Por. Alfredo Molano Jimeno
El Espectador, 21 de Mayo de 2016
El hombre tras el Acuerdo Especial
Recorrido por la vida pública de Álvaro Leyva Durán, quien se ha
jugado a fondo por la paz. Es el autor intelectual del último logro de
los diálogos de La Habana: la maniobra para constitucionalizar el
acuerdo final, mediante el Derecho Internacional Humanitario.
Álvaro Leyva aseguró en 2012 que el Acuerdo Especial debía ser la fórmula de cierre del conflicto armado. /Archivo
Cuando pasen los años y el conflicto armado en Colombia sea memoria,
en la cronología de los procesos de paz tendrá que aparecer un nombre
afín a todos ellos: Álvaro Leyva Durán. La última evidencia es su papel
en el diseño de la Jurisdicción Especial de Paz, que sienta las bases
del modelo de justicia que se va a aplicar para satisfacer a las
víctimas. Pero sobre todo, la concepción y el desarrollo de la idea de
convertir lo pactado en La Habana en un Acuerdo Especial en el marco del
Derecho Internacional Humanitario, ceñido a los límites de la
Constitución.
Nacido en 1942 en Bogotá, en una familia de “la
sociedad instalada”, como él denomina a la élite de los clubes y el
poder económico, desde su infancia supo qué era tener privilegios, pero
también qué significan la política y sus tremedales. Tercero de nueve
hijos del exministro conservador Jorge Leyva Urdaneta y la artista
clásica María Durán Laserna, pronto conoció el sinsabor del destierro.
Cuando Rojas Pinilla derrocó a Laureano Gómez Castro en junio de 1953,
su familia compartió el mismo destino del presidente: Nueva York.
Llegó
a los 12 años, terminó su bachillerato en Estados Unidos, y aprendió a
tocar violín en el Conservatorio de la capital del mundo. Regresó al
país para estudiar Derecho y Ciencias Económicas en la Universidad
Javeriana, mientras su padre se mantenía en los avatares políticos.
Cuando emprendió su vida profesional, Colombia ya era otra. De la
violencia partidista había pasado a la confrontación con la insurgencia
y, a sus 28 años, debutó en la vida pública como secretario privado del
presidente conservador Misael Pastrana, en 1970.
Le
quedó gustando y a los tres años se probó con éxito en la política
electoral en varios pueblos de Cundinamarca. Entonces ejercitó sus más
características habilidades: escuchar –sobre todo a la gente mayor– ,
debatir con personas de todas las condiciones sociales, argumentar para
convencer, enhebrar los hilos de la historia. Después de ser concejal y
diputado, en 1978 salió elegido a la Cámara de Representantes por el
“ospino-pastranismo”. Entonces, entre sus contradictores empezó a coger
fama de insolente y engreído. “Francotirador”, llegaron a decirle en
debates.
Mientras algunos hacían esfuerzos por conservar los
rezagos del Frente Nacional, él sacaba su torrente verbal para
desajustar los esquemas. En 1982, su estilo le dio resultado y con
120.000 votos y su consigna “Leyva responde” accedió al Senado. El nuevo
presidente Belisario Betancur enarboló sus banderas de paz y no dudó en
respaldarlo. Aunque dos años después ejerció el Ministerio de Minas y
Energía, su labor principal fue integrar la Comisión Nacional de
Verificación, organismo clave para los acuerdos de paz con las Farc.
En
ese contexto, Leyva Durán inició sus contactos con la guerrilla, visitó
sus campamentos, escuchó sus historias y construyó una relación con sus
principales líderes que aún conserva. Pero también se ganó
malquerencias, señalamientos y velados enemigos. En el plano público, no
se cansó de advertir que las observaciones de la Comisión de
Verificación del cese al fuego suscrita en 1984 no eran atendidas.
Además, fue de los políticos diferentes a la Unión Patriótica que se
atrevieron a decirle al Ejército que “actuaba como una rueda suelta en
la política de paz del Gobierno”.
La historia le dio la razón. Los
esfuerzos de paz de Belisario Betancur fracasaron porque la Comisión de
Verificación no fue escuchada y “los enemigos agazapados”, que había
denunciado el comisionado de Paz Otto Morales Benítez, terminaron
imponiéndose. Para febrero de 1986, no solo la paz estaba lejos, sino
que el propio Álvaro Leyva sufrió en carne propia los rigores de la
estigmatización. En una gira política en Tudela (Cundinamarca), su
comitiva fue atacada a bala. Las investigaciones que se anunciaron no
dieron resultados.
