En su discurso de la victoria, Duque dijo que quería ser el mandatario
“de todos los colombianos, de la unidad”. Él podrá quererlo y decirlo,
está en su derecho, pero jamás será el mío. Yo acepto la derrota, pero
digo no. Es mi único, desesperado y casi risible poder: el de decir no.
Ellos vencieron, pero al menos a mí no me convencieron, ni me
convencerán. Por eso sólo me queda resistir, tal vez en silencio. Y
vigilar.
¿A qué le digo no? A un gobierno que, en campaña, se ofreció como el del
cambio generacional, pero que debe responderles a tres expresidentes y
al pozo séptico de la política reciente. Digo no a una campaña que, en
la recta final, prometió no hacer trizas el acuerdo de paz, pero que
hoy, sin haberse aún posesionado, conspira contra él. Le digo no a ese
neoliberalismo costumbrista que ya aplicó Uribe, según el cual el
campesino debe sentirse orgulloso de ser pobre y limpio de corazón, en
traje típico, y aceptar que su acceso al capital y a la ciudadanía está
históricamente limitado por su condición. No a ese cónclave de vampiros
electorales denunciados por la Fiscalía, todos de la coalición del nuevo
gobierno. No a esa jauría de viejos mafiosos que pusieron de carnada a
un jovencito rubicundo para que el pueblo mordiera el anzuelo, y que
ahora dicen, sin vergüenza, que el mozuelo de cachumbos podrá ser el
presidente, pero el verdadero jefe es Uribe.
Duque no podrá jamás representarme, pues para ello tendría que
traicionar a su jefe. Y no lo hará y no creo que deba hacerlo, aunque
estoy seguro de que tarde o temprano Uribe, como Julio César, acabará
apuñalado por sus propios senadores, fastidiados por su enorme poder. Si
a esa masa electoral no le importó que Uribe fuera sospechoso de
crímenes y creación de grupos paramilitares, entre otras cosillas, es
porque este país está radicalmente enfermo, y Duque, en el fondo, es
sólo el termómetro. Cuesta creer que las mayorías sean así, pero las
urnas lo demuestran: son así. Ganaron, ahí tienen el país. Pediría que
no humillen a las víctimas ni a las madres de Soacha, que piensen en los
campesinos despojados de sus tierras y procuren mantener la paz. Aunque
pueden no hacer nada de esto, pues así los eligieron. Quienes perdimos
ya veremos qué hacer y cómo resistir, pues perder es un oficio triste,
sí, pero también un asunto de valientes. Y por eso volveremos.
https://www.elespectador.com/opinion/resistir-y-vigilar-columna-796003
https://www.youtube.com/user/nolascopresiga/videos?flow=grid&view=0
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