Domingo, 27 de Abril de 2014 16:49
Fernanda Sánchez Jaramillo para La Pluma
Hablan
las delegaciones desde La Habana, hablan los ¨pazólogos¨, los expertos
en el conflicto, pero los ciudadanos del común, nos preguntamos: ¿por
qué debemos apoyar el proceso de paz?
Hoy
fue un día gris en Bogotá, tan gris como el día en que sicarios
asesinaron a tres importantes líderes de la historia colombiana. Un 26
de abril, hace 24 años, asesinaron a Carlos Pizarro candidato a la
presidencia de Colombia por la Alianza Democrática M-19.
María
José Pizarro, hija de Carlos Pizarro, y José Atenquera, hijo de José
Antequera, dirigente de la Unión Patriótica asesinado el 3 de marzo de
1989, se reunieron en el aeropuerto El Dorado para conmemorar la vida de
sus padres y la de Bernardo Jaramillo, candidato a la presidencia por
la la Unión Patriótica, asesinado el 22 de marzo de 1990.
A pesar del intenso gris, el cielo no lloró hoy; en cambio, se escucharon golpes de tambores y notas de trompetas que celebraron la vida y el legado de tres recordadas figuras políticas.
A pesar del intenso gris, el cielo no lloró hoy; en cambio, se escucharon golpes de tambores y notas de trompetas que celebraron la vida y el legado de tres recordadas figuras políticas.
Pizarro[i], Antequera[ii] y Jaramillo[iii]
encontraron la muerte en el aeropuerto rumbo a ciudades de la Costa
Atlántica. Los tres sembraron esperanza en una década en la cual el
paramilitarismo, en algunos casos en asocio con el Estado, decidió
acallar a sangre y fuego a la oposición política y llevó a cabo el
Genocidio político de la Unión Patriótica.
Por
eso María José, José Antequera y otros miembros de H.I.J.O.S.,
Colombia, organizaron este emotivo acto para hacer un ejercicio de
memoria en este lugar y “tomárselo” con mensajes cargados de esperanza y
alusivos a la paz.
Hoy
fue imposible huir de los recuerdos. Estar frente a los hijos de estos
hombres y pensar en lo pequeños que eran cuando perdieron a sus padres,
trae a la mente imágenes de la propia infancia, de la forma en que
registré esos hechos y las razones por las cuales su dolor no me es
ajeno.
Soy
colombiana y pertenezco a una de esas generaciones que se hicieron
adultas en tiempos de violencia. En mi cabeza tengo un puñado de
imágenes teñidas de sangre, de guerra.
Tenía
un año de edad cuando el Paro Cívico de 1977 estremecía los cimientos
del gobierno del presidente Alfonso López Michelsen. El País Nacional,
representado en sus centrales obreras, le exigía al País Político
respuesta a sus demandas de justicia social que aún hoy, en vísperas de
un Paro Agrario Nacional, no han sido satisfechas.
Los
primeros años de infancia transcurrieron en medio del Estatuto de
Seguridad del presidente Julio César Turbay Ayala, tiempo nefasto en el
que dirigentes políticos, artistas, e intelectuales, fueron perseguidos,
otros torturados en las caballerizas del ejército en Usaquén, en
Bogotá, y muchos desaparecidos.
Estos
capítulos de nuestro pasado político los conocería gracias a las
historias de mi familia, víctima también de persecuciones, cárcel,
tortura y asesinato, y gracias a la tesis de periodismo: Memorias de una
Generación.
En
este trabajo de grado, que escribimos con tres compañeras y dirigida
por Arturo Guerrero, recogimos los generosos testimonios de colegas que
cubrieron esos sucesos históricos como reporteros y quienes, además,
fueron militantes de izquierda en esos años oscuros.
La
primera imagen de la violencia la grabé a los 8 años de edad: era el
rostro triste de un niño vestido de pantalón blanco en el funeral de su
padre en 1984; se trataba de uno de los hijos del ministro Rodrigo Lara
Bonilla.
Lara
Bonilla fue acribillado por un adolescente de 17 años, con cara de
niño, que condenó a sus pequeños hijos a la orfandad y marcaba el inicio
de una ola de asesinatos por órdenes de Pablo Escobar, quien aterrorizó
al país por años.
Paralelamente,
se llevó a cabo el Genocidio de la Unión Patriótica por parte de
paramilitares, en algunos casos en alianza con el ejército, movimiento
que perdió a unos 6.528 miembros entre militantes y dirigentes
políticos.