Ya en el gobierno liberal de Virgilio Barco,
con la violencia exacerbada y los colosos de la guerra a sus anchas, la
tregua con las guerrillas se rompió del todo. Con las Farc, el
puntillazo fue la emboscada a un convoy del Ejército en Caquetá en junio
de 1987 con saldo de 27 militares muertos. Entonces Leyva perseveró en
la búsqueda de la paz. El primer momento fue a raíz del secuestro del
dirigente conservador Álvaro Gómez por parte del M-19 en mayo de 1988,
cuando hizo parte de la comisión integrada para negociar su liberación.
El
20 de julio fue liberado Gómez Hurtado y Leyva animó los encuentros que
impulsaron a la sociedad civil a recobrar los diálogos de paz. A
finales de ese doloroso 1988, conocido como el año de las masacres, las
Farc y el M-19 le hicieron saber al exministro su apoyo a la creación de
una comisión para la cesación de armas, que él se encargó de promover.
Su idea era integrar un grupo de cinco personas de resonancia nacional
para examinar durante 30 días las condiciones y establecer diálogos
directos entre Gobierno e insurgencia.
La respuesta de algunos
sectores políticos fue acusarlo de obtener provecho económico de los
secuestros. En el Congreso se oyeron voces señalándolo de “intermediario
de la industria montada por el cura Pérez y Tirofijo”. En vez
de amilanarse, Leyva persistió en su cruzada y en marzo de 1989 no sólo
se creó la Comisión Promotora de la Política de Reconciliación, con la
presencia de los expresidentes Alfonso López y Misael Pastrana, sino que
las Farc replicaron decretando un cese unilateral del fuego que no duró
mucho tiempo.
Ese mismo 1989 lanzó su primera candidatura presidencial, avalada además por un libro que dio de qué hablar: La guerra vende más,
escrito para resumir sus acciones como mediador de los procesos de paz.
Al final, el elegido fue César Gaviria y él terminó como constituyente
en las listas de la Alianza Democrática M-19. Un escenario donde sacó a
relucir sus dotes de legislador, sin ceder a sus detractores que lo
calificaron de “estafeta de las Farc”. Sin pelos en la lengua, tildó de
“vagabundo” al ministro de Defensa, general Óscar Botero, por sus
señalamientos.
Entonces Leyva apareció protagonizando otro intento
de diálogo. El 30 de abril de 1991, en compañía de una delegación
política del Congreso y tres insurgentes de las Farc, el Eln y el Epl,
ingresó a la Embajada de Venezuela en Bogotá para reclamar
conversaciones de paz para la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar. El
gobierno Gaviria aceptó la propuesta y el 15 de mayo se hizo una
primera reunión en Cravo Norte (Arauca), en la que se convino iniciar
una mesa de diálogos en Caracas (Venezuela). El 3 de junio de 1991 se
instaló el proceso.
Desafortunadamente no duró mucho. En febrero
de 1992 se trasladó a Tlaxcala (México) y para mayo ya estaba desecha la
mesa de negociación, por la muerte en cautiverio del exministro
Argelino Durán. En entrevista concedida a Los Informantes,
Leyva Durán recordó que en una de las crisis de ese proceso de paz lo
llamó el entonces ministro de Gobierno, Humberto de la Calle, para
pedirle su ayuda porque se venían las elecciones y no podían romper. Lo
hizo, y aunque el proceso duró un poco más, no pudo sostenerse en el
tiempo.
Cuando llegó la era de Ernesto Samper, en 1994, Leyva
estuvo atento a colaborar, sobre todo porque el nuevo gobierno dio un
paso crucial: la adhesión de Colombia a los Protocolos de los Convenios
de Ginebra que le dieron vigencia al Derecho Internacional Humanitario
en el conflicto armado de Colombia. No obstante, cuando se avanzaba
hacia diálogos con las Farc con desmilitarización del municipio de Uribe
(Meta), estalló el escándalo del proceso 8.000 y los esfuerzos de paz
se fueron a pique. Leyva nunca dejó de ayudar.
La prueba es que
cuando las Farc se tomaron la base de Las Delicias (Putumayo), en agosto
de 1996, y además de 28 víctimas, se llevaron a 60 prisioneros de
guerra, en el capítulo de 289 días de forcejeo entre el Gobierno y la
guerrilla para liberarlos, uno de los negociadores fue Álvaro Leyva
Durán. Aunque el gestor principal fue José Noé Ríos, el dirigente
conservador prestó sus servicios y experiencia. El 15 de junio de 1997,
en un área despejada de 13.161 kilómetros, los militares recobraron su
libertad y las Farc anunciaron sus condiciones para un proceso de
diálogo.
