Lo dice uno de los negociadores de las Farc en La Habana (Cuba)
“Nosotros no matamos al papá de Uribe”: Pablo CatatumboUno de los temas principales del punto del fin del conflicto
es el combate contra fenómenos criminales como el paramilitarismo. Por: Felipe Morales Mogollón
El Espectador 17 de Enero de 2016.
“Pablo Catatumbo”,
negociador de las Farc, sostiene que la verdad debe construirse desde
todos los sectores, incluido el Estado. /
El Gobierno y las Farc han manifestado que el acuerdo para
la terminación del conflicto está cerca, que los avances no tienen
precedentes, y se habla del 23 de marzo como fecha para su firma. Más
allá del optimismo, los puntos pendientes de discusión son espinosos.
Uno de ellos es el fin del conflicto, que compromete temas como cese
bilateral, dejación de armas, reincorporación de las Farc y dos más que
resultan prioritarios: el combate contra otros fenómenos criminales y
sus redes de apoyo, y las garantías de seguridad.
En esta
discusión, uno de los temas transversales es el crecimiento de las
bandas criminales o paramilitares en el país. Por eso el presidente Juan
Manuel Santos anunció que las bacrim serán objetivo de alto valor para
la Fuerza Pública. Pero el asunto va más allá. Las Farc aseguran que los
paramilitares no sólo actúan en el escenario de la guerra sino que han
capturado las rentas del Estado y manejan toda una paraeconomía.
En diálogo con El Espectador, Pablo Catatumbo,
negociador plenipotenciario de las Farc, habló de la necesidad de
enfrentar ese fenómeno y de la obligación del Estado de evitar que los
miembros de las Farc sean asesinados cuando se firme la paz, como ha
ocurrido en otros procesos, y sostuvo que uno de los principales aportes
de las actuales negociaciones es la verdad de todos los actores del
conflicto.
Ustedes dicen que el juicio histórico por la
violencia en Colombia debe llevarse hasta antes de los años 50. ¿Un
acuerdo de paz implica abordar asuntos que sucedieron hace tanto tiempo?
No,
pero el debate político sí tenemos que llevarlo hasta allá. Al pueblo
no le importan esos temas, pero nosotros, los que aspiramos a dirigir la
Nación, sí debemos hablar de eso. Hay una historia de Colombia que yo
conozco y a mí sí se gustaría hablar con dirigentes de partidos
tradicionales, y hasta con el expresidente Álvaro Uribe, para que
cuenten la suya. Acá se mataron entre conservadores y liberales y son
igualmente responsables, no pueden engañar a la gente. Por eso
insistimos en una comisión histórica que explique por qué llevamos toda
esta historia de guerra.
¿Eso tiene que ver con la insistencia en el tema del paramilitarismo?
Colombia
está ligada al paramilitarismo desde sus orígenes como nación, y eso
representa un gran riesgo para la paz. El paramilitarismo está vivo y es
la principal amenaza para la paz y la democracia. No desdeñemos el
peligro que significa. No son sólo las bacrim sino un fenómeno complejo y
multidimensional que tiene varios componentes. Por ejemplo, está el de
la doctrina de seguridad nacional, que parte de enfrentar un enemigo
interno que, según esa concepción, está amenazando la institucionalidad.
Ahí empezó, pero hoy tenemos un paramilitarismo que tiene la
parapolítica, la paraeconomía y las empresas de seguridad privada, donde
están los peores criminales y violadores de derechos humanos, los que
les quitaron la tierra a los campesinos y propiciaron desplazamientos y
masacres. Vale la pena abrir debates. Por ejemplo: ¿qué hacía José Félix
Lafourie en 2005? Era supertintendente de Notariado y Registro y de ahí
pasó Fedegán. Si eso no es una puerta giratoria, ¿entonces qué es?
Pero
hay que reconocer que el paramilitarismo surge como una respuesta a la
ineficacia del Estado para defender a los ciudadanos de la guerrilla…
Es
lo que se dice, pero el paramilitarismo viene desde antes. Como también
dicen que Carlos Castaño era un pobre campesino trabajador y que las
Farc mataron a su papá, por lo cual él se sintió ofendido, creó los
paramilitares y cometió una cantidad de horrores. La verdad es que
Castaño ya era paramilitar y narcotraficante del grupo de Pablo Escobar.
Las Farc secuestraron a su padre por narcotraficante, el Ejército trató
de rescatarlo y en ese combate murió, como también murieron
guerrilleros. Esa es la verdad verdadera.
¿Y la muerte del papá del expresidente Álvaro Uribe?
Nosotros
no matamos al papá de Uribe. Eso es falso, nosotros no teníamos
guerrilla por ahí. La hermana de Uribe contó que él llegó en un
helicóptero, se escondió y empezó a dar bala. Si vamos a secuestrar a un
tipo que llegó en un helicóptero, no le mandamos dos guerrilleros, ni
bobos que fuéramos. El papá de Uribe no fue asesinado por las Farc, allá
no teníamos unidades. ¿Dónde hay un juez o una investigación seria que
diga que fuimos nosotros?
