante, pero a la vez doloroso. Uno veía que la
enfermedad (el cáncer) no se iba y él seguía firme”.
—¿Y cómo lo recuerda?
—Tenía una calidez que no te puedes imaginar. Un abrazo de él era
recibir una fuerza estremecedora. Es un privilegio que le agradezco a la
vida.
CLAVES DE UN CONFLICTO
CLAVES DE UN CONFLICTO
La experiencia profesional de Botero viene dada, sobre todo, por su conocimiento del conflicto colombiano. Cuando anunciaron que se desarrollaría un nuevo proceso dice que vino a La Habana porque vio que “la paz estaba muy cerca”.
“Primero lo cubrí para un portal que se llama Las 2 Orillas y ahora
para un noticiero de televisión que se llama Red + Noticias”, asegura.
Antes de responder por qué esta guerra se ha dilatado tanto en el
tiempo, asume una posición de catedrático que se dispone a explicar algo
que ha sido parte de su vida. “El conflicto colombiano pudo haberse
acabado desde mucho antes, pero nosotros tenemos una clase dirigente
excluyente que apela con enorme facilidad a la violencia”.
Se toma un minuto para ordenar las ideas y cuidar no se le escape
ningún detalle. “Cada vez que se intentó buscar una salida al conflicto
surgieron fuerzas tremendamente oscuras que impedían que las cosas se
dieran. Por ejemplo, entre los años 1982 y 1986 las FARC intentan fundar
un partido político producto de un diálogo con el Gobierno” (proceso de
paz iniciado bajo la presidencia de Belisario Betancour).
“Ese Partido llamado Unión Patriótica fue exterminado, barrido de la
faz de la tierra, ¿cómo se puede asesinar a un partido completo?”, se
cuestiona mientras acota que eso pasó por la ola de violencia y
agresividad sin límites palpables en su país.
Botero compara la guerra y sus efectos con una gran bola de nieve que
va creciendo a medida que se desliza: “con el tiempo las FARC se
convirtieron prácticamente en un Ejército con un enorme poderío militar y
una gran capacidad de golpear al adversario. Obviamente, para
frenarlas el Ejército colombiano comenzó a parapetarse con las mejores
técnicas militares”. Es cuando te das cuenta que hay una confrontación
bélica que no tiene cómo frenarse, señala. A todo eso se le sumó la
cuestión del narcotráfico, usada —a su juicio— por Estados Unidos para
justificar su presencia militar en Colombia. Sin embargo, es optimista y
habla de la guerra en pasado: “esta es la única confrontación en la
cual nadie perdió y el gran ganador es Colombia”.
LA ANHELADA PAZ
LA ANHELADA PAZ
A sus 60 años este colombiano sigue soñando, prácticamente todos los días, con ver a su tierra respirando paz. La paz se firma en La Habana, dice con una seguridad que despeja cualquier duda de su argumento.
“Yo tengo dos nietos, Martina de dos años, que ya no verá la guerra y
Enmanuel, de 12 que le ha tocado palpar bastante. Nos vamos a pasar dos
generaciones cerrando las heridas y construyendo un nuevo espíritu de
convivencia”, señala insistiendo en que es un proceso que será difícil.
“En Colombia habita una cultura de la violencia y eso no se quita de
la noche a la mañana firmando un papel. Por un decreto una sociedad no
se vuelve ordenada”, comenta. No obstante, expresa que la firma de la
paz traerá grandes beneficios a una sociedad tan magullada por la
guerra; sobre todo para los campesinos, el sector más marginado. También
vendrán más fuerzas políticas, una solución al problema del
narcotráfico, un nuevo escenario mediático, entre otras cuestiones,
afirma.
Su optimismo se vuelve ahora una preocupación. Botero confiesa tener
“mucho miedo de que esas fuerzas oscuras contrarias al proceso se
froten las manos e intenten vengarse al saber que habrá algunos
guerrilleros circulando por las calles”.
Sin embargo, retoma su estado natural de fe en la paz y anuncia, un
poco más serio, que “cuando se firme esa paz, Colombia debería hacer un
monumento a Cuba en agradecimiento eterno al papel que ha cumplido como
anfitrión y garante del proceso de paz”.
“He sido testigo de la entrega del Gobierno cubano con el proceso. La
logística para que todo funcione bien, el esfuerzo de los garantes para
solucionar los problemas que han existido en la Mesa de Conversaciones,
incluso el afecto y la generosidad que reciben las delegaciones de paz.
“No podría haber mejor lugar en el mundo que La Habana para estos
diálogos. Este es el año de la paz de Colombia”, sentencia y culmina un
diálogo de casi dos horas que ni el sofocante calor pudo entorpecer.