En
noviembre de 1985, observaba en la televisión el Palacio de Justicia
ardiendo en llamas; una semana después, el Volcán Nevado del Ruiz vomitó
su furia en forma de lava; arrasó con Armero y se llevó a Omaira
Sánchez, una niña de ojos grandes y mirada profunda, que jamás
olvidaremos.
Parecía
que la tragedia se había ensañado con nuestro país. La violencia
política no daba tregua y nuestros padres, lastimados también con sus
propias heridas de guerra, intentaban explicarnos el por qué de tanto
infortunio.
Nueva Memoria Histórica
Después
de la toma del Palacio de Justicia padecimos la violencia recrudecida
de los años 80 y 90, décadas en que fueron asesinados grandes personajes
de la vida pública nacional, demasiados para nombrarlos aquí.
Las
muertes violentas de Carlos Pizarro, José Antequera, Bernardo
Jaramillo, Manuel Cepeda, Jaime Pardo Leal, las víctimas del genocidio
político de la Unión Patriótica, Luis Carlos Galán, periodistas y
defensores de derechos humanos se convirtieron en extras de noticias; no
acabábamos de llorar un muerto, cuando teníamos que llorar el
siguiente. No hubo sosiego.
Crecimos
en medio de la zozobra. Durante mi adolescencia, veía en las noticias
los rostros de aquellos vilmente asesinados, los fallidos procesos de
paz con las Farc y el ELN mientras otros procesos de paz “exitosos” como
los del M-19, del Partido Revolucionario de los Trabajadores, (PRT) y
del Movimiento Quintín Lame se concretaban, pero sin eliminar las causas
de esta cruel guerra, ni de la injusticia social.
Tristemente,
no solo María José Pizarro, José Antequera y Bernardo Jaramillo han
vivido en carne propia la pérdida de un ser querido. Son varias las
generaciones afectadas por las consecuencias de la violencia política,
de la violencia de Estado, de los paramilitares, del narcotráfico y de
los grupos insurgentes.
Completamos
más de cinco décadas de violencia y las heridas no han cicatrizado. En
las zonas más lejanas de nuestra geografía, la sangre de los muertos que
dejaron las partes negociadoras en La Habana- aún está fresca; en los
centros urbanos, monumentos, placas y calles se erigen como homenaje a
víctimas y supervivientes del conflicto armado.
En
las ciudades somos testigos del desplazamiento de nuestros campesinos.
Los vemos en los barrios marginalizados de las capitales, en los
semáforos pidiendo limosna, frente a la Casa de Nariño reclamando
atención por parte de los gobiernos que los condenan al olvido.
Nuestros
campesinos, abuelos y bisabuelos, han sido forzados a la miseria, a
dedicarse a los cultivos declarados ilícitos y otros al desplazamiento
mientras sus parcelas son vendidas al mejor “postor” latifundista y/o
compañías extranjeras.
Una
minoría acumula riqueza a costa de las expropiaciones, del
desplazamiento, de las persecuciones, del destierro y de las
desapariciones y las transnacionales, en complicidad con gobiernos
neoliberales, se adueñan de los recursos.
Nuestro
país es saqueado en medio de este doloroso conflicto que ha dejado
víctimas inocentes, pero también en medio del resurgir de la protesta
social que exige una paz con justicia social y duradera.
…Por
el dolor que me causan esos recuerdos, los asesinatos de Carlos
Pizarro, José Antequera, Bernardo Jaramillo, del padre de mis hermanos,
el encarcelamiento, la tortura y la persecución contra mi padre, los
falsos positivos, que acabaron con la vida del hermano de la periodista
Margarita Arteaga y de los hijos de las Madres de Soacha…
…Por
todos nuestros muertos, por los desaparecidos que nunca conocí, por la
indignación que me genera esa brecha inmoral entre ricos y pobres, por
el sueño de construir una Colombia justa, independiente y demócrata,
pero especialmente por el deseo profundo de que otras generaciones -las
de sus hijos y sus nietos- reconstruyan una memoria histórica libre de
violencia, los invitó a cooperar y exigir que este proceso de paz llegue
a buen puerto... ¿Y usted por qué apoya el proceso de paz?
Fernanda Sánchez Jaramillo para La Pluma, 27 de avril de 2014
[iii] www.semana.com/nacion/conflicto-armado/articulo/bernardo-jaramillo-ossa-sabia-iban-matar/114526-3
Artículos de Fernanda Sánchez Jaramillo publicados por La Pluma :
Presos Políticos Colombianos: la batalla contra la aniquilación del pensamiento crítico
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