Sin embargo, antes de que la historia del Caguán tomara
forma, Leyva apoyó otra iniciativa que terminó en escándalo. El
dirigente liberal Juan Manuel Santos buscaba la salida de Samper de la
Presidencia a través de un acuerdo con los grupos armados de distintos
bandos. En un helicóptero del zar de las esmeraldas Víctor Carranza,
Leyva acompañó a Santos a hablar con Carlos Castaño. También ayudó para
que hablara con la guerrilla. Al final, el asunto no cuajó, como tampoco
la Constituyente planeada.
En 1998, Andrés Pastrana le ganó la
Presidencia a Horacio Serpa y el artífice del golpe mediático definitivo
fue Álvaro Leyva. La foto en la que apareció Pastrana con Manuel
Marulanda antes de la segunda vuelta fue determinante. La promesa fue un
nuevo proceso de paz y todos sabían que Leyva iba a ser el hombre
clave. Pero se atravesó el entonces fiscal Alfonso Gómez Méndez, quien
lo vinculó a un expediente por supuesto enriquecimiento ilícito. Por
fortuna para Leyva, el gobierno de Costa Rica le dio asilo en octubre de
1998.
El lío judicial le amargó la vida por seis años, lo marginó
del proceso de paz y hasta fue capturado en Madrid (España) por la
Interpol en 2002 y estuvo detenido por dos meses. En 2004 la justicia lo
absolvió en dos instancias. Pero el capítulo más difícil de este
viacrucis personal, lejos de Colombia y del proceso de paz en el que
estaba destinado a ser protagonista, fue el asesinato de su mano
derecha, el representante a la Cámara por Cundinamarca Jairo Rojas,
ajusticiado por el paramilitarismo en agosto de 2001.
Cuando salió
de esta turbulencia, Leyva volvió a Colombia y siguió en lo suyo.
Entonces gobernaba Álvaro Uribe, y sacó a relucir la fórmula que llamó
“el arca de Noé”, que consistía en parar la guerra seis meses y buscar
consensos políticos. Era el final de 2005, pero Uribe sólo pensaba en
reelegirse. Luego Leyva insistió en una zona de encuentro entre Pradera y
Florida (Valle del Cauca), para negociar la libertad de los políticos y
militares cautivos. Tampoco fue escuchado. Intentó el “Plan retorno a
casa” en 2007 y fracasó de nuevo.
Aún así fue la persona que
permitió recobrar los cuerpos de los once diputados del Valle asesinados
por las Farc en junio de 2007. Nunca dejó de aportar ideas para
solucionar el drama de los secuestrados, algunos hasta una década en las
cárceles de la selva. Pero cuando sobrevino la Operación Fénix en marzo
de 2008, en la que murió bombardeado en Ecuador el jefe guerrillero Raúl Reyes,
fue uno de los dirigentes políticos y gestores de paz que fueron blanco
de persecución judicial, por cuenta de lo que se quiso llamar la
“farcpolítica”.
Hasta mayo de 2011, en que la Corte Suprema de Justicia dejó sin piso jurídico los computadores de Reyes,
Leyva estuvo en la mira de las autoridades judiciales. Pero también
tenía claro que lo suyo era prepararse para lo que se perfilaba como
inminente: los diálogos de La Habana. Cuando se formalizó la fase
exploratoria en febrero de 2012, el gobierno Santos advirtió que no
habría mediadores. Un año después, el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, sin nombrarlo, lo acusó de reunirse con las Farc sin permiso del Ejecutivo.
Sin
embargo Leyva, como lo comentó públicamente, no tenía que pedir permiso
para ir a Cuba. Fue cuantas veces quiso y desde el mismo momento en que
el proceso de paz se instaló en Noruega, vaticinó lo que iba a pasar:
“A mí me da risa que se van a poner a hacer leyes para reglamentar no sé
qué. Para eso están el DIH, la jurisdicción universal, los acuerdos
especiales, los tratados de Ginebra y el bloque de constitucionalidad”.
Hoy, ese camino se está recorriendo, la paz parece cerca y uno de sus
gestores, público o a la sombra, soberbio o genial, es Álvaro Leyva
Durán.