Hoy no se habla de paramilitarismo sino de bandas criminales…
El
Estado nunca ha aceptado el paramilitarismo, aunque hay evidencias
claras, como la existencia de Yahir Klein o el asesinato de Luis Carlos
Galán, que dicen que fueron narcotraficantes, y nunca han aceptado que
el Estado estuvo detrás. Por eso le damos tanta importancia a la verdad y
a que se descubran los nexos entre el establecimiento y los
paramilitares. Esa es la importancia de la Jurisdicción para la Paz,
pues va a obligar a todos los que han engañado al país a decir la
verdad. Nuestras verdades son simples: somos guerrilleros y hemos
actuado ante las circunstancias de guerra. Yo no maté a los diputados
del Valle, pero las Farc vamos a poner la cara. Veremos al expresidente
César Gaviria explicando por qué se alió con los Pepes para matar a
Pablo Escobar. Quieren ver a las Farc reparando, y estamos de acuerdo,
pero todos los participantes en el conflicto tenemos que comprometernos.
Lo claro es que no hemos sido ministros, ni ocupado cargos públicos,
pero quienes los han ocupado le deben muchas explicaciones al país.
Para ustedes, ¿la desmovilización paramilitar fue una farsa?
Con
el paramilitarismo que no se desmovilizó hubo trampa. Si usted coge los
nombres de los Úsuga, corresponden exactamente a los de los que se
llamaban Héroes de Arauca. Ernesto Báez lo confesó: dijo que sólo se
entregaron 21 jefes paramilitares. El nombre de Jorge 40 no es gratuito,
era su número, y Carlos Castaño era el comandante cero. Se
desmovilizaron 21. ¿Dónde quedan los otros 19? Lo que pasó con los
paramilitares fue una pantomima de desmovilización.
Ya hay fecha tentativa para la firma de la paz, pero ¿qué va a pasar entonces con los paramilitares?
No
estamos diciendo que el Gobierno tiene que acabar ya con los
paramilitares. Lo que estamos diciendo es que se deben tomar medidas
creíbles que manden una señal, que apunten hacia el combate frontal. El
problema no es Otoniel, tampoco lo eran Pijarbey o Megateo; el problema
es que este es un fenómeno político que no se acabó con el escándalo de
la parapolítica y está vivito y coleando.
¿Cuáles medidas cree que son necesarias?
La
primera es depurar las Fuerzas Militares, no hay nada más que hacer.
Segundo, eliminar una serie de leyes y decretos que soportan al
paramilitarismo. Tercero, tomar medidas contra la parapolítica, como
reglamentar formas de participación política, acabar con la alcahuetería
de los avales o imponer sanciones drásticas. El Estado colombiano está
en deuda de explicar la paraeconomía, eso no se ha dicho. Ellos
controlan la salud, el mercado del oro, la minería ilegal, sectores
enteros de la economía. Las bacrim son el componente armado, pero hay
cosas que son invisibles y el paramilitarismo tiene otros componentes.
Lo que necesitamos saber es si el Gobierno tiene la disposición real de
acabar con el paramilitarismo.
¿No es muy osado hablar de depurar las Fuerzas Militares?
Es
un problema que el Estado debe afrontar. Lo que decimos es que es
necesario definir para qué quiere las Fuerzas Militares. Usted necesita
que defiendan la Constitución y la soberanía, que tengan principios; a
usted no le sirve que haya miembros vinculados al narcotráfico. ¿Cómo
Óscar Naranjo depuró 11.000 policías para poder enfrentar a los
carteles? Esa fue una decisión política. Veo algunos militares que son
conscientes de eso. Conozco militares patriotas, guerreros, los he
padecido en el combate y los respeto porque se sacrifican, pero hoy se
han dado cuenta de que no somos tan distantes, que ambos queremos una
Colombia honesta, que no esté en manos de los bandidos. En ellos debe
apoyarse el presidente, ellos han soportado la guerra y están siendo
traicionados por dirigentes políticos.
Claro que el paramilitarismo, según lo que usted mismo plantea, no se va a acabar de la noche a la mañana…
Lo
que acordemos estará acordado. No podemos ser obtusos y decir que
mientras no se acabe el último paramilitar no se acaba el conflicto,
pero sí pedimos que haya medidas que den confianza de que se está
trabajando en esa dirección. Pero tampoco podemos dejar las armas y
participar en política con un paramilitarismo creciente, apoyado en las
Fuerzas Militares y desbordado en el país. Ese es el mayor reto del
gobierno de Santos: demostrarle al país que quiere la paz tomando
decisiones para acabar con el fenómeno paramilitar, que incluye la
parapolítica y la paraeconomía.
¿No es inocente pensar que el acuerdo de La Habana significará los cambios profundos que ustedes esperan?
No
se trata de decretos o leyes. Hay que hacer pedagogía para la paz y que
exista un compromiso político con partidos, gremios y otros sectores
para un pacto de nunca más. Nosotros no estamos juzgando, estamos
proponiendo un pacto político de que no vamos a volver a combinar armas
con política, pero el Estado tampoco debe hacerlo. En eso radica el
compromiso de no repetición. Por años han dicho que las responsables son
las Farc y que éramos secuestradores, pero no se habla de las personas
que desaparecían desde el Estado.
Procesos pasados han
generado miles de muertes de quienes dejan las armas y ustedes señalan
que el paramilitarismo está vivo. ¿Es posible dejar las armas con ese
contexto?
Esa pela tiene que dársela el presidente, si
no, no hay paz. El mayor fracaso que puede ocurrir en la política
colombiana es que no se pueda garantizar que la paz sea posible. Si el
establecimiento no es capaz de garantizar la vida de los comandantes
guerrilleros una vez se firmen los acuerdos, si vuelve a ocurrir lo que
ocurrió con Carlos Pizarro, ese sería el fracaso de la paz. Es el reto
que tienen Santos y las Fuerzas Militares.